HOMILÍA EN LA MISA DE LA XXVI ASAMBLEA DEL CONSEJO NACIONAL DE LAICOS

HOMILÍA EN LA MISA DE LA XXVI ASAMBLEA DEL CONSEJO NACIONAL DE LAICOS

Casa de Retiro Santa María de Guadalupe, Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo, Francisco González Bocanegra No. 1. Col. Santa María de Guido, Morelia, Michoacán, sábado 29 de octubre de 201

Año de la Misericordia

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escudo del obispo

Muy queridos  miembros de esta Asamblea,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Con gran alegría celebramos esta mañana la santa Misa en el contexto de la XXVI Asamblea del Consejo Nacional de Laicos, con la finalidad de que sea el Señor el que inspire nuestras obras, las sostenga y acompañe y así “Proponer e impulsar acciones laicales que promuevan los valores del Evangelio en el México de hoy”. Especialmente cuando nos damos cuenta que ante la realidad actual no podemos permanecer ajenos, con formas y estructuras que quizá respondieron a ciertos desafíos pero que hoy es necesario revisar, reorganizar y quizá cambiar. Consientes del apostolado de cada uno de ustedes y de quienes representan «es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación» (const. Dogm. LG, 33).

  1. Queda aún mucho por hacer ampliando los horizontes y aceptando los nuevos retos que la realidad nos presenta. En este particular momento histórico, y en el contexto del Jubileo de la Misericordia, la Iglesia está llamada a tomar cada vez más conciencia de ser «la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» y pecadora (Exhort. apost. EG, 47); de ser Iglesia en permanente salida, «comunidad evangelizadora […] que sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (, 24). Es bueno que nos propongamos, como horizonte de referencia para nuestro futuro inmediato, un binomio que se podría formular así: «Iglesia en salida – laicado en salida». Alcemos la mirada y miremos «fuera», miremos a los más «lejanos» de nuestro mundo, a tantas familias en dificultades y necesitadas de misericordia, a tantos campos de apostolado aún sin explorar, a los numerosos laicos de corazón bueno y generoso que voluntariamente pondrían al servicio del Evangelio sus energías, su tiempo, sus capacidades si fuesen convocados, valorados y acompañados con afecto y dedicación por parte de los pastores y de las instituciones eclesiásticas. Tenemos necesidad de laicos bien formados, animados por una fe genuina y límpida, cuya vida ha sido tocada por el encuentro personal y misericordioso con el amor de Cristo Jesús. Tenemos necesidad de laicos que arriesguen, que se ensucien las manos, que no tengan miedo de equivocarse, que sigan adelante. Tenemos necesidad de laicos con visión de futuro, no cerrados en la pequeñeces de la vida. Dice el Papa Francisco: “tenemos necesidad de laicos con sabor a experiencia de vida, que se atrevan a soñar. Hoy es el momento en el que los jóvenes tienen necesidad de los sueños de los ancianos. En esta cultura del descarte no nos acostumbremos a descartar a los ancianos. Empujémosles, empujémosles para que sueñen y —como dice el profeta Joel— «tengan sueños», esa capacidad de soñar, y den a todos nosotros la fuerza de nuevas visiones apostólicas” (cf. Francisco, Discurso a los participantes en la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, 17/06/2016).

  1. En este contexto la palabra de Dios que hemos escuchado este día nos anima y no orienta para poner los pies sobre la tierra y desempeñar nuestra tarea valiéndonos de dos características esenciales: la humildad y la pureza de intención:

  1. La humildad. En el evangelio hemos escuchado como san Lucas (14, 1.7-11) nos relata una escena de la vida cotidiana. Donde nos da una gran lección. Nos enseña que el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. Es importante que aprendamos a ser conscientes de nosotros mismos, a formarnos una conciencia realista que nos haga ver el puesto que ocupamos, la responsabilidad que se nos ha confiado, la tarea que concretamente, estamos llamados a desarrollar. El presuntuoso que suele mirarse en un espejo que dilata las proporciones viene a situarse con facilidad “fuera de su sitio” en situaciones desagradables.

Fuera de las lógicas de los que aspiran a ocupar los mejores lugares, lejos de los delirios de protagonismo, se experimenta que la humildad autentica no es una mala soportada reducción  de nuestras propias cualidades, sino más bien un ponerlas al servicio de los otros con generosidad, sin auto exaltaciones.

El trabajo no es sólo nuestro, sino que somos colaboradores -con otros hermanos- de la obra del Señor. Una pastoral salpicada de protagonismos individuales se acaba con el mismo protagonista: todo gira en torno a su persona y ahí se queda.

Esto supone que nos preguntemos ¿qué es lo que estoy buscado cuando asumo un cargo o una servicio en la Iglesia? Los invito a que con humildad respondamos en nuestro interior esta pregunta. De la cualidad de la respuesta dependerá  la cualidad de nuestra entrega, de nuestros frutos y de nuestro servicio.

En esta misma línea está la segunda característica:

  1. La pureza de intención. En la primera lectura hemos escuchado el relato de Pablo en su carta los filipenses (1, 18b-26). Estando prisionero se da cuenta que muchos anuncian la palabra de Dios. Algunos lo hacen por envidia y desacreditando al apóstol, pero esto le duele menos que lo que le alegra la predicación del evangelio, que es lo que cuenta de verdad. Para nosotros las palabras del apóstol son una interpelación para que examinemos la pureza de intención en la predicación del evangelio.  Si busco el crecimiento y el bien de los demás, entonces, —como Pablo— aprendo a celebrar todo aquello que pueda ayudarles aunque suponga un sacrificio para mí. ¿Qué es lo que estoy buscando?

San Pablo tiene muy claro que para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia. Pero si su vida será ocasión para que el nombre de Dios se proclame desea vivir la vida en plenitud.  “Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia»” (Rm 5,20). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica (cf. EG, nn. 84-85).

  1. Queridos hermanos y hermanas, dejemos que sea la palabra de dios la que nos lleve a purificar nuestras intenciones y nuestras actitudes, de manera que cada vez más actuemos movidos por el amor a Dios y no por intereses mezquinos que no hacen sino ofuscarnos y llevarnos a una espiritualidad narcisista y ajena a lo que el espíritu quiere.

 

  1. Gracias por su tiempo, su trabajo y todo su esfuerzo en hacer del Consejo Nacional de Laicos un signo de comunión al servicio del evangelio. Que la Santísima Virgen María nos ayude siempre a vivir en la humildad y en la pureza de intención.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro