HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD LITÚRGICA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES DE SORIANO, PRINCIPAL CELESTIAL PATRONA DE LA DIÓCESIS  DE QUERÉTARO.

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 15 de septiembre de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Muy estimados sacerdotes,

Queridos seminaristas,

Estimados miembros de la vida consagrada,

Queridos laicos,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con júbilo y alegría, nos reunimos en esta noche para celebrar el misterio central de nuestra fe, y unidos a María, nuestra Madre Dolorosa, celebrar la pasión salvadora de Jesucristo y anunciar el Evangelio del sufrimiento como fuente de fortaleza en medio de la debilidad humana. Queremos que el Divino Redentor penetre en nuestro ánimo a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos, para sentir y experimentar cuanto nos ha amado Dios.

  1. Queremos en esta noche acoger a María como madre nuestra. Pues abiertos a las palabras del evangelio, nos dejamos sorprender por su acción redentora en la cual, como continuación de la maternidad, que por obra del Espíritu Santo le había dado la vida, Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen María una nueva maternidad —espiritual y universal— hacia todos los hombres, a fin de que cada uno, en la peregrinación de la fe, quedara, junto con María, estrechamente unido a Él hasta la cruz (cfr. Jn 19, 25-27), y cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios (cfr. Salvifici doloris, 26).

  1. La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cfr. Lumen Gentium, 68).

  1. Queridos hermanos: como escuchamos en la primera lectura, María, la excelsa Hija de Sión (cfr. Lumen Gentium, 55), gime con y por este pueblo suyo, que ansía la consolación del Señor (cfr. Lam 1, 11b. 12. 16-22; 2, 13. 17-18. 19). Su imagen, que es promesa y profecía, anuncia el final de la tristeza que existe en el mundo ante el límite de la vida, el sufrimiento, la muerte, la maldad y la oscuridad del mal que parece ofuscar la luz de la bondad divina.

  1. En este sentido queremos acoger en nuestra vida las palabras de Jesús, cuando proclama: «Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados» (Mt 5, 5). «El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida. El mundano ignora, mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de dolor en la familia o a su alrededor. El mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca, nunca, puede faltar la cruz» (Gaudete et exultate, 75). A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual (cfr. Salvifici doloris, 26). La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo, lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo» (Col 1, 24); que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas.

 

  1. De este servicio habla el Apóstol San Pablo en la segunda carta a Timoteo (2, 1-13). Así, se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en nuestra condición del hombre. Este no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás, pues el hombre se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo y con su Madre transforma esta sensación deprimente. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo» (cfr. Oración después de la comunión). El dolor de los cristianos es aliviado y santificando cuando ante su mirada, brilla la figura materna de la Madre de Jesús y se acepta la gracia que nos obtiene su Hijo.

 

  1. Peregrinando todavía sobre la tierra, siguiendo de cerca los pasos de la Madre Dolorosa en la tribulación y en la persecución, el pueblo de Dios se asocia a sus dolores como el cuerpo a la cabeza, padeciendo con él a fin de ser glorificado con él (cfr. Rm 8,17). (cfr. Lumen Gentium, 7). En este valle de lágrimas, Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, como “Abogada nuestra” intercede por esta Diócesis de Querétaro, de tal manera que, puesta bajo su patrocinio y siguiendo su ejemplo, completemos lo que falta la pasión de su Hijo.

 

  1. Queridos hermanos, para no perder de vista en este día, el valor y el sentido de la renovación, de la solemne jura de su patronazgo sobre nuestra Diócesis de Querétaro, quisiera que recordásemos aquellas palabras del Emmo. Sr. Cardenal D. Miguel Darío Miranda, pronunciadas aquel 18 de julio de 1969, a los pies de nuestra Madre Dolorosa en su santuario de Soriano: “Que este acto hermosísimo, que tanto honra a esta Diócesis, y que hace resplandecer su vida cristiana en una profesión de fe que es genuina, la fe en Cristo, enseñada por Él y trasmitida a nosotros por la Iglesia, adquiera su máxima significación en la sinceridad profunda con que se emitirán las palabras del juramento, tan honrosas, tan elocuentes, tan expresivas para la gloria de Dios y la gloria de su Madre Santísima. Al poneros así bajo su protección, ella os sostendrá con el ejemplo de su fortaleza sobrehumana; será el consuelo de vuestras penas, y cuando llegue para cada uno la hora de partir de este destierro. Ella enjugará la última lágrima de vuestros ojos, y os introducirá en aquella Patria, en donde no habrá clamor, ni dolor, ni llanto, porque todo esto habrá pasado” (Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Querétaro, número 8 y 9, T. XXVII, p. 131-132).

  1. En este mismo sentido también es muy conveniente que recordemos las palabras que por su parte, Mons. Alfonso Toriz Cobián, con voz conmovida dijo: “Que esta noche que nos ponemos bajo el manto de María, sea para nosotros el principio de una vida nueva, de más amor a Dios, y de más amor a nuestros hermanos. La vida dolorosa de nuestra Madre la Santísima Virgen María, parece prolongarse en la vida dolorosa de la Iglesia. En estos momentos tan críticos vivimos intensamente los dolores de María en los dolores de la Iglesia y hagámonos cada día más dignos de su protección. Que Ella la Virgen Inmaculada, nos alcance a todos la fuerza que necesitamos en estos momentos para cumplir nuestra misión dolorosa aquí en la tierra y después glorificar a Dios con Ella eternamente en el cielo” (Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Querétaro, número 8 y 9, T. XXVII, p. 134-135).

  1. Queridos hermanos, dejemos que María nos acoja como hijos, y puestos bajo su mirada maternal y dolorosa, sepamos caminar con la mirada fija en el misterio de la redención. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro