Homilía en la Misa de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Templo Parroquial de Nuestra Señora del Rosario del Rayo,
Col. Cimatario, Santiago de Querétaro, Qro.,  jueves 30 de mayo de 2013.
Annus Fidei – Año de a Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

Queridos hermanos y hermanas:

escudo_armendariz1. Al celebrar esta tarde la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Nuestra Señor Jesucristo, nos unimos a la fe de la Iglesia universal, quien reunida en oración, alabanza y contemplación, celebra el memorial de la vida del Señor Resucitado. Esta celebración eclesial, vivida con tanta fe y devoción en las entrañas de nuestras comunidades eclesiales a lo largo de muchos años, cobra una importancia peculiar en este año al celebrarse en el año de la fe,  pues a lo largo de los siglos desde su nacimiento, los cristianos reconocemos en la Eucaristía el “Mysterium Fidei”, es decir, el Sacramento central de nuestra fe. Estamos convencidos que la fe de la Iglesia es esencialmente una fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial de nuestros pueblos, colonias y comunidades. “Cuanto más viva sea la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda será nuestra participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo nos ha confiado” (cf. Sacramentum Caritatis, 6).

2. Hemos escuchado en la liturgia dela Palabra de esta tarde el relato que Lucas nos hace de la “multiplicación de los panes” (9, 11-17), en él nos revela la relación intrínseca entre fe y compromiso social. Lucas presenta a Jesús como el que alimenta y satisface a todos los hombres. Los lectores se acuerdan  de la narración  de las tentaciones  de Jesús en el desierto (4, 1-13). Jesús rechazó las tentaciones de convertir las piedras en pan para saciarse argumentando que los hombres no viven únicamente de pan. Ahora sacia y satisface a los hambrientos tanto con el pan como con las palabras del evangelio y con los hechos salvíficos: “él los acogía, les hablaba del Reino de Dios y curaba a los que tenían necesidad de ser curados”  (Lc 9, 11). Las palabras con las que Jesús toma los panes, los bendice, los parte y los reparte, recuerdan la cena pascual (Lc 22, 19). Remontándonos al clima espiritual del Jueves Santo, el día en que Jesús, en la víspera de su pasión, instituyó en el Cenáculo la santísima Eucaristía. Así, el Corpus Christi constituye una renovación del misterio del Jueves Santo, para obedecer a la invitación de Jesús de “proclamar desde los terrados” lo que él dijo en lo secreto (cf. Mt 10, 27).

 3. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos “hasta el extremo” (Jn 13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “dadles ustedes de comer” (Lc 9, 13). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo (cf. Sacramentum caritatis, 88).

4. Este mensaje del evangelio nos permite iluminar muy bien el proceso pastoral diocesano que estamos viviendo, mediante el año de la Pastoral Social y el Año Jubilar. Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser “el alma” de nuestra ciudad (cf. Carta a Diogneto, 6: ed. Funk, I, p. 400), fermento de renovación, “pan partido” para todos, especialmente para quienes se hallan en situaciones de dificultad, de pobreza y de sufrimiento físico y espiritual. “Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo. Todos juntos y cada uno de por sí deben alimentar al mundo con frutos espirituales (cf. Ga 5, 22) y difundir en él el espíritu de que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos, a quienes el Señor en el Evangelio proclamó bienaventurados (cf. Mt 5, 3-9). En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo” (cf. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 38).

5. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en Cristo, el cual ha hecho de judíos y paganos un pueblo solo, derribando el muro de enemistad que los separaba (cf. Ef 2,14). Sólo esta constante tensión hacia la reconciliación permite comulgar dignamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Mt 5,23- 24). Cristo, por el memorial de su sacrificio, refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. No cabe duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Podremos como sociedad blindar nuestras colonias, pueblos y ciudades, pero si no hacemos la opción por Cristo, serán estrategias fallidas. La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración. La Iglesia, no tiene como tarea propia emprender una batalla política para realizar la sociedad más justa posible; sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. La Iglesia debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar.

6. Quienes participamos en la Eucaristía hemos de comprometernos en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual. Todos estos problemas, que a su vez engendran otros fenómenos degradantes, son los que despiertan viva preocupación. Sabemos que estas situaciones no se pueden afrontar de una manera superficial. Precisamente, gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona, de su dignidad y su condición de creatura de Dios.

7. Al celebrar esta solemnidad y al escuchar estas palabras de Jesús, nos vemos comprometidos como Iglesia a profesar nuestra fe en la Eucaristía como Sacramentum caritatis y a darle de comer a tantos hombres y mujeres hambrientos de fe, esperanza y cardad. “El cristiano en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la caridad y la justicia” la emergencia educativa de nuestros niños, adolescentes  y jóvenes es una de las realidades a las que hemos de atender (cf. Sacramentum caritatis, 91).

8. En unos momentos más iniciaremos la tradicional procesión por algunas calles y venidas de nuestra ciudad, con el propósito de adorar a Jesús en la Eucaristía, pero también con la firme convicción de que queremos vivir y asumir un compromiso en el anuncio de nuestra fe. En el anuncio de nuestro compromiso con la sociedad, con la cultura y con el hombre contemporáneo. ¡No tengamos miedo, desconcierto y desconfianza. Jesús vivo  y presente en la Eucaristía, camina delante de nosotros¡

9. Que nuestra Señora del Rosario del Rayo, nos enseñe a vivir en la “Escuela Eucarística” de Jesús y así podamos aprender a comprometernos mucho más. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro