Homilía en la Misa celebrada en el VI Encuentro Diocesano de Agentes de Pastoral de la Comunicación

Capilla del Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe,
Santiago de Querétaro, Qro, a 23 de febrero de 2013.
Annus Fidei – Año Jubilar Diocesano.

 

Muy queridos hermanos y hermanas:

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  • 1. Les saludo a cada uno de ustedes al encontrarnos reunidos en esta celebración eucarística, en la cual viviendo este itinerario cuaresmal,  queremos encontrarnos con la palabra de Dios que nos comunica el mensaje de salvación y de esta manera, asumir juntos un compromiso decidido en la tarea de la Nueva Evangelización. De modo muy especial saludo al P. Saúl Ragoitia Vega, Presidente de la Comisión Diocesana para la Pastoral de la Comunicación Social. Me alegra mucho celebrar con ustedes este VI Encuentro Diocesano, cuyo tema escogido para este año ha sido: “Las redes sociales en México y la Iglesia”. De esta manera nuestra comunidad diocesana, “fundada por Cristo el Señor para llevar la salvación a todos los hombres y, en consecuencia, urgida por la necesidad de evangelizar, considera que forma parte de su misión predicar el mensaje de salvación, con la ayuda, también, de los medios de comunicación social, y enseñar a los hombres su recto uso” (cf. Decreto del Concilio Vaticano II sobre los medios de comunicación social Inter mirifica, 3). Agradezco a cada uno de ustedes los agentes de esta pastoral en cada parroquia, su disposición que muestran, en esta noble tarea, que nos compete a todos y que es parte esencial en el ser y quehacer de la Iglesia.

2. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior. Deseo que reflexionar con ustedes en esta tarde en un tema que la entera liturgia de la palabra  de este día nos propone. Le pedíamos a Dios en la oración de la misa, que  “haga que se conviertan a él nuestros corazones,  a fin de que viviendo consagrados enteramente a su servicio,  le busquemos siempre  y nos dediquemos a las prácticas de las obras de misericordia” (Or. Colecta). Con estas palabras vemos reflejado no sólo  lo que deseamos sino lo que ya somos. Pues en Cristo, por el bautismo, hemos sido consagrados a Dios.

3. En la primera lectura, Moisés comunica al pueblo de Israel el deseo más profundo que Dios tiene en su corazón, “llegar a constituir a Israel como su pueblo elegido, como el pueblo de su propiedad” (cf. Dt 26, 17). Estas palabras reflejan no sólo una intensión pasajera por parte de Dios, sino que constituyen el proyecto universal y más hermoso que Dios tiene pensado, para quienes reconociéndole como su Señor y su Dios, decidan cumplir sus mandamientos. Dios le ha declarado a Moisés la intensión de que Israel será el pueblo de su propiedad con la condición de que guarde sus mandamientos, poniéndolos en práctica  con todo su corazón y con todo su alma. Una realidad que exige no sólo conocer la ley, sino amarla practicándola. Para esto es necesario cumplir en todo momento la ley del Señor, su voluntad. Dios exigió a su pueblo elegido, por la alianza, la fidelidad, la adhesión total cuyo signo es la obediencia a sus mandatos. La recompensa a esa fidelidad era precisamente ser el pueblo santo del Señor. Con el término «santo» se describe en primer lugar la naturaleza de Dios mismo, su modo de ser del todo singular, divino, que corresponde sólo a Él. Sólo Él es el auténtico y verdadero Santo en el sentido originario. Cualquier otra santidad deriva de Él, es participación en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Por tanto, consagrar algo o alguno significa dar en propiedad a Dios algo o alguien, sacarlo del ámbito de lo que es nuestro e introducirlo en su ambiente, de modo que ya no pertenezca a lo nuestro, sino enteramente a Dios. Consagración es, pues, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o la persona ya no nos pertenece, ni pertenece a sí misma, sino que está inmersa en Dios. De esta manera la santidad  no sólo es distinción, sino también obediencia: Si la vocación del hombre es ser santo, cada uno realiza su vocación cuando se reconoce creado a imagen y semejanza de Dios y se conforma a dicha imagen sin desfigurarla (cf. Benedicto XVI, Homilía de la Misa crismal, 2009).

4. En el evangelio Jesús, hablándole a sus discípulos hace una relectura de esta realidad y lanza la novedad de evangelio: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). De este modo para llegar a ser santos y pertenecerle totalmente a Dios, como pueblo elegido, es necesario vivir la ley suprema de Dios que consiste en el amor. cuya perfección se manifiesta ante todo en el amor a los enemigos. El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―,  por lo que está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios. El Santo Padre Benedicto XVI, nos ha dicho en su mensaje para esta cuaresma: “La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor… La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7)” (Benedicto XVI,  Mensaje de cuaresma 2013, 1).

5. Queridos hermanos y hermanas, agentes de la Pastoral de la Comunicación, en esta novedad que Jesús nos enseña, está la importancia y el fundamento de nuestro ser y quehacer en la Iglesia,  es importante que anunciemos a muchos el mensaje  del amor de Dios. Es importante que como los “Nuevos Moisés” de nuestro tiempo, comuniquemos el deseo más hermoso y más profundo que se anida en el corazón de Dios. “Que los hombres y mujeres de nuestro tiempo, llenen a ser una nación santa, una nación consagrada a Dios, guardando sus leyes en su corazón, escuchando su voz y cumplimento sus mandamientos” (Dt 26,17). Por esto nosotros, como “discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar este Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (DA 29).  Los medios de comunicación son herramientas que nos ayudan a esta tarea. “A la Iglesia, pues, le corresponde el derecho originario de utilizar y poseer toda clase de medios de este género, en cuanto que sean necesarios o útiles para la educación cristiana y para toda su labor de salvación de las almas” (cf. Decreto del Concilio Vaticano II sobre los medios de comunicación social Inter mirifica, 3).

6. El papa nos decía en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales  en este año, algo que a mí me ha llamado mucho la tención y en cierto sentido me ha preocupado: “Las redes se convierten, cada vez más, en parte del tejido de la sociedad, en cuanto que unen a las personas en virtud de estas necesidades fundamentales. Las redes sociales se alimentan, por tanto, de aspiraciones radicadas en el corazón del hombre”, (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las comunicaciones Sociales). Esto nos tiene que llevar a dos cosas, en primera lugar a evangelizar a los comunicadores y en segundo lugar, cada uno de  nosotros estamos llamados a llenar del evangelio los medios de comunicación, de manera que sea Jesucristo el contenido fundamental que alimente esos corazones. El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencias de vida: todos buscamos la verdad y compartimos este profundo anhelo, sobre todo en nuestro tiempo en el que, cuando se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales.

7. Confiemos en que los deseos fundamentales del hombre de amar y ser amado, de encontrar significado y verdad ―que Dios mismo ha colocado en el corazón del ser humano― hagan que los hombres y mujeres de nuestro tiempo estén siempre abiertos a la «luz amable» de la fe.  Que María, nos enseñe el camino para llevar la buena nueva de su Hijo, hasta los últimos rincones de la tierra. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro