Homilía en la Fiesta de la Presentación del Señor, XVI Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Santiago de Querétaro, Qro., 2 de febrero de 2012

 Hermanos y hermanas en el Señor:

Con alegría me encuentro con ustedes en esta celebración litúrgica, que ya desde hace 16 años reúne a religiosos y religiosas para la Jornada de la Vida Consagrada. Saludo cordialmente a Mons. Javier Martínez Osornio, Vicario General para la Vida Consagrada, expresando de modo especial mi agradecimiento a él y al equipo de la CIRM, por el servicio que prestan en esta porción tan amada del pueblo de Dios.

Saludo con afecto a los superiores y superioras generales aquí presentes y a todos ustedes, hermanos y hermanas que siguiendo el modelo de Jesucristo, pobre, casto y obediente, llevan en la Iglesia y en el mundo la luz de Cristo con su testimonio de personas consagradas.

En la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo celebramos un misterio de la vida de Cristo, vinculado al precepto de la ley de Moisés que prescribía a los padres, cuarenta días después del nacimiento del primogénito, que subieran al Templo de Jerusalén para ofrecer a su hijo al Señor y para la purificación ritual de la madre (cf. Ex 13, 1-2.11-16; Lv 12, 1-8). También María y José cumplen este rito, ofreciendo —según la ley— dos tórtolas o dos pichones. Leyendo las cosas con más profundidad, comprendemos que en ese momento es Dios mismo quien presenta a su Hijo Unigénito a los hombres, mediante las palabras del anciano Simeón y de la profetisa Ana.

En efecto, Simeón proclama que Jesús es la «salvación» de la humanidad, la «luz» de todas las naciones y «signo de contradicción», porque desvelará las intenciones de los corazones (cf. Lc 2, 29-35). En Oriente esta fiesta se denominaba Hypapante, fiesta del encuentro: de hecho, Simeón y Ana, que encuentran a Jesús en el Templo y reconocen en él al Mesías tan esperado, representan a la humanidad que encuentra a su Señor en la Iglesia. Sucesivamente esta fiesta se extendió también en Occidente, desarrollando sobre todo el símbolo de la luz, y la procesión con las candelas, que dio origen al término «Candelaria». Con este signo visible se quiere manifestar que la Iglesia encuentra en la fe a Aquel que es «la luz de los hombres» y lo acoge con todo el impulso de su fe para llevar esa «luz» al mundo.

La Palabra de Dios que hemos escuchado en la liturgia de este día, es una grande oportunidad que Dios nos da para redescubrir la grandeza de la obra de la redención, que Jesucristo por amor a los hombres asumió y de la cual ha hecho partícipes a todas las naciones. Pues con su muerte y resurrección nos ha dado muestra clara que él es la luz que ilumina a las naciones y la gloria de Israel.

Al reflexionar en estos misterios hoy que nos reunimos para esta jornada de oración y fiesta por la Vida Consagrada, podemos experimentar  cómo es que una “vida entregada al servicio de los demás” es la mejor manera de imitar a Jesucristo “quien probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba” (Hb 2, 18),  consagrado al servicio de Dios y de los hombres.

La vida consagrada por su naturaleza fundada en el bautismo,  es una realidad esencialmente cristiana y eclesial que refleja esta realidad. Pues la primera y fundamental consagración la recibe cada cristiano en el bautismo y en el cual se fundan todos los demás proyectos y expectativas humanas. La vocación a la vida consagrada conlleva a los llamados a hacer madurar en la propia vida el germen de la gracia bautismal.

La vida religiosa es una vida de consagración a Dios, a su servicio, a su alabanza, a la edificación de su Reino. Es una vida llamada a transformase en don perfecto a la gloria de Dios. En particular, los consagrados, atraídos por el amor de Dios han dejado todo para encontrar a Cristo en todas las creaturas y para abrirse al don completo de sí  a las necesidades  de los hermanos. Cristo es el máximo ejemplo para cada consagrado y consagrada. Pues la pretensión es la de seguir a Cristo más de cerca y de ofrecer un generoso testimonio de vida evangélica y de amor fraterno.

La vida consagrada está llamada a ser una vida discipular, apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter profundamente místico y comunitario. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo, radicalmente profética, capaz de mostrar a la luz de Cristo las sombras del mundo actual y los senderos de vida nueva, para lo que se requiere un profetismo que aspire hasta la entrega de la vida, en continuidad con la tradición de santidad y martirio de tantas y tantos consagrados a lo largo de la historia (cf. DA 220).  “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos, y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (cf. DA 365).

Hoy la Vida Consagrada debe afrontar grandes desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu»: la nueva evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos, de los primeros misioneros. Por lo tanto, es una acción que exige un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo, la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas. Nuestras comunidades religiosas no pueden ni deben estar ajenas a esta realidad, pues por su naturaleza, la Vida Consagrada esta llamada a vivir en un constante discernimiento del espíritu para poder responder a las necesidades eclesiales y así el carisma propio pueda ser vivido y perfeccionado.

Para poder ser luz de las naciones la Vida Consagrada ha de responder a la exigencia de la “nueva evangelización”  no resignándose, no cerrándose en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo, habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo y las energías para un anuncio y una proclamación del Evangelio a través de nuevos caminos, capaces de hablar a las culturas contemporáneas.

La imagen del “patio de los gentiles” se nos ofrece como un ulterior elemento en la reflexión sobre la “nueva evangelización”, que pone de manifiesto la audacia de los cristianos de no renunciar jamás a buscar positivamente todos los caminos para delinear formas de diálogo que correspondan a las esperanzas más profundas y a la sed de Dios de los hombres. Tal audacia permite colocar dentro de este contexto la pregunta sobre Dios, compartiendo la propia experiencia en la búsqueda y comunicando como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo.

No podemos sentirnos autosuficiente y replegados sobre nosotros mismos, es tiempo que es tiempo que la Iglesia llame a las propias comunidades cristianas (religiosas)  a una conversión pastoral, en sentido misionero, de sus acciones y de sus estructuras. (cf. Lineamenta 10).

Por lo tanto les exhorto queridos hijos a que llamados a una particular sequela Christi, ustedes consagrados respondan con generosidad, con la ayuda de la gracia, al don recibido asumiendo un estilo de vida igual al de Cristo. Pues son llamados a seguir a Cristo en la “perfección evangélica”, y a contemplar siempre al Divino Maestro para conformar su vida con la de él.  Agradezco a cado uno de ustedes su entrega y testimonio a favor de la Iglesia, se que muchos de ustedes viven entregados al servicio de la educación de los enfermos, de la adolescencia y de la juventud. Mi deseo es que cada quien experimente en su lugar de trabajo la presencia de Cristo que consuela y alienta, muchas gracias y felicidades por su trabajo.

En esta noble tarea evangelizadora pidamos la intercesión de la Virgen María y de los santos patronos, fundadores y fundadoras de las diferentes Ordenes y comunidades religiosas y viendo su ejemplo. “Corramos todos al encuentro del Señor, los que con fe celebremos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro nadie deje de llevar su luz.  Llevemos en nuestras manos cirios encendido, ya para significar el esplendor divino de aquel que viene a nosotros –el cual hace que todo resplandezca y, expulsado las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna– ya sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo. (De los sermones de san Sofronio, Obispo. Sermón 3 sobre el Hypapanté, 6. 7).

Digámosle a María: “Salve, llena de gracia, Virgen Madre de Dios, de ti ha nacido el Sol de justicia, Cristo nuestro Dios, Aquel que ilumina a aquellos que vivimos en las tinieblas. Alégrate tu, que haz recibido en tus brazos el libertador de nuestras almas, Aquel que nos da la resurrección. Muéstranos tu gracia y danos tu favor. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro