HOMILÍA EN LA MISA DE EXEQUIAS DEL REV. P. ALBERTO MONTES OLVERA.

Templo parroquial de la Parroquia del Señor de la Piedad, Jurica, Qro., a 16 de febrero de 2018.

Año Nacional de la Juventud

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 Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. En el evangelio acabamos de escuchar estas palabras de Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá” (Jn 11, 25.26). Estas palabras iluminan nuestra fe y sostienen nuestra esperanza en el momento triste y solemne que estamos viviendo, mientras, reunidos en torno al altar, nos disponemos a despedir con sentimientos de afecto y viva gratitud a nuestro hermano el P. Alberto Montes Olvera. Quien tras un tiempo de enfermedad, el día de ayer ha terminado sus días en esta tierra.
  1. Con él y por él queremos confesar, con particular intensidad, nuestra convicción de que en es aquí en la Eucaristía donde de manera privilegiada participamos misteriosamente en la muerte y resurrección del Señor, creyendo firmemente que Dios ha preparado para sus siervos buenos y fieles, el premio de la vida que no tendrá fin. La resurrección del Señor es la certeza de nuestra fe, el fundamento de nuestra esperanza y el alma de nuestra caridad.
  1. Esta es la fe que guio su entera vida y sus más de 37 años existencia sacerdotal. Con esta fe celebró el divino sacrificio, buscando en la Eucaristía la referencia constante de su itinerario espiritual; con esta fe encontró en la Eucaristía la fuerza para desempeñar su celoso trabajo en la viña del Señor; con esta fe, encontró en la Eucaristía el antídoto contra la muerte; con esta fe, encontró en la Eucaristía las respuestas más genuinas a sus razonamientos filosóficos y las interrogantes más profundas sobre el hombre sobre Dios y el mundo; con esta fe, supo acrisolarse en los días de su enfermedad para ofrecerse a Dios como una hostia viva, santa e inmaculada.
  1. Esperamos que ahora el Padre lo acoja en su casa para participar en el banquete del cielo. Congregados en torno al altar, oremos para que este hermano nuestro en el sacerdocio vea cara a cara a Jesucristo, su Señor (cf. 1 Co 13, 12), a quien en la tierra se esforzó por servir con amor.
  1. En este momento resuena en nuestra alma  con singular eco la exhortación del apóstol san Juan: “En esto hemos conocido  el  amor:   en  que  él dio su vida  por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). Podríamos decir que estas palabras sintetizan de modo eficaz la razón profunda que orientó la vida y el ministerio eclesial del Padre Beto.
  1. Originario de Tampico, Tamaulipas, a temprana edad ingresó al Seminario Conciliar de Querétaro, donde realizó los estudios eclesiásticos.  El 2 de marzo de 1980 en la Santa Iglesia Catedral recibió el diaconado de manos del Excmo. Sr. Alfonso Toriz Cobián. Su Ordenación Sacerdotal se llevó a cabo el 10 de enero de 1981, en la Santa Iglesia Catedral por el Excmo. Sr. Alfonso Toriz Cobián. Después de un tiempo de feliz ministerio en la Parroquia de  San Juan Bautista, San Juan del Río, Qro., fue enviado a Roma para realizar los estudios Filosofía Teorética, obteniendo el grado de licenciatura en la Pontificia Universidad Gregoriana. A su regreso desempeñó el noble ministerio sacerdotal en las parroquias: de   Sra. de la Paz, Satélite,  la Parroquia de Corpus Christi, la Parroquia de La Divina Pastora, San Francisquito, Qro;  el Santuario Diocesano de la Congregación,; la Parroquia de la Purísima Concepción, Hércules; la Parroquia de San Alfonso Ma. de Ligorio, Amazcala; y finalmente aquí en la Parroquia de El Señor de la Piedad. Sin dda que en todas ellas, el mensaje de la Resurrección fue la clave de su enseñanza, de su ministerio pastoral y sobre todo la esencia de su sacerdocio.
  1. Deseo reconocer su alegre y generoso ministerio al servicio de la formación sacerdotal, como maestro del Seminario Mayor, en el área intelectual con algunas disciplinas filosóficas, como la Antropología, la Filosofía de la Naturaleza, Ética general y especial, entre otras. Su servicio en algunas facultades y universidades privadas como la univa, le permitieron ejercer la docencia en el campo de la psicología y de la antropología cristiana, especialmente impulsando proyectos en pro del sentido de la vida, animando a  quienes  inducidos por el tema del suicido recuperaron la alegría de vivir.
  1. Recuerdo con gozo el cariño con el que mucha gente se expresaba de él, especialmente los miembros del Movimiento Encuentros Conyugales a quienes acompañó durante muchos años con su testimonio, consejo y cercanía.
  1. Así pues, mientras nos disponemos a despedir a este hermano nuestro, las palabras del libro de la Sabiduría que se acaban de proclamar deben reavivar en nuestro corazón la luz de la confianza en el Dios de la vida: “Las almas de los justos están en las manos de Dios” (Sb 3, 1). Sí, las almas de los amigos de Dios descansan en la paz de su corazón. Esta certeza, que hemos de alimentar siempre, nos debe servir de aviso constante para permanecer vigilantes en la oración y para perseverar con humildad y fidelidad en el trabajo al servicio de la Iglesia. Sólo en Dios encuentra descanso el alma del justo; sólo quien confía en él no quedará confundido para siempre.
  1. Seguramente el Padre Beto esperó la muerte y se preparó para ella con este espíritu y con esta conciencia. Pidámosle a Dios por su eterno descanso y que su misericordia sea mayor que su justicia, de tal manera que no le tome en cuenta sus debilidades y sus pecados, sino que lo llame y —como decíamos al inicio de la santa Misa al encender el cirio pascual— “sea reconocido por el Pastor supremo y se alegre eternamente en la asamblea de los santos” (cf. Ritual de exequias, p. 283).
  1. Que nuestra Señora de los dolores de Soriano a quien tanto amó, ruegue por él ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
    1. Dale, Señor, el descanso eterno.

Y luzca para él la luz perpetua.

Descanse en paz.

Así sea.

Su alma y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.

Así sea.

 

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro.