Homilía en la Misa de Acción de Gracias por la Semana del Visiteo Misionero en la Fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Huerta del Convento de la Santa Cruz de los Milagros, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, a 02 de febrero de 2014.
Año de la Pastoral Litúrgica – Año Jubilar Diocesano

 

Estimados hermanos Sacerdotes y Diáconos,
muy queridos miembros de la Vida Consagrada,
queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
 

1. Con alegría y esperanza nos reunimos en esta mañana para agradecer a Dios las maravillas que su misericordia ha manifestado en medio de su pueblo, a través del anuncio gozoso del evangelio, iluminando el corazón y la vida de numerosos hombres y mujeres que sumidos en la indiferencia o en el diario caminar de su existencia, no saben o han olvidado que Dios nos ha creado para el amor. Hoy venimos a esta celebración conscientes que la semilla del Reino, es necesario que siga sembrándose a tiempo y a des tiempo. Venimos con las manos llenas de experiencias alegres, pero quizá también doloras por la falta de Dios en la vida de muchas personas. Esta experiencia vivida a lo largo de estos días en el visiteo misionero, no es iniciativa nuestra o una ocurrencia, es la respuesta al mandato que Jesús nos hace y le sigue haciendo a la Iglesia. Agradezco a cada uno de ustedes. De manera especial reconozco la tarea de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas que se han unido con alegría y con generosidad. Valoro mucho el trabajo de ustedes los laicos, su papel es insustituible en esta tarea.

2. Hoy nos unimos a la Iglesia Universal que celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, con la intención de  seguir  “manteniendo viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio”. Señalando como meta a los hombres y mujeres de todos los tiempos, dónde debe estar puesta nuestra mirada y que la felicidad definitiva está en Dios. Así, “la vida consagrada avivará continuamente en la conciencia del Pueblo de Dios la exigencia de responder con la santidad de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5), reflejando en la conducta la consagración sacramental obrada por Dios en el Bautismo, la Confirmación o el Orden. Pues, se debe pasar de la santidad comunicada por los sacramentos a la santidad de la vida cotidiana” (cf. Exhort. Apost. Post. Vita Cosecrata, 33).

3. Al inicio de la Santa Misa hemos llevado a cabo el “Rito de la bendición de las velas y la precesión”, de manera que comprendamos con más claridad, que es, siguiendo el camino de las virtudes, como podemos llegar la luz inextinguible. Solamente quien lleva la luz en la oscuridad, sabe por dónde va el camino o la brecha, por donde puede pisar con firmeza y avanzar con seguridad. Por eso, como bautizados estamos llamados a mantener encendida la llama de la fe, que es Cristo luz de las naciones. Esa llama, que se ha encendido el día en que nuestros padres y padrinos, nos acercaron a la vida de la gracia en el Bautismo. Esta llama que es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre,  quien muestra en el modo más luminoso hasta qué punto Dios nos ama. Con el misterio de su muerte y resurrección, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza. Esta fe es creer en este amor de Dios que no decae frente a la maldad del hombre, frente al mal y la muerte, sino que es capaz de transformar toda forma de esclavitud, donando la posibilidad de la salvación. Por eso, tener fe, entonces, es encontrarse con Jesucristo, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con la actitud del niño, quien sabe bien que todas sus dificultades, todos sus problemas están asegurados en las manos de la madre. Y esta posibilidad de salvación a través de la fe, es un don que Dios ofrece a todos los hombres. De este modo como cirios encendidos irradiaremos siempre y en todo lugar el amor de Cristo, luz del mundo.

4. Queridos hermanas y hermanas, el evangelio de Lucas (2, 22-40) que hemos escuchado en esta tarde, nos enseña que la vida de Simeón y de Ana, tuvieron sentido cuando se encontraron con Jesús. Simeón es portador de una antigua esperanza, y el Espíritu del Señor habla a su corazón: por eso puede contemplar a Aquel a quien muchos profetas y reyes habían deseado ver, a Cristo, luz que alumbra a las naciones. En aquel Niño reconoce al Salvador, pero intuye en el Espíritu que en torno a él girará el destino de la humanidad, y que deberá sufrir mucho a causa de los que lo rechazarán; proclama su identidad y su misión de Mesías con las palabras que forman uno de los himnos de la Iglesia naciente, del cual brota todo el gozo comunitario y escatológico de la espera salvífica realizada. El entusiasmo es tan grande, que vivir y morir son lo mismo, y la “luz” y la “gloria” se transforman en una revelación universal. Ana, por su parte, es “profetisa”, mujer sabia y piadosa, que interpreta el sentido profundo de los acontecimientos históricos y del mensaje de  Dios encerrado en ellos. Por eso puede “alabar a Dios” y hablar “del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén” (Lc 2, 38). Su larga viudez, dedicada al culto en el templo, su  fidelidad a los ayunos semanales y su participación en la espera de todos los que anhelaban el rescate de Israel concluyen en el encuentro con el niño Jesús.

5. En la palabra dominical de este día yo comentaba: “La experiencia de Simeón es cantada y compartida, y su testimonio describe la identidad del Salvador, cuya misión es iluminar el camino de la humanidad; ni siquiera la edad le impide realizar su tarea. Misión que se refleja en la experiencia del evangelista Lucas al narrar el esfuerzo, que en nombre de Jesús se realiza en las misiones descritas en el libro de Hechos de los Apóstoles”. Nuestra misión, hoy, es ser “Simeones” que cantemos lo que es capaz de hacer el Señor, que es iluminar el camino de quien reconozca sus tinieblas; cantar que Cristo es la luz de las naciones, de las familias, de las comunidades y de nuestros corazones (Cf. Palabra Domincial, 02 de febrero de 2014).

6. La Vida Consagrada está llamada desde sus carismas y ministerios, a proclamar en la vida de nuestra Iglesia, que Cristo realmente es luz de las naciones. El Papa Francisco nos ha dicho: “[Los carismas]  No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador”. ―Y añade ― “En la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo” (cf. Exhort. Apsot. Evangelii Gaudium 130). Al celebrar estos 150 años de vida diocesana, reconozco que desde los inicios de la Evangelización en estas tierras, la presencia de los religiosos y religiosas ha sido fundamental y decisiva en la vida de las comunidades cristianas. Debemos sentirnos orgullosos de contar en la Diócesis con la presencia de 21 comunidades religiosas de hombres y de 50 comunidades religiosas de mujeres en la vida activa, además de contar con la fortaleza espiritual de 14 Monasterios de Vida Contemplativa. Considero que de esta manera, nuestra Iglesia Particular, no sólo es rica en carismas, sino que con firmeza y parresía, puede seguir afrontando los desafíos que enfrenta la sociedad queretana.

7. Es por ello que en esta celebración y en el marco de esta Jornada, animo a cada comunidad religiosa, tanto de vida contemplativa como activa, a que con su testimonio de vida continuemos evangelizando a cada familia, a cada ciudadano, a cada sector de la sociedad. Principalmente viviendo la “Espiritualidad de Comunión” y bajo el amparo del “Plan Diocesano de Pastoral”. Su modo de vivir y de trabajar puede manifestar sin atenuaciones la plena pertenencia al único Señor; su completo abandono en las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos. Este es el primer servicio que la Vida Consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del pueblo de Dios, son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia. “El anuncio a la cultura implica también ―nos ha dicho el Papa― un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad, una original apologética, que ayude a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos” (cf. Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 132) y es aquí donde muchos de ustedes cotidianamente se desenvuelven; por ello, en sus manos hoy está hacer que el evangelio permee la vida de la cultura, de la educación de la salud, y de la ciencia.

8. Hoy, queridos hermanos y hermanas, les invito a sumarse en la tarea de la promoción vocacional, una promoción vocacional que tenga como punto de partida nuestro testimonio de vida. De manera que sean muchos quienes quieran consagrarse al servicio del Reino, viviendo los consejos evangelios de pobreza, castidad y obediencia, según el estilo de vida de nuestro Señor Jesucristo. Así, la misión de la Iglesia,  se verá fortalecida, nos sólo por iluminar cada vez más los diferentes sectores de la sociedad con la luz de Cristo, sino que además, el aumento de vocaciones a la Vida Consagrada se robustecerá.

9. Pidamos a Dios que por intercesión de los santos fundadores de las diferentes Órdenes y Comunidades Religiosas, la luz de Cristo nos ilumine y encienda en nuestros corazones la llama de la fe, y poder así cada día, iluminar la vida y la existencia de muchos hombres y mujeres,  y juntos podamos cantar: “Mis ojos ha visto a tu Salvación” (cf. Lc 2, 30).  Que la santísima Virgen María, modelo de consagración nos enseñe a todos a vivir plenamente nuestra especial vocación y misión en la Iglesia, para la salvación del mundo. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro