Homilía en la Misa celebrada en la Visita de la Venerada Imagen de la Virgen de El Pueblito a la Santa Iglesia Catedral

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, a 13 de Abril de 2013
Año de la Fe – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Queridos hermanos y hermanas:

escudo_armendariz1. Les saludo a todos ustedes aún con el júbilo de la alegría pascual, y la certeza de que Cristo ha resucitado. En esta mañana de primavera nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, felices y contentos por la tradicional visita que la Venerada Imagen de Nuestra Señora del Pueblito, hace a esta la catedral del Obispo. Con ello se pone de manifiesto que el Obispo, como pastor y guía de la comunidad diocesana, también  reconoce en Santa María del Pueblito, el modelo de Madre, que Dios nos ha dado como ejemplo y poder así vivir en la escucha de la Palabra y en la obediencia de la fe, que ella misma asumió como un estilo de vida, capaz de transformar el corazón y las costumbres de muchos hombres y mujeres, no sólo de hace veinte siglos, sino también de nuestro tiempo, de nuestra historia y de nuestra cultura.

2. Es precisamente en este contexto y en el ambiente el año de la Pastoral Social que vivimos en la Diócesis, que deseo reflexionar con ustedes la Palabra de Dios que hemos escuchado. El texto de evangelio de Lucas (1, 39-56) sitúa el canto de María en el contexto de la visitación (1, 39-56). Isabel, internamente llena del Espíritu, ha exaltado la grandeza de María declarándola «bendita» y portadora de la bendición definitiva que se concreta en el fruto de su vientre, Jesucristo (1, 42.1, 45). Hoy como Isabel podemos decir ¿quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme? María ha respondido con palabras de sonido antiguo y contenido absolutamente nuevo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor»(cf. 1 Sam 2, 1-10). Toda su grandeza es don de Dios y debe culminar gozosamente en canto de alabanza. El canto de María testimonia la certeza de que llega el cambio decisivo de la historia de los hombres: Jesús es portador de aquella plenitud escatológica que el pueblo de Israel buscaba ansiosamente. Con palabras del Antiguo Testamento y en un contexto de piedad israelita, el canto que Lucas ha puesto en labios de María, expresa la certeza de que estamos ya en el culmen de la historia: Los caminos de los hombres han llegado hasta el final, todas sus leyes han sido ineficaces. Pues bien, es ahora cuando viene a mostrarse el verdadero camino de Dios entre los hombres.

3. Leído este texto a la luz del misterio pascual, no sólo se contempla como una realidad posible sino que se confirma esta realidad en la Iglesia. El canto de María es un testimonio de la manifestación transformante de Dios sobre la historia, ejecutado hermosamente con su Encarnación, pero más admirablemente aún llevado a cumplimiento definitivo con su Resurrección. Dios se hallaba velado tras el fondo de injusticia original de nuestro mundo, aparecía como apoyo y garantía de la fuerza de los grandes (los soberbios, poderosos, ricos de la tierra). Ciertamente había una palabra de esperanza contenida en las promesas de Abraham y de su pueblo; pero el mundo en su conjunto estaba ciego, abandonado de Dios y sometido a los poderes de la tierra, que, de un modo o de otro, acaban divinizándose a sí mismos. Pues bien, sobre ese fondo de «injusticia» se ha venido a manifestar la verdadera intimidad de Dios, por medio de Jesús el Cristo: Dios se desvela como la fuerza de la santidad misericordiosa que «enaltece a los humildes, colma a los hambrientos» y demuestra que la seguridad de los grandes es totalmente vacía.

4. Hermanos y hermanas, resulta impresionante descubrir la hondura de contenido social de esta alabanza de María. La presencia de Dios sobre la tierra se traduce o tiene que traducirse, en una transformación que cambia todos los fundamentos de la historia. Dios se ha definido por Jesús como el amor que auxilia y enriquece a los pequeños. El intento de aplicación concreta de esta certeza radical del cristianismo, contenida en el canto de María, significaría la más profunda de todas las revoluciones sociales de la historia. Nosotros como María estamos llamados a sumir el desafío de la liberación de los oprimidos, a dispersar a los de corazón altanero, a los hambrientos colmarlos de bienes.

5. Pero este canto es algo más que una “proclama social”,  nos descubre que solamente Dios es la riqueza verdadera; por eso, el que se encuentra lleno de sí mismo y de sus cosas, en realidad está vacío. Solamente abriéndose a la hondura de Dios y de su amor, al recibir la gracia del perdón y al extenderla hacia los otros, el hombre llega a convertirse verdaderamente en rico. Los obispos en Aparecida hemos dicho: “Vivimos un cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios; “aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo… Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas” (DA 44).

6. Este canto es finalmente el himno de la gloria a María. Se le glorifica porque ha creído en Dios y ha permitido que Dios realice obras grandes por medio de ella. Por eso «la proclamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1, 48). Aquí, en el principio del evangelio de Lucas, encontramos el principio del culto cristiano a María y la certeza de su valor y pervivencia. Como cristianos en este momento histórico que celebramos el año jubilar diocesano, apoyados en toda la historia de la Iglesia, seguimos cantando la grandeza de María, procurando hacer presente su mensaje, tal como ha sido formulado en nuestro texto por san Lucas.

7. María conserva en su corazón las palabras que vienen de Dios y, uniéndolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas. En su escuela queremos aprender también nosotros a ser discípulos atentos y dóciles del Señor. Con su ayuda maternal deseamos comprometernos a trabajar solícitamente en la «obra» de la paz, de la justicia, de los pobres y desvalidos, tras las huellas de Cristo, Príncipe de la paz. Siguiendo el ejemplo de la Virgen santísima, queremos dejarnos guiar siempre y sólo por Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro