DESDE LA CEM: PALABRAS DE INAUGURACIÓN EN EL XII CONGRESO NACIONAL DE ESCUELAS PARTICULARES SAN LUIS POTOSÍ, S.L.P., 14 DE OCTUBRE DEL 2016.

SAN LUIS POTOSÍ, S.L.P.,

14 DE OCTUBRE DEL 2016

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1. Mi saludos y aprecio al Señor Arzobispo de San Luis Potosí, Mons. Carlos Cabrero.

Saludo al Lic. Juan Manuel Carrera López, Gobernador Constitucional del Estado; al C. Ricardo Gallardo Juárez, Presidente Municipal de San Luis Potosí; a la Lic. Griselda Álvarez Oliveros, Directora General del Sistema Educativo Estatal Regular; al Ing. Joel Ramírez Díaz, Secretario de Educación del Gobierno del Estado, y a la Lic. Lucía Gárate Gómez, Delegada de la SEP.

Felicito y agradezco al Hno. Alexandro Aldape Barrios, Presidente de la Confederación Nacional de Escuelas particulares, y a la Hna. Celia Yolanda González Tejeda, Presidenta de la Federación de Escuelas Particulares de San Luis Potosí, por su trabajo entusiasta en la organización de este Congreso.

Agradezco la presencia de tantos maestros, directivos, rectores, funcionarios, padres de familia, que nos acompañan. Es una alegría muy grande participar de estos espacios de diálogo, búsqueda, intercambio y compromiso.

2. Emergencia Educativa

Quisiera iniciar esta intervención señalando que vivimos grandes cambios en los diferentes ámbitos de nuestra realidad, que sin duda alguna nos rebasan y desafían. Nos llaman insistentemente a salir de nosotros mismos en un esfuerzo más generoso. Pero, ¿cuál es la primera urgencia que habrá que comenzar a atender? Sin duda, coincidimos que es la emergencia educativa.

Fueron los obispos de América Latina y El Caribe, en su V Conferencia General –hace ya casi diez años-, quienes pidieron emprender una respuesta de esta naturaleza. Afirmaron, desde un punto de vista teleológico, es decir de búsqueda de sentido, que: “La educación humaniza y personaliza al ser humano cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo fructificar en hábitos de comprensión y en iniciativas de comunión con la totalidad del orden real. De esta manera, el ser humano humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y construye la historia”[1].

Nos dijeron en aquella ocasión, que: “Vivimos un cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios; aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo… Surge hoy con gran fuerza una sobrevaloración de la subjetividad individual… El individualismo debilita los vínculos comunitarios y propone una radical transformación del tiempo y del espacio, dando un papel primordial a la imaginación. Los fenómenos sociales, económicos y tecnológicos están en la base de la profunda vivencia del tiempo, al que se le concibe fijado en el propio presente, trayendo concepciones de inconsistencia e inestabilidad. Se deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos derechos, muchas veces, arbitrarios, en relación a los problemas de la sexualidad, la familia, las enfermedades y la muerte”[2].

Posteriormente, el Papa Emérito Benedicto XVI, unos meses después de la clausura de Aparecida, retomó el mismo llamado señalando que todos debemos: “formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás, y de dar un sentido a la propia vida”[3].

Como puede apreciarse, tanto Aparecida como el Santo Padre, “dan en el clavo”. La tarea fundamental de la educación es colocarnos más allá de todo individualismo. Recordemos la etimología de la palabra educar, compuesta por el término ducere, que significa conducir, y el prefijo e, que implica una acción hacia fuera. Educar conlleva pues una acción de salir de sí, de conducir la vida para incorporarla a un ámbito de relación, implica encaminar a la persona para situarla dentro del universo.

La persona es un per se en relación, y no un per se absoluto; desde su unicidad y su individualidad cada persona, cada familia, cada comunidad, existe y se desarrolla en una realidad más amplia junto con otras personas, grupos y otras realidades, que lo abren necesariamente a una experiencia de vida compartida.

La emergencia educativa, podríamos decir, nos exige “emerger” de manera más consciente y comprometida ante algunas situaciones sociales -incluso planetarias-, que nos muestran claramente que no estamos sacando del ser humano lo mejor de sí.

Particularmente, los Obispos Latinoamericanos, en Aparecida, nos advierten que:

América Latina y El Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En efecto, las nuevas reformas educacionales de nuestro Continente, impulsadas justamente para adaptarse a las nuevas exigencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades, denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado. Por otra parte, con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, la familia y a una sana sexualidad. De esta forma, no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que les convertirán en constructores solidarios de la paz y del futuro de la sociedad (No. 328).

La tarea como podemos ver es enorme y a corto, mediano y largo plazo. Se trata de construir un cambio cultural. No sólo de sancionar lo que sucede en el presente, sino sobre todo, establecer las bases para una nueva civilización, mucho más humana y justa, al promover la globalización de la solidaridad, es decir, el reconocimiento del otro, lo otro, y por supuesto El Otro.

La emergencia educativa, convocada por la Iglesia es una llamada a toda la sociedad, a todos los ambientes, a todos los gobiernos, a todas las Iglesias, para construir juntos una cultura más humana, a través del andamiaje de un nuevo camino educativo.

3. La propuesta educativa reciente del Episcopado Mexicano

¿Qué ha hecho el Episcopado Mexicano frente a estos llamados? Quisiera compartir brevemente con Ustedes el camino que hasta la fecha hemos hecho los Obispos de México para responder a dicha Emergencia Educativa. En primer lugar, el Secretariado de Pastoral Educativa, durante el Trienio 2009-2012, convocó a un grupo de expertos en el tema, así como a los agentes de pastoral de la Iglesia directamente involucrados en esta tarea para revisar aspectos históricos, metodológicos, administrativos, sindicales, y sobre todo los contenidos y visiones de la educación en México, entre otros temas. Este esfuerzo estuvo dirigido por el actual Señor Arzobispo de León, Mons. Alfonso Cortés.

Por otro lado, se convocó a todas las diócesis de nuestra Iglesia mexicana a un ejercicio de consulta y diálogo. Cabe destacar que en la XCII Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano se dedicó a este tema de la Emergencia Educativa, con el lema: “Educar para Evangelizar y Evangelizar para Educar”, en donde se presentó un borrador del documento Educar para una Nueva Sociedad.

Este Documento aborda cuatro aspectos fundamentales:

Una primera parte que aborda un análisis del contexto cultural en el que estamos educando, junto con sus grandes desafíos (relativismo, materialismo, visión economicista y técnica de la realidad, incapacidad de una lectura sapiencial de la realidad, entre otros).
Un segundo apartado en donde se hace un análisis histórico de la educación en México, así como la aportación histórica que nuestra Iglesia ha dado a la Nación en este tema, así como las circunstancias actuales de nuestro País en esta materia.
Una reflexión sobre la propuesta específica que la Iglesia puede dar al mundo educativo a partir de su antropología. En este rubro se desarrolla el tema qué significa educar para nosotros, cuestión que rebasa el ámbito de la fe y se sitúa en lo que Su Santidad Benedicto XVI ha llamado la “ecología humana”.
Finalmente propone un conjunto de principios de reflexión y directrices de acción, para que todos en nuestra Patria asumamos esta Emergencia Educativa, en una dinámica de comunión y de sentido. La Iglesia se sabe corresponsable y quiere, en una actitud humilde y propositiva, colaborar con los demás actores sociales del Sistema Educativo Nacional, que no se reduce al ámbito de educación formal, escolar, sino que se abre al amplio mundo de la educación no formal (familia, medios de comunicación, escultismo, arte, cultura, deporte, vida social, eclesial, etc.).

Posteriormente en mayo del 2014 se presentaron los Talleres de Educación para Padres de Familia al Servicio de una Nueva Sociedad, instrumento concreto que pretende ser una de las muchas respuestas que como sociedad debemos dar a la Emergencia Educativa. Hoy se requieren acciones en sinergia, es decir en comunión y complementariedad entre distintos protagonistas de la educación para elevar la calidad educativa en el País. Deben, por principio, recuperar la dignidad y experimentar la complejidad de la persona humana, así como la vivencia de los valores y no sólo su reflexión o anuncio.

Estos dos esfuerzos, junto con la organización de congresos, encuentros, giras y espacios de diálogo han sido valiosos, pues nos han permitido difundir una reflexión amplia y concreta, y por otro lado palpar la realidad educativa nacional, que -insisto- no sólo se reduce al ámbito escolar, sino que abarca toda la existencia de la vida humana, en sus múltiples y distintas etapas, así como dimensiones. Sé que aquí, en San Luis Potosí, ha habido algunos esfuerzos en esta materia con la guía del Señor Carlos Cabrero.

4. Propuestas y Conclusión

Para terminar mi intervención quisiera proponer a Ustedes ocho puntos o líneas estratégicas para responder a la emergencia educativa de hoy:

Educar es formar a la persona, darle sentido, sacarla de sí para situarla en la realidad histórica con el fin de que participe conscientemente de ella en la construcción de una humanidad más justa, más fraterna, más solidaria.
Es necesario, por tanto educar con una antropología humana, integral y trascendente.
La centralidad de todo educador, de toda comunidad educativa, debe ser: formar y trabajar para la transmisión de una verdadera experiencia humana. No se trata de comunicar sólo información, técnicas, sino de acompañar al educando, que es persona, a descubrirse persona: un ser en relación.
Educar con contenidos propios. La Iglesia es Madre y Maestra, por lo que tiene mucho que ofrecer. Es experta en humanidad. Ella tiene una antropología cristiana precisa que debe conocer y transmitir.
Educar en un continuo y profundo diálogo entre fe y razón. Es necesario salir del racionalismo imperante, con el fin de elevar a la razón más allá de sí. El hombre no sólo es razón: es trascendencia, es partícipe de un Proyecto Histórico de Salvación que le da sentido y fundamento.
Educar integralmente. Esta educación debe iniciar con los fundamentos filosóficos, e incluso teológicos. Éstos marcan los principios esenciales de la persona y le dan rumbo. Es urgente que las instituciones educativas promueva una nueva cultura basada en esquemas y valores profundamente cristianos.
Educar para ofrecer hombres y mujeres que sepan servir. Que no sólo busquen el éxito, el prestigio, la fama, el dinero, el poder. La tarea es formar integralmente hombres y mujeres de bien: buenos ciudadanos, buenos padres y madres de familia, buenos políticos, buenos parroquianos, buenos empresarios, buenos sindicalistas, buenos locutores de medios de comunicación, buenos juristas, etc.
Educar para amar. Amar implica servir, sacrificarse, meter las manos. Amar implica “hacerse cargo”, como en la Parábola del Buen Samaritano. Hoy se habla mucho de liderazgo en las instituciones educativas y en el mundo laboral. Sin embargo, cada vez se siente mayor soledad en estos mundos. Se siente a una autoridad cada vez más alejada, que está preocupada más de apropiarse de la eficiencia de los demás, que de servir a los demás.
Al tocar este último punto “educar para amar”, quiero resaltar que éste es, a mi parecer, la gran aportación del Papa Francisco a la emergencia educativa. Él nos ha exhortado a entender no sólo nuestros desafíos, sino que quiere desatar nuestra generosidad y creatividad frente a ellos. En noviembre pasado, insistió mucho sobre la importancia de educar la mente, el corazón y las manos, pues no basta la razón, sino que hay que desatar, precisamente “la pasión por educar”, título de este encuentro.

Les felicito a todos, y de parte del Señor Cardenal Alberto Suárez Inda, Responsable de la Dimensión Episcopal de Pastoral Educativa; del Señor Cardenal José Francisco Robles Ortega, Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, les dejo nuestro llamado para seguir educando en la lógica del don y la gratuidad. Tenemos en nuestras manos esta oportunidad, esta exigencia apasionante de respuesta generosa y creativa a “la emergencia entre las urgencias”.

Estoy a sus órdenes y de nuevo mi respeto y consideración para todos ustedes. ¡Muchas gracias!

+Alfonso G. Miranda Guardiola

Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

*Conferencia dada en coordinación con la Secretaría de la Dimensión Episcopal de Pastoral Educativa.

[1] DA, No. 330.

[2] Cfr. DA, No. 44.

[3] Benedicto XVI, Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la Tarea Urgente de la Educación, 21 de enero de 2008.