El relativismo como nihilismo

En este mes patrio, uno de los motivos para llamarlo así, es el tema de los llamados “niños héroes” que murieron durante la batalla de Chapultepec los días 12 y 13 de septiembre de 1847, durante la guerra contra Estados Unidos. Uno de los mitos en torno a este acontecimiento es que uno de ellos, Juan de la Barrera o Juan Escutia, se arrojó al vacío en un acto suicida envuelto en la bandera para que ésta no cayera en manos del enemigo. Se arrojó al vacío, a la nada.

Más allá de lo que este acontecimiento tiene de leyenda, el hecho es que el ser humano siempre tiene ante sí el vacío, la nada, como una experiencia siempre posible; ya el filósofo francés Jean Paul Sartre definía al hombre como “el ser por el cual la nada viene al mundo”. “Nada” en latín, se dice “nihil”, y este concepto ha dado origen a una corriente de pensamiento en épocas más o menos recientes que se ha dado en llamar “nihilismo”, en relación con el “existencialismo”. De los primeros autores en usarlo fue el ruso Iván Turgenev (también escrito Turgueniev) en su novela Padres e hijos (1860-1862), en donde expresa a propósito de uno de sus personajes, que es presentado como materialista y nihilista, diciendo que “es un hombre que no se inclina de frente a ninguna autoridad, que no asume ningún principio como dogma de fe, independientemente del respeto del cual este principio esté circundado”.

El choque de formas de ver la vida entre una generación y otra es hasta cierto punto normal, pues la realidad va cambiando, sin embargo, la naturaleza humana permanece; cambian los contextos, las virtudes y los vicios son siempre más o menos los mismos en nuevos situaciones. Hoy muchos de nuestros jóvenes se siguen arrojando al vacío, a la nada, pero ya no por ideales o valores, sino por la ausencia de ellos.
Existen ciertas corrientes de nihilismo intelectual que han hablado acerca del conocimiento humano, que hasta donde parece, se funda sobre la capacidad de distinguir la apariencia de la realidad. Al constatarse que los sentidos pueden percibir algo como distinto a lo que la razón nos dice (el ejemplo de un objeto recto que al introducirlo al agua parece que está doblado nos puede ayudar), puede llevar a alguien a dudar de la total incapacidad real de poder conocer la realidad así como es en sí misma, tendríamos que conformarnos con una interpretación de la misma, o peor aún, con una “construcción” de la misma. Luego entonces, cada quien tiene su verdad: relativismo puro. Frente a este relativismo nos rescata la experiencia del actuar práctico y del avance innegable de la ciencia.

Está otra vertiente de este relativismo, el que se refiere a la voluntad: el ser humano como la única medida de su propio actuar, negando toda norma moral. Ya antes que Nietzsche, Max Stirner había afirmado a propósito de esto: “Yo no soy la nada en el sentido de ‘vacío’, sino soy la nada creadora, aquella nada de la cual yo mismo, como creador, creo todo”. Luego Nietzsche desa­rrollará todo su tema de la voluntad de poder: “En la vida no existe nada que tenga valor más allá del grado de poder, puesto que la vida no es otra cosa que la voluntad de poder”. De este modo el nihilista oscila entre una autoreferencialidad (cosa que Francisco ha combatido a propósito de la Iglesia) y una desesperación profunda, puesto que cuando nos volvemos autoreferencia al hacer sólo y todo lo que nosotros consideramos como bueno y correcto, todo lo demás pierde su sentido, se vuelve relativo; por eso san Juan Pablo II afirmó: “En la interpretación nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional” (Fides et ratio n. 46).

El relativismo en todas sus modalidades es pues un nihilismo, tal vez una de sus manifestaciones es el lanzarse a la nada por nada, característica de las grandes ciudades, el suicidio, del cual nuestra Patria no está exenta en diversos modos. Salvemos a nuestros jóvenes con fe y razón. ¡Viva México!

Pbro. Filiberto Cruz Reyes
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 21 de septiembre de 2014