Homilía en la Misa con motivo de la Consagración del Municipio de Corregidora a los Sagrados Corazones de Jesús y María

Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito, Corregidora, Qro., 21 de Noviembre de 2012
― Annus fidei  ―

 

Estimados Sacerdotes Diocesanos y Religiosos,
muy queridos miembros de la Vida Consagrada,
distinguidas autoridades civiles,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
 

Les saludo a todos ustedes en el Señor, deseando que el amor de Dios (cf. 1 Jn 4, 8ª), sea una realidad en cada uno de ustedes, a fin de que puedan vivir una vida plena, consagrada a Dios, viviendo realmente como pueblo elegido, entre todos los pueblos de la tierra (cf. Dt 7, 6). Saludo a los Señores Curas de las parroquias de este municipio, a los rectores de los Santuarios, particularmente agraadezco al Guardián de este lugar Fr. Ignacio De la Cruz, por albergarnos a los pies de Nuestra Señora del Pueblito, para llevar a cabo este acto de consagración que quiere ser una oportunidad para renovar nuestro compromiso bautismal; significativamente en este tiempo que la Madre Iglesia nos regala con el año de la fe. Agradezco la presencia de las autoridades civiles aquí presentes, al Sr. Alcalde Don Antonio Zapata Guerrero, quien en nombre de su comunidad, consagra a Dios este municipio de Corregidora. Reconocemos y agradecemos la presencia del Sr. John Rick Miller, por esta iniciativa tan hermosa, de la “Misión por el amor de Dios en todo el mundo”, es sin duda una manifestación de la fuerza renovadora del Espíritu de Dios en nuestra Iglesia.

La Palabra de Dios que hemos escuchado en esta tarde, nos da la pauta para llevar a cabo esta acción y nos ilumina, a fin de hacer efectivo el mensaje  del amor de Dios hacia todos los pueblos. El texto del evangelio de Mateo que ha sido proclamado, es la oración con la cual Jesús agradece a Dios, su revelación a los pequeños e invita a todos los oprimidos a seguirlo (11, 25-30). Este texto se suele llamar Himno de júbilo o Himno de júbilo mesiánico. Se trata de una oración de reconocimiento y de alabanza, como hemos escuchado. Por tanto, la expresión con la que Jesús inicia su oración contiene su reconocimiento profundo y plenamente de la acción de Dios Padre, y, juntamente, su estar en total, consciente y gozoso acuerdo con este modo de obrar, con el proyecto de su Padre. El Himno de júbilo es la cumbre de un camino de oración en el que emerge claramente la profunda e íntima comunión de Jesús con la vida del Padre en el Espíritu Santo y se manifiesta su filiación divina. A la cual cada uno de nosotros accede por medio del bautismo.

Jesús se dirige a Dios llamándolo “Padre”. Este término expresa la conciencia y la certeza de Jesús de ser “el Hijo”, en íntima y constante comunión con él, y este es el punto central y la fuente de toda oración de Jesús. Jesús dice: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt, 11, 27). Jesús, por tanto, afirma que sólo “el Hijo” conoce verdaderamente al Padre. Todo conocimiento entre las personas —como experimentamos todos en nuestras relaciones humanas— comporta una comunión, un vínculo interior, a nivel más o menos profundo, entre quien conoce y quien es conocido: no se puede conocer sin una comunión del ser. Jesús muestra que el verdadero conocimiento de Dios presupone la comunión con él. Hermanos y hermanas, sólo estando en comunión con el otro comienzo a conocerlo; y lo mismo sucede con Dios: sólo puedo conocerlo si tengo un contacto verdadero, si estoy en comunión con él. Por lo tanto, el verdadero conocimiento está reservado al Hijo, al Unigénito que desde siempre está en el seno del Padre (cf. Jn 1, 18), en perfecta unidad con él. Sólo el Hijo conoce verdaderamente a Dios, al estar en íntima comunión del ser; sólo el Hijo puede revelar verdaderamente quién es Dios. Nosotros también somos hijos en el hijo, y por ellos podemos acceder al conocimiento del Padre. Un conocimiento que no se debe reducir a algo intelectual, sino a una experiencia personal y existencial.

En el evangelio vemos que Al nombre “Padre” le sigue un segundo título, “Señor del cielo y de la tierra” (v. 25). Jesús, con esta expresión, recapitula la fe en la creación y hace resonar las primeras palabras de la Sagrada Escritura: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1, 1). Orando, él remite a la gran narración bíblica de la historia de amor de Dios por el hombre, que comienza con el acto de la creación. Jesús se inserta en esta historia de amor, es su cumbre y su plenitud. En su experiencia de oración, la Sagrada Escritura queda iluminada y revive en su más completa amplitud: anuncio del misterio de Dios y respuesta del hombre transformado. Pero a través de la expresión “Señor del cielo y de la tierra” podemos también reconocer cómo en Jesús, el Revelador del Padre, se abre nuevamente al hombre la posibilidad de acceder a Dios.

Queridos hermanos y hermanas, hagámonos ahora la pregunta: ¿a quién quiere revelar el Hijo los misterios de Dios? Al comienzo del Himno, Jesús expresa su alegría porque la voluntad del Padre es mantener estas cosas ocultas a los doctos y los sabios y revelarlas a los pequeños (cf. Mt 11, 25). En esta expresión de su oración, Jesús manifiesta su comunión con la decisión del Padre que abre sus misterios a quien tiene un corazón sencillo: la voluntad del Hijo es una cosa sola con la del Padre. La revelación divina no tiene lugar según la lógica terrena, para la cual son los hombres cultos y poderosos los que poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más sencilla, a los pequeños. Dios ha usado un estilo muy diferente: los destinatarios de su comunicación han sido precisamente los “pequeños”. Esta es la voluntad del Padre, y el Hijo la comparte con gozo. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Su conmovedor “¡Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el “Fiat” de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1, 9)” (Cf. n. 2603). De aquí deriva la invocación que dirigimos a Dios en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”: junto con Cristo y en Cristo, también nosotros pedimos entrar en sintonía con la voluntad del Padre, llegando así a ser sus hijos también nosotros. Jesús, por lo tanto, en este Himno de júbilo expresa la voluntad de implicar en su conocimiento filial de Dios a todos aquellos que el Padre quiere hacer partícipes de él; y aquellos que acogen este don son los “pequeños”.

Pero, ¿qué significa ser pequeños, sencillos? ¿Cuál es la pequeñez que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a aceptar su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud de fondo de nuestra vida? Miremos el Sermón de la montaña, donde Jesús afirma: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no tiene necesidad de nadie, ni siquiera de Dios. La consagración que estamos por hacer, no es otra cosa sino reconocernos sencillos y pequeños ante Dios, para asumir su voluntad y el deseo de vivir una vida totalmente entregada a él. Todos, pastores, laicos, autoridades políticas, jóvenes y niños, estamos invitados a asumir este estilo de vida y a vivirlo en los ambientes donde nos desenvolvamos.

Es interesante también señalar la ocasión en la que Jesús prorrumpe en este Himno al Padre. En la narración evangélica de Mateo es la alegría porque, no obstante las oposiciones y los rechazos, hay “pequeños” que acogen su palabra y se abren al don de la fe en él. El Himno de júbilo, en efecto, está precedido por el contraste entre el elogio de Juan Bautista, uno de los “pequeños” que reconocieron el obrar de Dios en Cristo Jesús (cf. Mt 11, 2-19), y el reproche por la incredulidad de las ciudades del lago “donde había hecho la mayor parte de sus milagros” (cf. Mt 11, 20-24). Mateo, por tanto, ve el júbilo en relación con las expresiones con las que Jesús constata la eficacia de su palabra y la de su acción: “Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: lo ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!” (Mt 11, 4-6). Hermanos y hermanas, cada uno de nosotros seremos pequeños, cuando acojamos la palabra de Dios y asumamos el compromiso de anunciar lo que Dios ha hecho con nuestra vida.

Jesús, en este texto nos hace uno de los llamamientos más apremiantes: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Jesús pide que se acuda a él, que es la verdadera sabiduría, a él que es manso y humilde de corazón”; propone “su yugo”, el camino de la sabiduría del Evangelio que no es una doctrina para aprender o una propuesta ética, sino una Persona a quien seguir: él mismo, el Hijo Unigénito en perfecta comunión con el Padre.

Queridos hermanos y hermanas, hemos gustado por un momento la riqueza de esta oración de Jesús. También nosotros, con el don de su Espíritu, podemos dirigirnos a Dios, en la oración, con confianza de hijos, invocándolo con el nombre de Padre, “Abbà”. Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de los “pobres en el espíritu” (Mt 5, 3), para reconocer que no somos autosuficientes, que no podemos construir nuestra vida nosotros solos, sino que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarlo, escucharlo, hablarle. La oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría, que es Jesús mismo, para cumplir la voluntad del Padre en nuestra vida y encontrar así alivio en el cansancio de nuestro camino.

Estamos invitados a dejarnos aceptar por Jesús. Casi como en un ultimo intento, Jesús convoca a quienes se sienten cansados, trabajados, cargados, agobiado, deprimido… Preciosa y muy necesaria invitación en estos tiempos, en que cada vez más personas se sienten defraudadas, engañadas en sus esperanzas, estafadas y desanimadas. Estamos invitados a “engancharnos” en la obra de Jesús. Permitamos que Jesús nos revele al Padre, el Dios de la vida. Ir conociendo a Dios en la escuela de Jesús es una experiencia liberadora, que nos impulsa a actuar en el espíritu del Evangelio. No es una experiencia “facilista”, al estilo de “Deje de sufrir”, “Todo se arregla mejor con Jesucristo”; o cualquiera de las múltiples ofertas que prometen soluciones y curas mágicas para todos los males, revelaciones “auténticas”, conocimientos “milenarios” y experiencias “profundas”; y que sólo juegan sucio con las múltiples necesidades de las personas oprimidas, desesperadas y deprimidas. El criterio no es la solución milagrera de todos los males, sino la opción de Jesús por los más pequeños, excluidos y débiles de la sociedad. Contrariamente a toda solución ligera, la vinculación con Jesús, vivida en la aceptación de su Palabra proclamada, otorga dignidad y valor a las personas como sujetos, para que puedan desarrollar fuerza y esperanza para su vida personal y su compromiso con la sociedad. La relación vital con Jesús nos facilita ver, sentir y actuar con responsabilidad en medio de las cruces de nuestro tiempo. Cuan yugo, pero en el sentido de actitud, nos ayuda a sobrellevar mejor estas cruces. Con ello, el Señor nos anima a colaborar con la transformación de las situaciones de pecado y muerte en situaciones de esperanza y vida.

Santa María del Pueblito nos enseña cómo hacer vida el evangelio, pues en su estilo de ser humilde y sencilla, escuchó la voz de Dios y presurosa se dirigió a su prima Isabel, para contarle lo que por ella, había hecho el Señor. Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, cuyo Inmaculado Corazón contemplamos con viva fe. Que nos acompañe la Virgen santísima, nuestra Madre, en este año de la fe, a fin de que podamos vivir este evangelio firmes en la esperanza que es capaz de salvarnos. ¡Amén!

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de  Querétaro