Homilía en la Misa con motivo de la Mariapolis 2013

Casa de espiritualidad de los Misioneros del Espíritu Santo, 15 de septiembre de 2013
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Queridos hermanos y hermanas miembros del Movimiento Eclesial de los Focolares:

1. Me alegra poder encontrarme con ustedes en esta mañana de domingo y poder celebrar juntos la fe, en el marco de esta “Mariapolis”, cuyo objetivo es reflexionar en “el amor al hermano” en un ambiente de retiro, de oración y de reflexión. Les saludos a cada uno con grande afecto. Saludo especialmente a Don  Gustavo Alvarado, corresponsable en México del movimiento. Gracias por ofrecer a muchos el carisma del movimiento con la finalidad de que cada vez más seamos uno en Cristo (cf. Jn 17, 21).

2. En la liturgia de la Palaba de este domingo se nos invita a mirar y confiar en la misericordia de Dios. Jesús nos devela a un Dios que está más interesado en recuperar lo perdido, que en guardar lo que nunca se le va a extraviar; más se fatiga por recuperar lo que es suyo, que por conservarlo en su poder. En el Evangelio —el capítulo 15° de san Lucas— Jesús narra las tres “parábolas de la misericordia”. Cuando habla del pastor que va tras la oveja perdida, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. De hecho, el pastor que encuentra la oveja perdida es el Señor mismo que toma sobre sí, con la cruz, la humanidad pecadora para redimirla. El hijo pródigo, en la tercera parábola, es un joven que, tras obtener de su padre la herencia, «se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino» (Lc 15, 13). Cuando quedó en la miseria, se vio obligado a trabajar como un esclavo, aceptando incluso alimentarse de las algarrobas destinadas a los animales. «Entonces —dice el Evangelio— recapacitó» (Lc 15, 17). «Las palabras que prepara para cuando llegue a casa nos permiten apreciar la dimensión de la peregrinación interior que ahora emprende…, vuelve “a casa”, a sí mismo y al padre». «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo» (Lc 15, 18-19). San Agustín escribe: «El Verbo mismo clama que vuelvas, porque sólo hallarás lugar de descanso imperturbable donde el amor no es abandonado» (Confesiones, iv, 11). «Estando él todavía lejos, lo vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo besó efusivamente (Lc 15, 20) y, lleno de alegría, hizo preparar una fiesta.

3. Queridos  hermanos, ¿cómo no abrir nuestro corazón a la certeza de que, a pesar de ser pecadores, Dios nos ama? Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, siempre es el primero en recorrer el camino que nos separa de él. El libro del Éxodo que escuchamos n la primera lectura, nos muestra cómo Moisés, con confianza y súplica audaz, logró, por decirlo así, desplazar a Dios del trono del juicio al trono de la misericordia (cf. 32, 7-11.13-14). El arrepentimiento es la medida de la fe; y gracias a él se vuelve a la Verdad. Escribe el apóstol san Pablo: «Encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad» (1 Tm 1, 13). Retomando la parábola del hijo que regresa «a casa», notamos que cuando aparece el hijo mayor indignado por la acogida festiva dada a su hermano, de nuevo es el padre quien sale a su encuentro y sale para suplicarle: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). Sólo la fe puede transformar el egoísmo en alegría y restablecer relaciones justas con el prójimo y con Dios. «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse —dice el padre— porque este hermano tuyo… estaba perdido, y ha sido hallado» (Lc 15,32). El papa Francisco escribe en su encíclica sobre la fe: “La fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable” (cf. Lumen fidei, 50). De este modo comprendemos que como cristianos el amor al hermano no es un amor pasional o un amor filantrópico, sino un amor cristiano.

4. Para poder contribuir en el proyecto del Reino, es necesario que esta experiencia la compartamos a los demás, por ello, cuando salimos a recorrer las calles en la Misión Permanente, hablamos del amor de Dios no como una teoría aprendida de manera excelente y rutinaria, sino como un testimonio que se comparte a los hermanos que se avergüenzan de sí mismos, angustiados por alguna situación familiar o por algunos tropiezos en la vida. Por ello el misionero, como Jesús, es generador de esperanza y quiere inyectar la misericordia y ternura de Dios en el dolorido corazón de muchos, que necesitan la sanación de Dios. Estamos convencidos de que el camino evangelizador hoy, es decir, el medio para llevar buenas noticias, somos cada uno de nosotros, que tenemos que “entregar la estafeta de manera personal”, nos lo señala el Papa Francisco, ya que la misión es un legado que hay que compartir con los hermanos personalmente, casa por casa, familia por familia. La Iglesia debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías, profesándola principalmente como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y encarnarla en la vida bien sea de sus fieles, bien sea—en cuanto posible—en la de todos los hombres de buena voluntad. La Iglesia—profesando la misericordia y permaneciendo siempre fiel a ella—tiene el derecho y el deber de recurrir a la misericordia de Dios, implorándola frente a todos los fenómenos del mal físico y moral, ante todas las amenazas que pesan sobre el entero horizonte de la vida de la humanidad contemporánea, como la enfermedad, la guerra y tantos signos de muerte que nos acechan.

5. A mí personalmente me llena de gozo saber que el Movimiento de los Focolares, desde hace ya casi 70 años, está extendido por todo el mundo, que cuenta con dos millones de simpatizantes. Buscando difundir el carisma en la promoción de la unidad entre las personas. Favoreciendo el diálogo ecuménico y facilitando el retorno a la fe a personas de toda clase y condición.

6. Queridos hermanos y hermanas en nuestro tiempo, la humanidad necesita que se proclame y testimonie con vigor la misericordia de Dios. Necesitamos creer que Dios nos ama y nos perdona, que su misericordia es posible en cada uno de nosotros. La verdadera religión consiste, en entrar en sintonía con el Corazón de Cristo «rico en misericordia», que nos pide amar a todos, incluso a los lejanos y a los enemigos, imitando al Padre celestial, que respeta la libertad de cada uno y atrae a todos hacia sí con la fuerza invencible de su fidelidad. El camino que Jesús muestra a los que quieren ser sus discípulos es este: «No juzguéis…, no condenéis…; perdonad y seréis perdonados…; dad y se os dará; sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36-38). En estas palabras encontramos indicaciones muy concretas para nuestro comportamiento diario de creyentes.

7. El significado verdadero y propio de la misericordia en el mundo no consiste únicamente en la mirada, aunque sea la más penetrante y compasiva, dirigida al mal moral, físico o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre. Así entendida, constituye el contenido fundamental del mensaje mesiánico de Cristo y la fuerza constitutiva de su misión.

8. Les animo a que aprovechen estas jornadas de oración y meditación en un ambiente de fraternidad y de comunión. Siéntase privilegiados pro tener un espacio como este para encontrarse con Dios y con su misericordia.

9. En la Iglesia hoy celebramos la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores. Pidámosle que nos obtenga el don de confiar siempre en el amor de Dios y nos ayude a ser misericordiosos como nuestro Padre que está en los cielos.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro