Homilía en la Misa con motivo del XXX Aniversario Sacerdotal del Pbro. Arturo Herrera Sánchez

Templo del Señor San José, La Peñuela, Colón, Qro., a 15 de junio de 2013.
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Muy estimados hermanos sacerdotes,
queridos hermanos consagrados y laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

escudo_armendariz1. Al encontrarnos reunidos en esta tarde para celebrar juntos el XXX Aniversario de Ordenación Sacerdotal del P. Arturo Herrera Sánchez, les saludo a todos ustedes en el Señor Jesucristo, el Gran sacerdote de la Nueva Alianza (cf. Hb 8, 6). Quien ha hecho de nosotros un pueblo de sacerdotes. Agradezco al Padre Arturo la amable invitación que ha tenido a bien hacerme, para unirme a su acción de gracias por el extraordinario don que la providencia de Dios le ha permitido vivir, durante ya 30 años de servicio ministerial y de entrega pastoral. Sin duda que Dios, sabe y reconoce lo que Usted guarda en su corazón sacerdotal. Muchas felicidades, que el Señor le siga fortaleciendo para seguir siendo presencia vida de su amor entre los hombres.

2. En este contexto festivo y jubiloso la Palabra de Dios, en palabras del Apóstol,  cuando escribe la Segunda carta a los Corintios (2 Cor 5, 14-21), nos manifiesta dos puntos esenciales que iluminan muy bien el ser y quehacer sacerdotal y que en este acontecimiento podemos renovar y seguir asumiendo.

3. El primero de ellos lo notamos cuando afirma: “El amor de Cristo nos apremia, al pensar que Cristo murió por todos” (v. 14). Pablo se siente totalmente unido a Aquel que le envía y plenamente identificado con El. Cristo ha tomado posesión de su vida, se ha adueñado de él. Ya no es él, el sujeto y protagonista de su propia vida, sino Cristo que vive en él (Gal. 2,20). Se siente apremiado por el amor de Cristo. Ya que vive sólo para El, el amor que tiene a Cristo le impele a que “no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5,15), “para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en ustedes” (2 Tes 1,12). Encendido en el amor de Cristo, Pablo no busca sus intereses, sino los de Cristo (cf. Fil 2,21), sólo desea que el Señor sea reconocido y servido por todos, sólo anhela que la gloria de Cristo se manifieste esplendorosa en todos los suyos. Pero la expresión “nos apremia el amor de Cristo” no indica sólo el amor que Pablo tiene a Cristo, sino sobre todo el amor que Cristo tiene a los hombres, al considerar que uno murió por todos. Es esta consideración y esta contemplación del misterio de la cruz, lo que apremia a Pablo, y no como una exigencia externa, sino como un impulso que le impele desde dentro. Contemplando el amor de Cristo manifestado en la cruz, contemplando a todo hombre como propiedad de Cristo, que ha dado la vida para rescatarle (Gal. 1,4; 2,20), Pablo se siente irresistiblemente apremiado. La caridad del apóstol encuentra su raíz y su fuente en la contemplación de Cristo crucificado.

4. Queridos hermanos sacerdotes, san Pablo nos enseña con esto en qué consiste la caridad pastoral. Pablo es testigo del amor de Dios, manifestado en Cristo, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2,4). Ha hecho suyas las intenciones y deseos de Cristo y está dispuesto a gastarse y desgastarse totalmente por ellos. Toda su entrega apostólica, sus viajes, sus luchas y fatigas, su insistir a todos a tiempo y a destiempo, sólo encuentran su explicación en un corazón invadido por el amor de Cristo a los hombres. Es Cristo mismo, que viviendo en nosotros, amamos también a los hombres con el mismo amor. De hecho, la actitud tan característica de la vida y de la entrega de Jesús, san Pablo la recoge aplicándola a sí mismo en relación con sus comunidades: Pablo está dispuesto a dar la vida por sus cristianos (Fil 2,17) como lo hemos de estar cada uno de nosotros.

5. Queridos hermanos y hermanas, en la predicación del evangelio Pablo nos enseña que no ha sido un mero funcionario que ha cumplido con exactitud una tarea encomendada. Toda su acción evangelizadora ha brotado del inmenso amor que tenía por aquellos a quienes evangelizaba. Cuando escribió a los Tesalonicenses les ha dicho: “amándoles a ustedes, queríamos darles no solo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestras propias vidas, porque habían llegado a sernos muy queridos” (1 Tes 1,8); y explica a continuación cómo ese amor, lejos de reducirse a un simple sentimiento, se expresó de hecho en trabajos y fatigas, trabajando día y noche, evitando ser gravoso a nadie, exhortando a cada uno en particular… En su acción apostólica cotidiana el apóstol reproduce la actitud de Cristo de dar la vida lo cual tendrá una expresión particular en los innumerables padecimientos sufridos por las comunidades y alcanzará su culmen en el martirio.

6. Sin duda Padre Arturo, que tú has sido testigo de estas cosas en tu vida y por eso hoy lo celebremos con tanta alegría y con tanto gozo. Sigue desgastándote para que cada día sean muchos más quienes experimenten en su vida el amor de Dios y crean y experimenten que también por ellos Cristo murió y resucitó.

7. Un segundo elemento que me llama la atención surge precisamente cuando san Pablo afirma: “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo  y que nos confió el ministerio de la reconciliación… Por eso nosotros somos  embajadores de Cristo” (2 Cor 5, 18.20). Por este “ministerio de la reconciliación” toda esclavitud ha sido ya rescatada (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23). Aquí se ve cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros, queridos sacerdotes, debemos entrar en este “ministerio de la reconciliación”, que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor. San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

8. Este ministerio ha de ejercitarse con espíritu de servicio, como amoris officium y dedicación desinteresada al bien del rebaño (cfr. Jn 10, 11; 13, 14). El sacerdote no debe ver su papel reducido al de un simple dirigente. Él es el mediador —el puente—, es decir, quien debe siempre recordar que el Señor y Maestro “no ha venido para ser servido sino para servir” (cfr. Mc 10, 45); que se inclinó para lavar los pies a sus discípulos (cfr. Jn 13, 5) antes de morir en la Cruz y de enviarlos por todo el mundo (cfr. Jn 20, 21). Así el presbítero, comprometido en el cuidado del rebaño que pertenece al Señor, tratará de “proteger el rebaño, de alimentarlo y de llevarlo hacia Él, el verdadero buen Pastor que desea la salvación de todos. Alimentar el rebaño del Señor es, pues, ministerio de amor vigilante, que exige entrega total hasta el agotamiento de las fuerzas y, si fuera necesario, hasta el sacrificio de la vida” (cf. Nuevo directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, n. 25). El ministerio sacerdotal es una empresa fascinante pero ardua, siempre expuesta a la incomprensión y a la marginación, y, sobre todo hoy día, a la fatiga, la desconfianza, el aislamiento y a veces la soledad. El sacerdote, que se sabe ministro de Cristo y de la Iglesia, que actúa como apasionado de Cristo con todas las fuerzas de su vida al servicio de Dios y de los hombres, encontrará en la oración, en el estudio y en la lectura espiritual, la fuerza necesaria para vencer también este peligro (cf. C.I.C., can. 279 § 1.) Sin embargo, los preceptos y la gracia del Señor son nuestra fortaleza y nuestra alegría (cf. Sal 118).

9. Renovemos, pues, queridos sacerdotes, de manera especial Usted padre Arturo, este hermoso don que hemos recibido con la imposición de las manos el día de la ordenación sacerdotal. Que las oraciones de los fieles sean siempre nuestra fortaleza y nuestro baluarte en los momentos de prueba.

10. Que nuestra madre del cielo, la siempre Virgen María, madre y maestra de los sacerdotes, siga intercediendo por cada uno de los sacerdotes de nuestro presbiterio, pidámosle que interceda para que el Señor suscite en el corazón de muchos niños y jóvenes, el deseo de seguirle en el camino del sacerdocio. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro