Homilía en la Celebración Eucarística en la Fiesta de Santa Cecilia con la Escuela de Música Sacra y el Conservatorio J. Guadalupe Velázquez

Santiago de Querétaro, Qro., 22 de noviembre de 2011

Saludo con gozo en el Señor a cada uno de ustedes:

De manera especial al P. Benjamín Vega Robles, Director de la Escuela de Música Sacra y Conservatorio de la Diócesis de Querétaro.

A cada uno de los maestros y alumnos, en sus diferentes etapas de formación, de la “Escuela de Música Sacra y Conservatorio de Querétaro J. Guadalupe Velázquez”:

Al Director del Coro, el Maestro Erik Escandón

Hermanos y hermanas en el Señor:

1. Al encontrarnos como comunidad cristiana en esta noche tan hermosa, para celebrar la Eucaristía, venerando la memoria de Santa Cecilia, Virgen y Mártir, patrona de los músicos y, al escuchar en la armonía de las voces, la melodía, el ritmo, la métrica y el entusiasmo de estos niños y jóvenes,  me vienen a la mente las palabras del salmista quien  eleva su oración al Señor diciendo: “Voy a cantar la bondad y la justicia, para Ti, es mi música Señor, voy a explicar el camino perfecto, ¿Cuándo vendrás a mí?” (Sal 100, 1). Estas palabras reflejan la fe de un creyente que renueva su compromiso de alabar a Dios, pues reconoce su amor y su misericordia, fruto de la meditación de la ley de Dios y de la sabiduría, inspirada por Dios a los sabios de Israel, representa  el ideal al cual debería inspirar la conducta moral de quien se ha encontrado con el Señor y quiere vivir en la justicia y en medio de su pueblo.

2. Continua el salmo, “alejaré de mí el corazón pervertido, al malvado no quiero conocer” (vv. 3-4). Este salmo es un programa de vida para cada cristiano que quiere caminar delante del Señor con un corazón integro. En cada uno de nosotros  está el corazón soberbio y perverso, aquel que obra con engaño y dice mentiras, sin embargo, existe el hombre nuevo y fiel, que lleva la impronta de Dios. Nuestro programa de vida espiritual debe mirar a hacer callar el primero y a fortificar el segundo “Cristo nos ha liberado para que seamos hombres libres (Gal 5, 1). Busquemos de aplicar este programa de vida, en nuestras relaciones humanas, evitando la familiaridad de las personas malvadas buscando la relación con las personas que  anhelan la santidad.

3. Este es el canto nuevo de los hombres y las mujeres que se han encontrado con Dios. Despójense de lo antiguo, ya que se les invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo. (Cfr. San Agustín, De los comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos. Salmo 32, sermón 1, CCL 38, 253-254).

4. Ustedes niños y jóvenes nos recuerdan al cantar que  la belleza y la fe, son una forma hermosa de expresar la alianza con Dios, pues cantar es orar con el corazón, es orar con la vida y es orar con fe. Niños y jóvenes, ustedes hoy nos recuerdan que su ministerio es ser “pequeños mensajeros de la belleza”. Por tanto, desempeñan un papel muy importante en la vida de la Iglesia. El mundo necesita de su canto, ya que el lenguaje de la belleza llega a los corazones y contribuye al encuentro con Dios. La alegría que transmitan cuando canten debe irradiarse en su entorno y suscitar un entusiasmo contagioso. Pongan el mismo empeño en cantar bien que ponía el joven Mozart en hacer sus escalas musicales: un día, siendo aún niño, le preguntaron: «Pero ¿por qué haces tantos ejercicios?» y él respondió: «Es que busco dos notas que se armonicen». Ustedes, que aman la música, esmérense por cantar cada vez mejor. El Evangelio penetrará más profundamente en su alma y en la de las personas que ayuden a rezar. Así, serán mensajeros de la paz y del amor de Dios.

5. Ustedes son  también mensajeros de la concordia y de la paz al cantar y al experimentar la armonía. Porque no basta que, con la calidad de su canto, lleven a su auditorio a la oración y al recogimiento. Dado que la música y el canto sacros son parte integrante de la liturgia de la Iglesia, su canto ayuda a los fieles a elevarse a Dios, especialmente durante la celebración de la Eucaristía. Al cantar la gloria de Dios, son servidores y valiosos auxiliares de la Eucaristía. «En el canto la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios» (Carta a los artistas, 12). Que su canto sea siempre nuevo, puesto que, cantando a Dios, cantan la novedad de la gracia de Dios, fuente inagotable de alegría y paz. ¡Sí! «cantad al Señor un cántico nuevo» (Sal 96, 1).

6. Queridos Jóvenes y niños, que su canto les ayude a hacer de toda su vida un canto de alabanza a Dios. «Que cante a Dios quien vive para Dios» (San Agustín, Enn. in Ps 67, 5). Anuncien con su voz, con su juventud y con su vida a Jesús, el Salvador. Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?

7. Que santa Cecilia siga intercediendo por ustedes y que bajo su patrocinio su vida y su empeño musical sean un compromiso por cantar con un corazón puro dispuesto para la presencia de Dios.

Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro