Homilía en la Misa celebrada con la Confederación Internacional de Movimientos Familiares Cristianos

Homilía en la Celebración Eucarística con motivo de la
Asamblea General Extraordinaria de la Confederación Internacional de Movimientos Familiares Cristianos
Casa de espiritualidad de las Hermanas Marcelinas, El Pueblito, Villa Corregidora, 31 de enero del 2014
Año de la Pastoral Litúrgica – Año Jubilar Diocesano

 

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría les saludo a cada uno de ustedes en esta mañana al celebrar la Santa Eucaristía, mediante la cual queremos dar inicio a los trabajos de la Asamblea General Extraordinaria de la Confederación Internacional de Movimientos Familiares Cristianos; es un gusto poder recibirles en esta ciudad a cada uno de ustedes quienes han venido de diferentes partes del mundo, representando a miles de familias que con alegría buscan imitar el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Me complace saludar al P. Guillermo Muñiz Vargas, Asesor Espiritual Internacional del Movimiento Familiar Cristiano, así como al Matrimonio de Rosalinda y Jorge Carrillo, Presidentes Mundiales de este Movimiento Eclesial. San bienvenidos a esta su casa. Que los trabajos y el discernimiento que aquí se hagan, logren hacer mella en la tarea de la Nueva Evangelización en cada una de las comunidades a las que ustedes representan, anclados en la convicción de que Jesús es quien nos ha llamado a cada uno, para llevar el mensaje de la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra.

2. Celebramos esta Santa Misa en el contexto de la memoria litúrgica de San Juan Bosco, el gran educador cuya pasión fue “la gloria y la salvación de las almas”, mediante una profunda espiritualidad, el espíritu de iniciativa creativa, el dinamismo apostólico, la laboriosidad incansable, la audacia pastoral y, sobre todo, su consagración sin reservas a Dios y a los jóvenes. Al celebrar hoy su memoria, San Juan Bosco nos enseña que indudablemente la tarea de la Nueva Evangelización tendrá que atender con premura la “emergencia educativa”. Pues como ha dicho el papa Benedicto XVI: “Educar nunca ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil; por eso, muchos padres de familia y profesores se sienten tentados de renunciar a la tarea que les corresponde, y ya ni siquiera logran comprender cuál es de verdad la misión que se les ha confiado. En efecto, demasiadas incertidumbres y dudas reinan en nuestra sociedad y en nuestra cultura; los medios de comunicación social transmiten demasiadas imágenes distorsionadas. Así, resulta difícil proponer a las nuevas generaciones algo válido y cierto, reglas de conducta y objetivos por los cuales valga la pena gastar la propia vida” (cf. Discurso  en  la entrega a la diócesis de Roma de la carta sobre la tarea urgente de la educación, 23 de febrero de 2008:  L’Osservatore  Romano, edición en lengua española, 29 de febrero de 2008, p. 6). La Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, de preparación cultural actualizada, de genuina sensibilidad humana y de fuerte sentido pastoral. Necesita personas que dediquen su vida a estar en estas fronteras. Sólo así será posible evangelizar de forma eficaz, anunciar al Dios de Jesucristo y así la alegría de la vida. En este campo el papel de la familia es fundamental e insustituible.

3. La liturgia de la palabra que hemos escuchado hoy, nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.

4. En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios” (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola).

5. Queridos hermanos, a la familia corresponde en primer lugar  un “espacio ejemplar”  para dar testimonio de la fe, por su capacidad profética de vivir  los valores fundamentales de la experiencia cristiana: dignidad y complementariedad del hombre y de la mujer, creados a imagen d Dios (cf. Gn 1, 27), apertura a la vida, participación y comunión, dedicación a los más débiles, atención educadora, confianza en Dios, como fuente del amor que realiza la unión.  Por otra parte la Iglesia la familia  tiene el deber  de educar y transmitir la fe cristiana  desde el comienzo  de la vida humana. El Papa Francisco en su encíclica sobre la fe nos enseña que “En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe” (Lumen fidei, 23). Dios, hace su parte “grabando en el corazón de cada ser humano la ley divina, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal” (cf. GS, 16).

6. La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.

7. La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos parábolas de hoy ese misterio representa un “crecimiento” y un “contraste”: el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios.

8. La familia es llamada desde antiguo la “micra ecclesía”, es decir, la “pequeña Iglesia”, lo cual nos hace pensar, en la familia como la semilla de mostaza. Si en la fragilidad y pequeñez de su realidad, pero más bien en el potencial que guarda en sus entrañas de madre en su seno familiar.  Es por ello que como Movimiento y respondiendo a los objetivos planteados para esta reunión, es importante fortalecer as estrategias que ayuden a la familia a re-descubrir en sí misma la belleza de la unión santa del matrimonio. Los Obispos en la V Conferencia del Episcopado y del Caribe en Aparecida, Brasil,  hemos dicho que “La familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer, signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia” (DA, 428). Además, “Dado que la familia es el valor más querido por nuestros pueblos, creemos que debe asumirse la preocupación por ella como uno de los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la Iglesia” (DA, 430).

9. Para tutelar y apoyar la familia, el Movimiento Familiar Cristiano deberá por lo tanto, entrar en estado de Misión Permanente, es decir, necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres de los pases donde se  encuentra. “Necesitamos que el Movimiento se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21)” (cf. DA, 365).

10. Me alegro mucho que este Movimiento tenga la oportunidad de reflexionar sobre sí mismo y tomar conciencia de la necesidad de asumir estos desafíos con una actitud de apretura y de comunión eclesial. Les deseo el mejor de los frutos. Agradezco al equipo organizador el hecho que hayan elegido a esta ciudad como al sede de este encuentro.

11. Que la Virgen María de Guadalupe, quien acogió como “tierra buena” la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nuestras familias esta fe y esta esperanza. Enseñándonos como hacer germinar en el corazón de las futuras generaciones la alegría de la fe en Jesucristo. Y que San Juan Bosco a quien hoy celebramos, nos ayude con su intercesión. Amén.

 † Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro