Homilía en la Misa de la Exaltación de la Santa Cruz en el Templo de la Cruz

Santiago de Querétaro, Qro., 14 de septiembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas al celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, saludo a cada uno de ustedes “Hijos de San Francisco”, de manera particular me dirijo a Fray Juan Ramírez, quien hasta el día de hoy, durante este periodo de 6 años ha custodiado con celo y generosidad de este lugar, siendo el guardián. Te saludo Padre y aprovecho para agradecerte y encomendarte a Dios en la nueva tarea que tus superiores inmediatos te han encomendado. Que el Padre del cielo te asista con su Espíritu.

De igual manera y con el mismo espíritu saludo a Fray Emilio Flores quien desde hoy asume la encomienda de ser guardián  de este convento, hacemos votos implorando a Dios te bendiga y acompañe.

Un saludo muy especial también a  ti Fray Elifaleth Jiménez Vargas por tu desempeño como Rector del Templo de la Cruz, agradezco tu empeño y tu servicio en esta amada diócesis de Querétaro.

Hermanos y hermanas todos en el Señor Jesucristo que celebramos la fe en él, pues verdaderamente ¡Él es Dios! y por ello nos acogemos a él ponemos nuestra esperanza.

1. Me llena de profunda alegría y entusiasmo verles reunidos en esta celebración eucarística pues su fe, expresa de manera hermosa el misterio de Cristo muerto y resucitado, renovándose para cada uno de nosotros, la esperanza que nos salva. La emotiva liturgia de este día centrando su mirada en la Cruz Gloriosa, valiéndose de un texto litúrgico muy antiguo dice:

Dichosa cruz que con tus brazos firmes,

en que estuvo colgado nuestro precio,

fuiste balanza para el cuerpo santo

que arrebató su presa a los infiernos!

A ti que eres la única esperanza,

te ensalzamos, oh cruz y te rogamos

que acrecientes la gracia de los justos

y borres los delitos de los malos.

2. Con estas palabras la Iglesia continua expresando su fe en el misterio de la Cruz, donde resplandece y se renueva la única esperanza del cristiano, pues Dios ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo, nuestro Señor (Cfr. Prefacio de la Exaltación de la Santa Cruz).

3. La fiesta de la exaltación de la Santa Cruz se remonta a la primera mitad del s. IV. Según la «Crónica de Alejandría», Elena redescubrió la cruz del Señor el 14 de septiembre del año 320. El 13 de septiembre del 335, tuvo lugar la consagración de las basílicas de la «Anástasis» (resurrección) y del «Martirium» (de la Cruz), sobre el Gólgota. El 14 de septiembre del mismo año se expuso solemnemente a la veneración de los fieles la cruz del Señor redescubierta. Sobre estos hechos se apoya la conmemoración anual, cuya celebración es atestiguada por Constantinopla en el s. V y por Roma a finales del VII. Las iglesias que poseían una reliquia de la cruz (Jerusalén, Roma y Constantinopla) la mostraban a los fieles en un acto solemne que se llamaba «exaltación», el 14 de septiembre. De ahí deriva el nombre de la fiesta.

4. La liturgia de la Palabra de este día, valiéndose de los textos que hemos escuchado, por una parte nos sitúan junto al pueblo de Israel en el camino hacia la tierra prometida. El pueblo, que tiene hambre y sed en el desierto, murmura contra Dios y contra Moisés. La murmuración es un gran pecado, pues expresa la desconfianza en el amor y el poder de Dios para cumplir lo que ha prometido: sacarles de la esclavitud  y llevarles a una tierra fecunda, que mana leche y miel. Entonces le sobreviene al pueblo un castigo: serpientes venenosas provocan la muerte de muchos. El pueblo reconoce su pecado y pide a Moisés que interceda ante Dios por ellos, Dios les da la curación  a través de un signo: una serpiente de bronce elevada sobre un mástil, a la que todos los mordidos debían mirar para vivir.

El evangelista, por su parte, retomando esta profecía vio en esta serpiente alzada una figura de Cristo levantado en la Cruz y resucitado. “Él, es quien bajó del cielo” (Jn 3, 3) Se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz (Fil 2, 7-8, otorgando de esta manera a los hombres la regeneración. Pues en el misterio central de la salvación, que consiste en la elevación en alto del Hijo del Hombre, dando la vida eterna a los creyentes y ofreciendo la comunión con Dios, está la vida y su consumación en la vida futura.

5. Al observar la peregrinación y el desfile de los concheros ha llamado mi atención la profesión de fe que con tanta convicción hacen de Jesucristo: ¡Él es Dios¡ Si, en efecto, Jesús preexistente en la intimidad del Padre (Jn 1, 8-9)  es igual a él, uno con Él y Dios como Él. Del seno del Padre baja y se hace carne, por amor a nosotros, para darnos la vida abundante, la vida eterna. La finalidad del envío es que la humanidad tenga vida por la fe en él. Creer en Cristo es aceptarlo como Hijo de Dios y como Salvador.

6. La fiesta de la Exaltación de la Cruz no significa que el cristianismo sea una exaltación del sufrimiento, del dolor o del sacrificio por el sacrificio. Si así fuera, el Dios que pide ésto de nosotros sería un Dios sádico que no merecería nuestro amor. Lo que exaltamos en esta fiesta no es la cruz (un instrumento más de tortura y ejecución como el cadalso o la silla eléctrica). Lo que exaltamos es el amor incondicional de un Dios que compartió nuestra condición humana y se comprometió con la realización del Reino hasta el final. Exaltamos al Crucificado que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo (cfr. Jn 13,1). Y exaltamos al Dios que, como Abrahán, entregó a su Hijo Único, a su amado, para que todos tengamos vida en su nombre (cfr. Jn 3,16; cfr. Gn 22,2.

7. Queridos hermanos la cruz tiene mucho que enseñarnos, en primer lugar nos revela el misterio de amor que Dios ha tendio para cada uno y al mismo tiempo nos desvela el camino a la glorificación. Dice San Pablo: “En cuanto a mí, líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por él, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6, 14). Mediante la acción salvífica de Cristo, muerto en la cruz y resucitado mediante el Espíritu, se manifiesta el destino último del hombre, “Dios nos ha destinado no para la ira, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que velando o durmiendo vivamos junto con él” (1 Tes 5, 10).

8. En el bautismo los hombres experimentamos la unión a la muerte y resurrección del Señor; puesto que muriendo al pecado, la muerte biológica adquiere un nuevo significado, ésta puede transformarse en el paso a la vida en Cristo, como una ganancia (Cfr. Fil 1, 21). “Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos” (Cfr. San Andrés de Creta, De las dicetaciones, PG 97, 1018-1023).

9. Otro aspecto que hoy dia nos enseña la cruz, es a considerar que a través de ella, es posible el cumplimiento de la voluntad divina, pues siendo éste el principal objetivo de la vida de Jesús, es en la cruz mediante la cual se opera la Revelación del Padre y mediante la cual cumple el proyecto de salvación (Cfr. Jn 4, 34). El momento decisivo y culminante es al final cuando lleva a plenitud esta realidad.  En este momento crucial de su ministerio recibe en plenitud su alimento en la figura del vinagre ante la sed, es decir, ante la inminencia de su muerte, Jesús desea ardientemente cumplir hasta el último aliento la voluntad del Padre que ha hecho suya para que los hombres tengan la vida (Cfr. Jn 3, 16).  “El cáliz que me ofrece el Padre ¿no la voy a beber?” (Jn 18, 11). Aquel cáliz era la copa del dolor y de la muerte. Jesús da ahora fin a su tarea y anhela apurar hasta la última gota esa copa, pues solo cuando haya gustado el vino amargo de la muerte estará cumplida la voluntad del Padre.

10. La muerte del Cristo es comprendida entonces, no como una muerte de dolor, de ignominia, de desolación universal, sino el comienzo de un gran triunfo. El “Está cumplido” es un grito de victoria que sustituye al grito de aparente derrota. Victoria que no es más que el cumplimiento obediente de la voluntad del Padre. Es semejante al “Está hecho” que se pronuncia desde el trono de Dios y del Cordero cuando el último de los siete ángeles ha derramado la copa de la ira de Dios (Ap 16, 17). Se ha cumplido lo que Dios había decretado. Ahora que Jesús ha finalizado su obra y es exaltado sobre la tierra al morir en la cruz, arrastrará hacia sí a todos los hombres (Jn 12, 32). Cristo en la cruz lleva a cumplimiento la obra del Padre de la cual que nosotros haciendo “Anámnesis” no solo recordamos, sino que somos partícipes y testigos.

11. Por eso con la Iglesia exaltamos la Cruz diciendo: ¡Oh cruz admirable, en cuyas ramas estuvo suspendido el tesoro y la redención de los cautivos! * Por ti el mundo fue redimido con la sangre de su Señor. ¡Salve, oh cruz, que fuiste consagrada por el cuerpo de Cristo, y estuviste adornada con sus sagrados miembros como con piedras preciosas! Por ti el mundo fue redimido con la sangre de su Señor. (Responsorio a la Segunda lectura del oficio de lectura en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz).

12. Vivamos abrazados de la cruz del Señor y asumanmos la vida, cueste lo que cueste. Que la Virgen María, madre del Dolor, nos enseñe a permenecer al pie de la cruz y desde allí recibamos al Hijo como hijos. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro