Homilía en la Misa de la clausura de cursos de la UNIVA

Templo de San Francisco de Asís, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro., Qro., 10 de junio de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación  – Año de la Vida Consagrada

 

Queridos Hermanos sacerdotes,

queridos alumnos y alumnas, egresados de la UNIVA,

estimados papás, amigos y familiares,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría nos hemos reunido en esta tarde para agradecer a Dios todas las bondades que su providencia nos permite a lo largo de nuestra vida, especialmente a estos jóvenes que hoy terminan su formación profesional. Conscientes que sólo en Dios podemos encontrar la plenitud de la sabiduría y el esplendor de la verdad.

2. Como el agricultor que ha labrado la tierra durante todo el día, al final de la jornada, nos acercamos al altar de Dios para confiarle  la semilla que ha sido plantada, de manera que  germine y crezca para que su fruto sea abundante. Sabemos muy bien que  los esfuerzos y trabajos han sido muchos, sin embargo esperamos que la gracia de Dios la hará madurar hasta producir el ciento por uno de lo sembrado.

3. Hoy la palabra de Dios que hemos escuchado, ilumina nuestra vida y el acontecimiento que celebramos, pues nos alienta para entender que la ley de Dios inscrita en nuestro corazón,  es el camino por el cual debemos dirigir nuestra vida. Una ley que no se reduce de ninguna manera al cumplimiento de normas y preceptos por cumplirse, sino a un estilo de vida que define la vida y la conducta según el espíritu de la libertad de los hijos de Dios.  El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf. Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la “justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos” (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf. Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: “Han oído que se dijo a los antepasados: No matarás […]. Pues yo les digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22). Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley: «En efecto, no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 9-10) (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2055).

4. Queridos jóvenes, los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la “ley natural.  San Irineo de Lyon, un santo del s. II, reflexionando sobre esto escribió: «Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo, el cual, si alguien no lo guarda, no tendrá la salvación, y no les exigió nada más» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 15, 1).  Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos.

5. Queridos jóvenes, Jesús dice: “Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. “Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). De ninguna manera podemos ver los mandamientos como una realidad dura, rígida y fría. La ley de Dios es el camino para que seamos felices. San Pablo en la lectura que escuchamos nos ha dicho: “Cristo es quien me da esta seguridad ante Dios” (2 Cor 3, 4).

6. Queridos jóvenes, quizá convenga que también hoy cada uno de ustedes, como el joven del Evangelio, se haga la pregunta: “¿Qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” Ante dicha respuesta Jesús le responderá con firmeza: “Si […] quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19, 16-17). No le tengamos miedo a vivir una vida conforme al Evangelio, conforme a la ley de Dios. Ustedes de ahora en adelante, dejarán el esquema de la universidad, de las estructuras; quizá de la familia y tendrán que enfrentarse a la vida. Les animo para que  caminen siempre por el camino del bien. En la justica y en al verdad. Que los diez mandamientos sean como las vías del ferrocarril por las cuales camine el tren de la vida por el cual se encaminan a la felicidad, a la vida eterna. Ustedes han estudiado en una universidad católica y por ende están llamados a dar razón de su fe, con valentía y sin fingimiento. Dios hace posible por su gracia lo que manda. La Ley de Dios es su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo hace salir de la esclavitud del egoísmo y lo introduce en la ‘tierra’ de la verdadera libertad y de la vida. cuando ustedes  pongan ante su seguridad en esos falsos dioses «la Ley de Dios permanecerá, pero ya no será lo más importante, la regla de vida; se convertirá más bien en un revestimiento, una cobertura, mientras la vida sigue otros caminos, otras reglas, intereses individuales y de grupo con frecuencia egoístas».

7. Que la Santísima Virgen María les acompañe en esta nueva etapa de su vida y que todos los anhelos y deseos de su corazón, se vean acompañados de la gracia de saberse y sentirse hijos amados por Dios.  “Que Ella, nos ayude a escuchar con corazón abierto y sincero la Palabra de Dios, para que oriente nuestros pensamientos, nuestras elecciones y nuestras acciones, cada día”. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro