HOMILÍA DEL 50° ANIV. DEL PATRONAZGO DE NTRA. SRA. DE LOS DOLORES DE SORIANO

Estadio La Corregidora de Querétaro, ubicado en Av. de las Torres S/N, Centro Sur, Santiago de Querétaro, Qro.

 

 

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Envueltos por el clima del Año Jubilar Mariano, llegamos en este día a la celebración de esta gran fiesta, en la que como Iglesia diocesana queremos refrendar y renovar nuestro amor y devoción a Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, quien por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica, hace cincuenta años, ha sido constituida Principal Celestial Patrona de esta amada Diócesis de Querétaro (cfr. Sacra Congregatio pro Cultu Divino, N. 1536/69). Ofreciéndonos con este singular acto eclesial un modelo de virtudes cristianas, de tal manera que todos —desde los niños de pecho hasta los ancianos—, puestos bajo su patronazgo, conozcamos en la Santísima Virgen María el itinerario cristiano para llegar al Hijo y una vez encontrados con Él, por su mediación redentora lleguemos al Padre.

Dolor y sensibilidad

  1. En este contexto el pasaje del evangelio nos muestra una escena conmovedora; un hombre que sufre colgado de una cruz esperando su muerte, de frente a él, podemos distinguir dos grupos de personas: por una parte una gran multitud que ha sido engañada y que reacciona con un sentimiento de ira que nubla su juicio y les vuelve insensibles ante una realidad objetiva de dolor; por otra parte un pequeño grupo, casi anónimo de personas que sufren por la muerte del inocente; más aún, una madre que llora la incomprensión y la impotencia pues es su Hijo quien está siendo condenado. No podemos negar que la realidad del dolor nos rodea, de una manera u otra participamos del dolor en primera persona o lo constatamos en otros, incluso en quien inocentemente sufre. Nadie de nosotros estamos exentos de considerar el sufrimiento con una normalidad que termina por acostumbrarnos a él y puede volvernos insensibles ante el que sufre: más aún, antes que acudir a su ayuda pudiese emerger la cobarde acusación indiferente de juzgarlo como una consecuencia merecida por su comportamiento.

 

  1. La Madre Dolorosa nos recuerda que aunque no podemos extirpar el dolor del mundo, sí podemos responder con nuestro amor a la llamada del que sufre. Cuando el mundo nos incita a ignorar el dolor, hoy se nos sugiere desde el evangelio: «Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados» (Mt 5, 5). «El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida. El mundano ignora, mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de dolor en la familia o a su alrededor. El mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca, nunca, puede faltar la cruz» (Gaudete et exultate, 75). A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él, el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino sólo a nivel del sufrimiento de Cristo. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo, lleva consigo la certeza interior que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo» (Col 1, 24); que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. De este “utilidad” del sufrimiento nos habla el Apóstol San Pablo en la segunda carta a Timoteo (2, 1-13) que acabamos de escuchar. Nosotros como cristianos, estamos llamados a ser agentes de misericordia, ejerciendo en la iglesia y en el mundo  el “ministerio del dolor”, promoviendo una vida digna aún en las circunstancias dolorosas y difíciles de la vida, por la enfermedad física o espiritual; a través de este ministerio del dolor estamos llamados a ser corazones generosos para atender y acoger a quienes se encuentran en una situación de dolor. Hoy son muchas las realidades que necesitan de nosotros los cristianos, quizá simplemente con el auxilio de nuestra presencia, cercanía y testimonio. Es imperiosa la necesidad de testimoniar ahí nuestra fe pero sobretodo nuestra esperanza.

El papel de la mujer

  1. En este ministerio del dolor, como nos enseña el evangelio según san Juan (19, 25-27), adquiere un rol fundamental el “genio femenino”, pues el pequeño grupo que permanece junto a la cruz está integrado mayoritariamente por mujeres; es un grupo de mujeres unidos al discípulo amado, quienes superando temores e incluso críticas, se disponen a acompañar a Aquel que cuelga del madero. Mirando con atención la imagen del relato, nos percatamos que en ese pequeño grupo sobresale el papel y la figura de la madre, no se trata simplemente de una mujer sino de una madre, pues difícilmente podemos encontrar un dolor más sincero que el dolor del corazón de una madre que hace suyo el dolor de su hijo. Lamentablemente las ideologías del tiempo actual parecen pasar por alto esta consideración y hoy en día, constatamos con dolor como muchas mujeres están dispuestas a sumarse a leyes que promueven no sólo la muerte del inocente sino que lo sugieren, promovido por aquellas que han sido bendecidas con el regalo de la maternidad. La mujer, cuna y custodia de la vida, nunca debe olvidar que en su seno se encuentra el espacio sagrado donde inicia la vida. Es la mujer madre la que en medio de insultos y violencia llora la tragedia de la indiferencia que acaba con la vida. Que nuestra mirada contemplativa en Nuestra Señora de los Dolores nos recuerde a todos y de modo muy especial a las mujeres y madres cristianas, el deber que tenemos de custodiar y promover la vida en todas sus etapas.

Una Madre que nos lleva al Hijo, en la Eucaristía   

  1. Queridos hermanos y hermanas, si bien es cierto que nos convoca una celebración en la que veneramos a nuestra Madre Santísima en su advocacion de los Dolores de Soriano, bajo cuyo patronazgo encomendamos nuestra querida diócesis, no debemos perder de vista que la mirada de la Madre está puesta en el Hijo y que el corazón de la Madre late en sintonía con el de Aquel que reconocemos como fruto de sus entrañas. En la Santísima Virgen María encontramos un itinerario y modelo para llegar a Jesús, pues en efecto ¿quién puede dar mayor testimonio de él sino Aquella que con su valiente sí a la vida, permitió el gran misterio de la Encarnación que es un presupuesto indispensable de la Redención? ¿Quién puede asociarnos con mayor intimidad al misterio de la Cruz, de la verdad del amor divino y de la entrega, sino Aquella que se mantuvo fiel a la voluntad de Dios, aun cuando ésta parece insoportable? El amor solo puede comprenderse en su verdad cuando se aproxima a Cristo en sintonía de amor. Celebramos con entusiasmo y esperanza esta gran fiesta diocesana recordando que no sólo somos hijos de una madre común, sino desde la conciencia de que somos herederos de una historia cuya memoria se vuelve alabanza mediante el recuerdo celebrativo más excelente y noble que se nos ha confiado: el Sacrificio Eucarístico. Participando de la alegria de ser hijos, sintiéndonos especialmente amados, elevamos nuestros ojos al cielo con esperanza y un corazón agradecido, que nos anima a mirar con esperanza el futuro que vamos construyendo día con día, ahí en el lugar en donde Dios nos pide ser testigos de este mismo amor, bajo la forma particular de misericordia, en medio de un mundo que grita y necesita de este remedio que el mismo Señor pone en nuestras manos. Junto con María, permanezcamos de pie junto a la cruz, contemplando el misterio del amor en la Eucarística, de tal manera que ésta sea nuestra fuerza y nuestra esperanza, incluso y sobre todo cuando el dolor, la muerte y la desesperanza parecen ser la meta y el destino último del hombre.
  1. El significativo gesto de depositar el bastón de mando en las benditas manos de la Santísima Virgen María, quiere ser hoy un acto de libertad y de voluntad, que manifiesta nuestra disposición personal y eclesial para que, de ahora en adelante, todo nuestro ser y quehacer, esté tutelado por la autoridad y presencia de la Santísima Virgen María, quien incesantemente nos repite: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Conscientes  de que como bien lo dijo el  Sr. Cardenal D. Miguel Darío Miranda, aquel 18 de julio de 1969, a los pies de nuestra Madre Dolorosa en su Santuario de Soriano: “Este acto hermosísimo, que tanto honra a esta Diócesis, y que hace resplandecer su vida cristiana en una profesión de fe que es genuina, la fe en Cristo, enseñada por Él y trasmitida a nosotros por la Iglesia, adquiera su máxima significación en la sinceridad profunda con que se emitirán las palabras del juramento, tan honrosas, tan elocuentes, tan expresivas para la gloria de Dios y la gloria de su Madre Santísima. Al ponerse así bajo su protección, Ella les sostendrá con el ejemplo de su fortaleza sobrehumana; será el consuelo de vuestras penas, y cuando llegue para cada uno la hora de partir de este destierro. Ella enjugará la última lágrima de vuestros ojos, y les introducirá en aquella Patria, en donde no habrá clamor, ni dolor, ni llanto, porque todo esto habrá pasado” (Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Querétaro, número 8 y 9, T. XXVII, p. 131-132). Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Administrador Diocesano de Querétaro y

Arzobispo electo de Durango