Homilía en la Misa con motivo de las Ordenaciones Sacerdotales

Plaza “Prebyterorum Ordinis” del Seminario Conciliar de Querétaro, Jueves 6 de junio de 2013.
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Muy queridos Ordenandos,
queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

escudo_armendariz1. Nuestra Iglesia diocesana se llena de júbilo y de alegría por esta celebración eucarística en la cual Dios en su designio salvador, quiere confirmar su deseo de seguir santificando a la Iglesia, mediante el ejercicio del Sacerdocio de su Hijo Jesucristo (cf. Hb 9, 24), confiado de manera singular y prominente en el ministerio de los sacerdotes. Les saludo a cada uno de ustedes, sacerdotes, familiares, bienhechores y amigos que nos acompañan en este día tan importante y especial para la Iglesia de Querétaro. Agradezco a todos ustedes, sacerdotes y fieles, su valiosa presencia en esta mañana, pues ratifica la profunda relación que existe entre la llamada que Dios hace a algunos hermanos nuestros y el compromiso eclesial de cada uno de nosotros al servicio del Reino, en la urgente tarea de la Nueva Evangelización.

2. Agradezco al P. José Luis Salinas Ledesma, Rector del Seminario, la presentación que ha hecho en nombre de la Iglesia de estos 5 jóvenes diáconos, para que reciban la Sagrada Ordenación Sacerdotal; como hemos dicho al manifestar nuestra aceptación “damos gracias a Dios”, pues sin duda que es la providencia de Dios, quien ha suscitado en el corazón estos jóvenes, el valiente deseo de consagrarse totalmente a él, con el único objetivo de “hacer visible y manifestar el amor de Dios en el mundo y en el corazón de los hombres”, llevándoles a una profunda experiencia de fe, de esperanza, pero sobre todo de caridad. Sí, queridos ordenandos este es el único objetivo por el cual Jesús les ha mirado con amor y les ha invitado a asumir su misión como estilo de vida.

3. El rito dela ordenación que estamos celebrando, manifiesta cómo cada uno de ustedes está llamado a hacer viva la belleza de Jesucristo en su existencia y en su misión. Una belleza que nace del misterio trinitario de la comunión. Recibiendo la gracia específica de la Santidad, que llena con la belleza de Jesucristo a la Iglesia y desde la Iglesia al mundo, sirviéndola y edificándola. Es por esta razón que esta mañana deseo reflexionar algunos de los elementos constitutivos del rito de la ordenación, de donde se desprende para ustedes y para todos los sacerdotes, un itinerario de vida espiritual y pastoral a fin de hacer más fructífera su vida ministerial.

4. El primero de ellos lo notamos en la liturgia de la Palabra que describe sencillamente cómo Dios es quien ofrece a su pueblo, “colaboradores” que contribuyan con él en la santificación y en la salvación de su pueblo. El libro de los Números nos narra cómo Moisés ante la delicadeza y la importancia de gobernar bien al pueblo, suplica el auxilio divino; Dios responde indicando la elección de setenta ancianos sabios, prudentes y maestros del pueblo, e infundiendo su espíritu, aquel que ya le había dado a Moisés cuando lo eligió como Patriarca de Israel  (cf. Num 11, 16-17). Esta realidad no sólo aparece como una respuesta inmediata ante las exigencias del pueblo, es una realidad profética que anticipa el envío de Jesucristo, quien ha de tomar verdaderamente sobre sí, como una nodriza en sus brazos a la humanidad y, poder así redimirla de la esclavitud del pecado. Y ofrecerla a Dios, engalanada con el traje de la santidad, valiéndose del ministerio de los sacerdotes a quienes  de modo especial elige  de entre los hermanos, y mediante la imposición de las manos, los hace partícipes de su ministerio de salvación (cf. Prefacio de la ordenación sacerdotal).

5. Queridos ordenandos, las Santas Escrituras nos enseñan que Dios les ha elegidos como colaboradores suyos, lo que significa que ustedes no son los dueños, ni los patrones de la comunidad cristiana, son “próvidos colaboradores del Obispo”, llamados a poner en manos de los hombres y mujeres, las herramientas necesarias para su salvación, para que su vida sea plena, para que vivan una vida feliz, para que comprendan a los ignorantes y extraviados y lleguen al conocimiento de la fe y de la sabiduría divina (cf. Hb 5, 2). Esto exigirá de cada uno de ustedes, que sean hombres de Dios, que conozcan su corazón y que comprendan los que Dios quiere para la humanidad. Una antigua oración de ordenación dice precisamente atendiendo a esta realidad: “llena a tu siervo del espíritu de gracia y de consejo para que se responsabilice de tu pueblo y participe de su gobierno con un corazón puro” (Constituciones Apostólicas VIII, 16., SC 336, 217-219). Ustedes sabrán colaborar y gobernar con su obispo en la medida en la cual tengan un corazón puro, un corazón limpio, lleno de la gracia del Espíritu Santo. No olviden nunca que antes de la predicación es necesario hacer suyas, con su estilo de vida, las palabras que dicen: “Purifica, Señor, mis labios y mi corazón para anunciar fielmente tu evangelio”. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: “con el corazón se cree y con los labios se profesa” (cf. Rm 10, 10). Hoy decimos: “con el corazón se gobierna a la Iglesia y con el testimonio misionero se predica”. El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo. Jesucristo, el Gran colaborador de Dios, desea participarles de su santidad y que así, con su vida, gobiernen a su pueblo santo, al grado de morir por ellos entregando su vida. Por eso, antes de consumar su obra de redención pide al Padre “Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad” (Jn 17, 17), porque los presbíteros han de ser personas santas, que conduzcan al pueblo de Dios a la santidad.

