HOMILÍA EN EL 50° ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL SR. CURA D. MARIO SÁNCHEZ  GUZMÁN

Templo Parroquial de la Parroquia de Ntra. Sra. De Guadalupe, Pedro Escobedo, Qro., a 10 de agosto de 2018.

Año Nacional de la Juventud

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Muy estimados hermanos sacerdotes,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Con alegría y con mucha gratitud esta mañana hemos querido celebrar la Santa Misa para agradecer a Dios tantas bendiciones que su providencia nos regala. De tal manera que nunca nos abandona y nos deja solos; al contrario, es un Padre providente que vela por sus hijos con amor y con ternura.  En este día, queremos, especialmente, agradecerle por el ministerio y el don sacerdotal que aquel 10 de agosto de 1968, por la imposición de las manos el mo. Sr. Obispo D. Alfonso Toriz Cobián,  le concedió al Sr. Cura D. Mario Sánchez Guzmán, a quien saludo con afecto en el Señor y a quien me uno de buen grado para celebrar esta feliz efeméride.

  1. Gracias P. Mario por la invitación que me hizo estar con Usted en esta fecha tan especial. Le deseamos que el “Espíritu de Santidad” que ungió sus manos y su corazón, aquel dichosísimo día, el día de hoy se renueve en Usted con la frescura propia del Espíritu de Dios y le anime así para continuar entregándose sin reserva por la causa del Reno.

  1. Me alegra que sea la liturgia de la fiesta de san Lorenzo, la que nos permita “saborear” esta celebración jubilar, pues la vida de este diacono y mártir, puede seguir siendo hoy para todos nosotros, un ejemplo vivo de fe, que nos enseñe a “amar lo que él amó y a poner por obra lo que él enseñó” (oración colecta, MRD, p.1990).

¿Qué es lo que san Lorenzo amó?

¿Qué es lo que san Lorenzo enseñó?

  1. En el evangelio escuchamos la respuesta, en una de las páginas del discipulado más extraordinarias que hayamos podido conocer, en la que Jesús le dice a sus discípulos “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde”. (Jn 12, 24-26). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (cf. Jn 12, 24). Jesús mismo “es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo” (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010). El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).

  1. San Lorenzo así lo creyó y así lo vivió. En las actas de los mártires romanos leemos al respecto que, Lorenzo, cuatro días después de la muerte del Papa Sixto, durante la persecución de Valeriano, viendo que el peligro llegaba, recogió todo el dinero y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro, copones y candelabros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes más necesitadas. El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: “Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candelabros muy valiosos. Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar”. Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: “Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador”. Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: “¿por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!”

El alcalde lleno de rabia le dijo: “Pues ahora lo mando matar, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente”. Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura.

Los cristianos vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso. Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: “Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo”. El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: “La carne ya está lista, pueden comer”. Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258”.

  1. El sacerdocio no está exento de conocer, creer y vivir según esta lógica de Dios, señalada en el Evangelio, donde lo último es lo primero y donde los más pobres son los más ricos. Más aún, es condición para poderlo asumir. Jesús, exhorta a sus discípulos, y hoy a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: “El que no toma su cruz y me sigue —nos dice— no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10, 38-39). Probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta el ministerio sacerdotal, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiempo, en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo.

  1. Hoy la pobreza sigue mostrando cada día nuevas facetas que exigen el compromiso decidido de parte nuestra, muchas de ellas titánicas, incluso exigentes. Padre Mario, que en esta circunstancia feliz por la celebración de sus bodas de oro sacerdotales, estas palabras lleguen a lo más profundo de su corazón y que siguiendo el ejemplo de san Lorenzo, Usted, también pueda “amar lo que él amó y poner por obra lo que él enseño”. Y que así como él estuvo dispuesto a ser sacrificado en la parrilla ardiente, así también Usted, esté dispuesto a sufrir las nuevas formas de tortura de nuestro tiempo, con tal de que los cristianos de hoy y de mañana puedan ver en su rostro “un esplendor hermosísimo y sientan un aroma muy agradable mientras lo queman” y su fe se fortalezca y quede bien cimentada.

  1. Estimado Sr. Cura, ¡muchas felicidades! Le deseamos que el Señor le guarde y que —como diremos en la oración después de la comunión—  “alimentados por este sagrado don, el Señor le conceda que  lo que hoy celebramos le haga experimentar con abundancia la salvación”. ¡Muchas felicidades Ad multos annos! Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro