Septiembre, el llamado mes patrio, evoca una serie de situaciones difíciles en la configuración de México en los ya dos siglos recientes.
Aunque en ciertos momentos se quiera ignorar el papel de la Iglesia en este proceso, es imposible: fueron hombres de Iglesia, y más específicamente de la Católica, quienes iniciaron el movimiento libertario. Fue en el contexto de una fiesta patronal que inicia el éxodo mexicano, el camino hacia la libertad. Era la fiesta litúrgica de nuestra Señora de los Dolores, en el pueblo de Guanajuato que lleva su nombre, cuando el Cura Miguel Hidalgo aprovechando la concurrencia de la feligresía con motivo de la fiesta convocó a iniciar el camino hacia la independencia enarbolando la imagen de la Virgen de Guadalupe, marcando así de modo imborrable la vocación mariana del pueblo naciente. Hidalgo no fue el único sacerdote que participó en este proceso social, junto con él y, de los más conocidos, está el Generalísimo Morelos.
Uno de los temas de fondo que subyacen a las decisiones de los hombres de Iglesia que participaron en la gesta libertaria es el tema de la guerra justa y sus interrogantes: ¿se puede uno sublevar frente al orden imperante al ser considerado esencialmente injusto?, ¿la rebelión causaría más males que la misma opresión y tiranía que se pretendía combatir o los aboliría?, ¿existen otros caminos para alcanzar el objetivo sin recurrir a la violencia, pues contradice esencialmente los principios cristianos?, etc. En otras palabras ¿cómo hacer patria en ese momento sin contradecir la propia religión?
En la sentencia de degradación contra Morelos se puede leer: “Y damos por lo que a nos toca nuestra facultad a cualquier sacerdote, para que en ambos fueros lo absuelva de las censuras en que ha incurrido, si arrepentido lo pidiese”. Esto implicaba que Morelos reconociera los delitos de los que lo acusaban sus enemigos: sólo si renegaba de su vida revolucionaria podría permanecer en comunión con la iglesia y recibir los sacramentos. Estaba en un callejón sin salida aparente, entre sus dos amores: la religión y patria. Dos cosas de las que siempre intentó hacer síntesis, con su pensamiento y con su acción.
“Te deponemos, degradamos, despojamos y sacamos de toda orden, beneficio y privilegio clerical…”, escuchó Morelos entre otras cosas el día lunes 27 de noviembre de 1815 al ser degradado y luego dejado a la jurisdicción militar.
Será complejo todo lo que antecedió a la muerte finalmente de Morelos, hombre que quiso ser fiel a Dios, a sus hermanos y a la Patria naciente, y que en un torbellino violento se vio envuelto en cosas tan humanas y de ciertos excesos como el fusilamiento de varios jefes realistas en Oaxaca y el degüello de varios españoles como represalia por la muerte de Matamoros, en ese intento de construir una sociedad más humana, justa y libre.
Morelos se debatió entre la fe y la razón, no porque opusiera una a otra, sino porque en ciertos momentos excepcionales se suceden los acontecimientos tan rápido y tan fuerte que es necesario hacer opciones sin que haya oportunidad de meditarlos tal vez lo suficiente. Fue hijo de su tiempo y sembró para una reflexión sobre la fidelidad a la Patria, a la Iglesia, a Dios.
También hoy la iglesia católica es protagonista de la construcción de nuestra Patria, sobre todo educando a sus miembros en la caridad, la fe y la razón para construir una sociedad en la que se respeten las diferencias, incluida ella misma, pues ha estado presente desde el inicio. ¿Quién estaría hoy dispuesto a morir por la Patria antes que servirse de ella?
Pbro. Filiberto Cruz Reyes Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 14 de septiembre de 2014