6. Un segundo elemento que es importante resaltar, lo encontramos en la invocación del  Espíritu con la imposición de las manos en silencio y la pegaría de ordenación. Estos tres gestos hacen de la ordenación el clima en el cual Dios vivifica a su Iglesia y consagra la humanidad dispuesta de estos jóvenes, para hacer de ellos presencia viva y salvadora en medio de su pueblo.  Al recibir la Sagrada ordenación somos ungidos con el Espíritu Santo y recibimos la triple misión: anunciar el evangelio, ayudar y aconsejar al propio obispo y presidir la asamblea santa. Una misión que no podemos encapsular y reducir a unos cuantos, a un tiempo específico, a un sector de la sociedad.  El papa Francisco en la misa crismal nos decía que  “sino asumimos la noble tarea de nuestro ser ungidos, corremos el peligro de ʽarranciarnosʼ y en vez de perfumar ʽamargar el corazón” (cf. Homilía misa crismal 2013). A ustedes, queridos diáconos, les ungiremos las manos,  precisamente para que con la fuerza del  Espíritu Santo, “santifiquen al pueblo cristiano y ofrezcan a Dios el Sacrificio”. Cuiden sus manos de las impurezas de la pereza, de la apatía, del conformismo, del desánimo y de la tristeza, más bien levanten la mano siempre para que con su ejemplo de vida bendigan al pueblo, sean para muchos brújula en el camino, antorchas encendidas en la noche del dolor, consuelo en la tristeza, alimento en la carestía, y ofrezcan a muchos el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Vayan en búsqueda de los sufrimientos, las angustias y los dolores de la comunidad, para que tengan así siempre algo que ofrecer a Dios, al pie del altar. Vivan su ministerio al frente de las comunidades, como verdaderos líderes que “presidan” la asamblea eucarística con el espíritu que van a recibir, para propiciar que los fieles puedan escuchar a Dios en el silencio de su Palabra y cumplir su voluntad.  Con el fuego del Espíritu Santo, únanse con el proceso diocesano a la historia de salvación en el camino de la evangelización, mediante la Misión Permanente y el Plan Diocesano de Pastoral.

7. Resalto por último, uno de los gestos más bonitos de esta celebración. Aquellos que forman parte del presbiterio, como un signo de comunión colegial, después del Obispo, también impondrán las manos. Con ello, se refleja que el don de Dios recibido configura la existencia y la misión de los presbíteros y, les da una identidad relacional, es decir, unidos a Cristo Apóstol y Gran Sacerdote, forman un único colegio en la diócesis. Jóvenes diáconos, bienvenidos al presbiterio diocesano, siéntanse parte y siéntanse comprometidos, busquen arraigarse con estrechos lazos de amistad y fraternidad, no descuiden sus amistades, pero amistades sacerdotales que les alienten y les impulsen a vivir entregados. Busquen un director espiritual, pues solamente un “corazón sacerdotal” es capaz de entender otro “corazón sacerdotal”. Hermanos presbíteros, recíbanles como los hermanos pequeños, sean testimonio vivo para cada uno de ellos y sobretodo, continúen colaborando en su formación, mediante el proceso de la formación permanente; ahora serán ustedes “co-formadores” de estos jóvenes presbíteros.

8. A los familiares y amigos les invito a no dejar de orar y pedir por el fecundo ministerio de los sacerdotes, el papel de la familia en la vida sacerdotal es muy importante,  respetando los espacios y las responsabilidades sacerdotales, no dejen solos a sus hijos, siempre es bueno estar al pendiente de ellos.

9. Que Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, patrona de nuestra Diócesis, interceda constantemente por cada uno de ustedes, pues la  Siempre Virgen es para nosotros los sacerdotes Madre, que los nos conduce a Cristo, a la vez que nos hace amar auténticamente a la Iglesia y nos guía al Reino de los Cielos. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro