Homilía en la Misa de Clausura del Encuentro Juntos por México

Centro Expositor de Puebla, Puebla, Pue., México. 18 de octubre de 2015

Año de la Vida Consagrada

 

 

Muy queridos hermanos y hermanas todos en el  Señor:

1. Con gran júbilo y alegría nos reunimos en esta tarde para la celebración de nuestra fe, dándole gracias a Dios por la oportunidad que nos ha dado de poder llevar a cabo durante estos tres días el I Encuentro Juntos por México. Que congrega a varios de los movimientos presentes en nuestra Iglesia mexicana. Una experiencia de fe, de esperanza, de alegría pero sobretodo de comunión; orientada a sumar esfuerzos para que cada cristiano comprometido, cada Movimiento y cada Comunidad Apostólica con el don que ha recibido, se ponga al servicio de la Nueva Evangelización.

2. En este tercer domingo de octubre, en el que se celebra la Jornada Mundial de las Misiones, la palabra de Dios nos recuerda la conciencia de vivir completamente en perenne actitud de servicio al hombre y al Evangelio, como Aquel que se ofreció a sí mismo hasta el sacrificio de la vida.

3. En el santo Evangelio, san Marcos nos relata la escena en la que dos de los discípulos Santiago y Juan, se acercan a Jesús para hacerle una ridícula ambición: “Queremos que hagas lo que te vamos pedir” (v. 35). Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás.  Jesús parece sorprendido y les dice: “No saben lo que piden” (v. 38). No le han entendido nada. Con paciencia grande les invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de lo que ocurre los otros diez discípulos se llenan de indignación  contra Santiago y Juan. También ellos tienen las  mismas aspiraciones.

4. Ante estas circunstancias y un hecho tan grave, Jesús reúne a los discípulos y les da una gran enseñanza. Les deja claro cuál debe ser la actitud que ha de caracterizar a sus seguidores. Todos conocen como actúan los romanos: tiranizan a las gentes, las someten  y hacen sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, Jesús les dice: “Ustedes nada de eso; el que quiera ser grande sea su servidor; y el que quiera ser primero sea esclavo de todos” (vv. 43-44). La grandeza no se mide por el poder que se tiene, el rango que se ocupa o lo títulos que se ostentan. Quien ambiciona estas cosas en la Iglesia de Jesús no se hace más grande, sino más insignificante y ridículo. En realidad es un estorbo para promover el estilo de vida querido por el crucificado. Le falta un rasgo básico para servir. Son palabras que manifiestan el sentido de la misión de Cristo en la tierra, caracterizada por su inmolación, por su donación total. “El hijo del hombre que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y dar su vida por la redención de todos” (cf. Mc 10,45).

5. Queridos hermanos y hermanas laicos, en la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana  no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. Quien no vino nunca para ser servido sino para servir. Este es el mejor y más admirable resumen de lo que fue su vida.

6. Es necesario que nos liberemos de la tentación de querer estar con Jesús aislándonos del servicio de la caridad y alejados de la realidad. Ya lo decía el Papa Francisco a los nuevos cardenales en Febrero pasado: “No tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Les invito a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado” (cf. Homilía con los nuevos cardenales, 15 de febrero de 2015). Estas palabras hagámoslas nuestras en este día. Asumamos el desafío de servir a la caridad a todos los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: “Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” (cf. Evangelii Gaudium, 48).

7. Quienes integramos los movimientos laicales aquí presentes y en cada comunidad diocesana, necesitamos reconocer que el servicio de la caridad a los hermanos nos debe distinguir. Para ello es preciso que a nivel personal y de Movimiento, nos dejemos transformar y asumamos  una configuración de nuestros sistemas operativos,  de manera que el servicio sea el principal y único objetivo de nuestra misión y tarea apostólica. El Santo Padre en su mensaje para esta esta Jornada Mundial de las Misiones nos ha dicho: “La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad entera. Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. Evangelii Gaudium, 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús: “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida (cf. Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las misiones, 24 de mayo de 2015). Queridos hermanos y hermanas, la pasión por Jesús es y debe ser nuestra única motivación. Es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. Ya  el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: “Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos” (Ad gentes, 41).

8. El verdadero modelo es Jesús. Él no gobierna, no impone, no domina, no ambiciona ningún poder. Él No se arroga títulos honoríficos, no busca su propio interés.  Lo suyo es servir y dar la vida. Por eso es el primero y más grande. Es necesario que cada laico que entrega algún Movimiento eclesial, esté dispuesto a gastar su vida  por el proyecto de Jesús, No por otros intereses. Es necesario que seamos seguidores de Jesús que se impongan  por la calidad de su vida de servicio. Padres que nos desvivamos por nuestros hijos. Educadores entregados día a día a la difícil tarea de educar. Hombres y mujeres que hagamos de nuestra vida un servicio a los más necesitados.

9. La misión de los servidores de la Palabra -obispos, sacerdotes, religiosos y laicos- es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal.

10. Que Nuestra Señora de los Ángeles, interceda por nosotros para que no dudemos nunca en encaminarnos presurosos al servicio de los más necesitados, especialmente llevándoles el mensaje del evangelio. Y que el ejemplo de San Junípero Serra, sea para cada uno de los Movimientos aquí presentes el modelo de misionero que la Iglesia necesita. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro