HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA MEMORIA DE SANTA CECILIA.

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 22 de noviembre de 2017.

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Muy estimados alumnos y profesores del Conservatorio de Música Sacra “José Gpe. Velázquez,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con gran alegría y devoción, esta noche nos hemos reunido en esta Iglesia madre, para celebrar nuestra fe y honrar la memoria de Santa Cecilia, esta joven mártir del s. III, a quien la tradición musical reconoce como su patrona principal, desde el año 1584, durante el papado de Gregorio XIII (1572-1585).

  1. Las Actas de los mártires nos narran que la joven Cecilia, fue martirizada por propagar la fe cristiana y no querer renunciar a la religión de Cristo. Ella declara que prefiere la muerte antes de renegar de su religión; es condenada a ser torturada en el horno caliente del baño termal romano para tratar de sofocarla y ahogarla con los terribles gases y emanaciones que salían de allí, pero en vez de asfixiarse, mientras atizaban el fuego, “cantaba gozosa al Señor probablemente los salmos e himnos de alabanza a Dios”. Visto que con este tormento no pudieron hacerla renegar de su fe, el Prefecto Almaquio ordenó que fuera decapitada en el sitio. La santa, antes de morir y valiéndose de los oficios de un criado de confianza, hizo comunicar al Obispo Urbano sus pedidos para que repartieran sus bienes entre los pobres y convirtieran su casa en un Templo para orar, y así por disposición de San Urbano I, luego del martirio ocurrido en ese mismo año 230, se consagró la casa de la Santa en lo que ahora es la Iglesia del Trastevere y donde reposan actualmente sus restos (De Rossi, Giovanni Battista (18221894). La Roma sotterránea cristiana descritta ed illustrata, vol. 1, Roma, 1877. pp180-181).

  1. Al celebrar hoy la memoria de santa Cecilia, nos podemos preguntar ¿Qué nos enseña hoy Santa Cecilia? La respuesta es sencilla: el Martirio, que se funda en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mismo como rescate por muchos (cf. Mt 20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: «El que no toma su cruz y me sigue —nos dice— no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (cf. Jn 12, 24). Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo» (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).

  1. Santa Cecilia nos enseña de manera sorprendente que la unión con Cristo, es la que permite la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza (cf. 2 Co 12, 9). De la profunda e íntima unión con Cristo, Cecilia tomó las fuerzas, pues el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.

  1. Queridos niños y jóvenes estudiantes, maestros y padres de familia, los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años existe una fila inmensa de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, como nos damos cuenta por las noticias, en muchas partes del mundo son muchos los que son sometidos, degollados y decapitados. Hoy muchos cristianos son llevados a la muerte por defender y vivir su fe. ¿Qué sucedería si alguno de nosotros estuviésemos en una situación así? ¿estaríamos dispuestos a ofrecernos, con tal de que el nombre de Cristo y nuestra fue no fuesen sobajados? O ¿por el contrario renegaríamos, abandonando la fe que hemos recibido?

  1. En el evangelio que escuchamos el evangelista san Lucas nos trasmite la parábola de los talentos (Lc 19, 11-28) en la cual se habla de que Dios, da a cada uno nos muchos dones. Sin embargo, estos dones nos son para sí mismo, son dones que Dios da para ser puesto al servicio de los demás, de tal manera que puestos al servicio del hombre y de los demás se reproduzcan. A cada uno de nosotros el Señor nos ha regalado el don de la fe, y por lo tanto estamos llamados a ponerlos al servicio de los demás. Esto sin duda exige hoy en día, una actitud heroica. Sobre todo en los ambientes donde muchas veces nos movemos y desempeñamos nuestra vida cotidiana. “Esta será una forma de vivir aquí y ahora el martirio”.  No esperemos a vernos comprometidos en una situación de sometimiento para poder defender y profesar sin miedo nuestra fe. Asumamos nuestro compromiso de ser en el mundo, auténticos “confesores de nuestra fe”. Vivamos el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que implica un “perder la vida” por Cristo en la realización heroica de aquello que tenemos que hacer, cumpliendo el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica de la donación, del sacrificio. Niños y jóvenes ¡No tengan miedo de ir contracorriente! Cuando les quieren robar la esperanza, cuando les propongan ciertas cosas como pseudo-valores, debemos ir contracorriente. Y ustedes son los primeros que deben ir contracorriente. ¡Adelante, sean valientes y vayan contracorriente! Estén orgullosos de serlo.

  1. Que Dios nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done siempre vivir la esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día. Que el ejemplo de santa Cecilia, virgen y mártir, interceda siempre por nosotros. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro