Homilía de S.E.R. Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México

150º Aniversario de la Diócesis de Querétaro

50º de la Coronación Pontificia de la Virgen de Soriano

 Santiago de Querétaro, Qro., 7 de febrero de 2014

 

Excelentísimos Señores Obispos.

Queridos sacerdotes, seminaristas, consagrados, agentes de pastoral y hermanas y hermanos laicos. Distinguidas autoridades y amigos todos.

Hoy, en el marco de las celebraciones del año jubilar por los 150 años de la erección canónica de esta diócesis será simbólicamente renovado el acto de coronación pontificia de la bendita imagen de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, que se llevó a cabo hace 50 años. Imagen a través de la cual ustedes, y quienes les han precedido, han invocado a María como Madre de cada uno y como Madre de toda la Iglesia.

La coronación de la Imagen de la Santísima Virgen, es un hermoso signo con el cual sus hijos queremos de alguna manera manifestarle nuestro amor, y es, también, gesto de fraternidad que nos congrega en torno a Ella como “piedras vivas y preciosas”, que unidas en efectiva comunión, conforman la corona que Ella más ama: la plasmada por quienes, manteniéndose unidos a Cristo por la gracia, por la vida de Dios, saben también reconocerse como hermanos unidos en fraternidad.

La corona, en la vida cristiana es premio a la fidelidad. Como dice el libro del Apocalipsis: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2, 10); y es, también, signo de la victoria final y gozo al alcanzar la meta. “He luchado el noble combate (…) —decía San Pablo hacia el final de su vida—, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia” (2Tm 4, 7-8). La coronación es el ápice de la fidelidad.

He aquí por qué Dios coronó a María como Reina de cielos y tierra. He aquí, también, la razón de nuestro homenaje. Porque María es la Virgen fiel, la “dichosa porque ha creído”, la que recorrió el camino que Dios le señaló sin jamás titubear ni desviarse; la creatura que acogió la Palabra, meditándola, guardándola en su corazón y haciéndola vida con perseverancia y esmero.

Debemos, por tanto, admirar, alabar, agradecer y asombrarnos de la fidelidad de María. Fidelidad que, sin embargo, no es solo para ser admirada, sino también, y sobre todo, para ser imitada. Ella es, en efecto, figura y modelo para nosotros miembros de la Iglesia que peregrina en Querétaro, pues lo que en Ella se ha cumplido, se realizará en cada uno de los miembros del Cuerpo Místico que aspiran y trabajan por llegar a donde Ella ha ya llegado y, por tanto, se esfuerzan por ser fieles a la voluntad de Dios diciéndole siempre “sí”, como María.

A Ella, en Nazaret, el ángel le había dicho que sería Madre del Emmanuel, del “Dios-con-nosotros”. ¿Cómo será eso?, preguntó. Y el ángel, serenándola, la iluminó diciéndole que sería el Espíritu Santo quien obraría, porque para Dios nada es imposible. Y María, más que convencida de que nada es imposible para Dios, dice: ¡hágase!

Nada será fácil. Ve nacer, pobre y humilde al Hijo de sus entrañas y lo envuelve en pañales (cf. Lc 2,7); tiene que huir por la persecución de Herodes para salvar al Niño (cf. Mt 2, 13-22); durante muchos años lo ve trabajando en la humildad de una carpintería (cf. Lc 2,39.51); después mira, viviendo el dolor en carne propia, cómo es menospreciado, humillado y hasta crucificado entre malhechores (cf. Jn 18-19, 34). Y no obstante todo, Ella está siempre de pie, también y sobre todo, junto a la Cruz (cf. Jn 19, 25), sufre, confía y conserva su fe, como “Mujer y Madre de Dolores”.

Finalmente, al tercer día de su muerte su Hijo resucita, y entonces el corazón de la Madre se llena de alegre y profunda consolación, constatando una vez más que Dios, no obstante lo duro de la batalla y de las pruebas, cumple siempre su Palabra, y que quien en Él pone su confianza, jamás quedará defraudado (cf. Sal 25, 3).

Así, con corazón lleno de consolación y de firme esperanza es como la palabra de Dios nos la presenta precisamente hoy. Sobre todo en la segunda lectura, en la que María se nos muestra como Madre del Resucitado y como Madre de la naciente Iglesia que ora en ella y por ella, en comunión con los Apóstoles que esperan el don prometido del Espíritu Santo; y, luego, en el pasaje evangélico, en el que Ella aparece en un diálogo muy humano con su Hijo, señalándole la dificultad en que se encuentran los amigos.

Refiriéndose a María en este episodio, el Concilio usa la expresión: “Movida por la compasión”, dando a entender que el impulso de María para dirigirse a su Hijo brotaba de su corazón misericordioso. Al imaginar el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, Ella, compasiva, sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.

De suyo, si observamos bien, en este diálogo con Jesús, María no pide, sino que intercede. Ella no pide; simplemente dice: “No tienen vino”. Simplemente informa a Jesús y deja que Él decida lo que conviene hacer. Palabras sencillas de la Madre en las que podemos apreciar dos cosas: por una parte, su afectuosa y premurosa preocupación por los hombres; la atención maternal que la lleva a percibir los problemas de los demás; su bondad y su disponibilidad a ayudar. Pero, además, hay otro aspecto fundamental: María deja todo en manos de Jesús.

En Nazaret, María había entregado su voluntad a la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Y esa será siempre su actitud. Actitud que nos enseña a no querer afirmar nuestra voluntad y nuestros deseos ante Dios por muy importantes o razonables que pudieran parecernos, sino a presentárselos y a dejar que Él decida. De María aprendemos la bondad y la disposición a ayudar, pero también la humildad para aceptar la voluntad de Dios, convencidos de que su respuesta, sea cual fuere, será siempre la mejor.

Queridos devotos de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Queridos miembros de la iglesia que peregrina en Querétaro: ¿somos nosotros capaces de escuchar la Palabra que Dios nos dirige, y de cambiar los planes que nos hemos forjado para nuestra vida? ¿O, tal vez la Palabra divina resbala sobre nuestra voluntad, que ha ya tomado decisiones irrevocables?

Como recordaba antes, el gesto de la coronación de la Imagen de la Virgen María es expresión de nuestro amor y cariño; un amor que nos congrega en torno a Ella como corona humana que la aclama como Reina y la acoge como Madre, pero que, para ser completa, debe traducirse también como entrega y amor a los hermanos. En consecuencia, esta expresión de amor a María ha de suponer para nosotros un estímulo fuerte a favor de la transformación de nuestro mundo; un compromiso constante a favor de la victoria del amor sobre el egoísmo; de la victoria de la justicia ante la corrupción, la impunidad, la soberbia, la violencia; de la victoria del respeto a la dignidad humana frente a los fríos intereses económicos.

La celebración del Jubileo por el 150 aniversario del nacimiento de esta diócesis y el maravilloso signo de la coronación de María, no puede ni debe acabar hoy. Ha de renovarse cada día permitiendo que Ella sea Reina y Madre en nuestra vida, y que Jesús, por medio de Ella, nos llene permanentemente de su misma vida. ¿Cómo? Caminando como verdaderos discípulos de Jesús, en afectiva y efectiva comunión con la Iglesia; manteniendo viva nuestra confianza en Dios, particularmente en los momentos de prueba; alimentándonos frecuentemente de la vida que se nos da en los sacramentos, especialmente de la penitencia y Eucaristía, y manteniéndonos firmes en la fe, constantes en la esperanza y operosos en la caridad. Así, también nosotros obtendremos, como María y con María, la corona de gloria que no se marchita (cf. 1 Pe 5, 4).

Queridas hermanas y hermanos. Hoy, en esta feliz circunstancia quisiera hacer a cada una y  a cada uno de ustedes, una invitación y proponerles un reto. Los reto a que, día a día dirijan su mirada hacia la Imagen de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano o hacia la Imagen de María que tienen en sus hogares, y a que, al hacerlo, cada una y cada uno examine y observe desde su propia conciencia si ahí, sobre la cabeza de la Santísima Virgen, con su propia vida está verdaderamente colocando, cada día, la piedra preciosa de su propia persona: piedra preciosa que brilla por su fidelidad plena al Señor. A que mire la Imagen de María y, vea si, en cambio, su ser y su vida sigue sumida en la indiferencia, en la infidelidad, en el pecado, en la apatía, es decir, en el no-amor a Jesús, a María y a la propia identidad de Hijo de Dios.

Y sea cual sea el momento en que cada uno se encuentre, deje que María le mire y le descubra, para que Ella, siempre bondadosa, le ayude y sostenga en su empeño por el bien o, si es el caso, le ayude a finalmente saber levantarse y a salir de la inconsciencia que le mantiene adormecido y lleva a desperdiciar la existencia. Cobijados por su amor y seguros de su intercesión animémonos a decirle desde lo profundo de cada uno de nosotros:

¡A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María
Te ofrezco desde este día,
alma, vida y corazón!
¡Mírame con compasión,
no me dejes, Madre Mía!

¡María, Santa María de los Dolores de Soriano, intercede por tu pueblo. Intercede por todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido gastando generosamente su existencia en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo en estas tierras: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, padres de familia, catequistas, evangelizadores. Intercede también, Madre, por todos y cada uno de tus hijos e hijas que hoy conforman esta amada diócesis de Querétaro, y que, con amor, te rinde su devoto homenaje!

¡Bendíceles y acompáñales siempre: a su Pastor, a sus presbíteros, a sus consagrados, a sus seminaristas y a todas y cada una de las familias de estas bellas tierras queretanas! ¡Bendíceles siempre! Amén.

Christophe Pierre
Nuncio Apostólico