Conferencia: ¿Dónde está tu hermano? Trato humanitario a migrantes y transmigrantes

II Encuentro Nacional de Representantes Legislativos y Líderes Migrantes
 Santiago de Querétaro, Qro., 21 de julio de 2014

 

 

Señoras y Señores Legisladores,
líderes migrantes,
funcionarios y servidores públicos,
señoras y señores:

 

Agradezco mucho su muy amable invitación para participar en este II Encuentro Nacional de Representantes Legislativos y Líderes Migrantes para hablar acerca de una preocupación humana y pastoral muy cercana al corazón de la Iglesia y al mío propio. Desde que era Obispo de Matamoros, y ahora como Obispo de Querétaro, he podido constatar la pertinencia y urgencia de colaborar activamente con todos los sectores de la sociedad para ofrecer soluciones a las problemáticas vinculadas a la movilidad humana. Por esa razón celebro la realización de este tipo de encuentros que nos ayudan a crecer en el conocimiento del fenómeno migratorio, encontrando categorías comunes que nos facilitan ver la realidad de una manera más unificada, sensibilizándonos en la necesidad de cooperar entre todos de un modo más consistente.

Esto, como sabemos, es una tarea formidable. La migración es un verdadero “signo de los tiempos” que “hace resonar de nuevo con toda su fuerza las palabras de Jesús: “¿Cómo no sabéis juzgar este tiempo?” (Lc 12, 57)”[1]. La migración es un atributo de nuestras sociedades y de la globalización que, lejos de ser un hecho puntual o “emergente”, es una dimensión constitutiva de las dinámicas económicas y sociales actuales. Ésta nos desafía constantemente a dar respuestas individuales y sociales que ayuden a resolver las problemáticas de personas y comunidades concretas, pero que al mismo tiempo sean concordes con su fin trascendente, su dignidad y sus derechos fundamentales[2]. Esta búsqueda de soluciones se complejiza aún más si consideramos que ninguna persona, institución o país posee todos los recursos económicos, políticos, de información, de capital social o de legitimidad necesarios para solucionar los problemas relacionados con la migración. Sin la participación de los gobiernos, la sociedad civil y los mercados de los regiones involucradas, el trato humanitario a migrantes y transmigrantes no mejorará de manera sensible. Esto implica que actores e instituciones sociales, políticos y económicos aprendamos a redefinir nuestros problemas individuales de manera comunitaria, y que identifiquemos nuestra necesaria contribución a la solución de los problemas de nuestra sociedad. En sentido estricto, no será posible resolver los problemas de la migración sin nuestra participación individual y de las instituciones de las que somos parte.

 

Algunas problemáticas urgentes

El hecho que no todas las personas e instituciones colaboren creativamente en encontrar soluciones a las problemáticas de la movilidad humana genera una realidad donde “se verifica la tensión entre la belleza de la creación, marcada por la gracia y la redención, y el misterio del pecado” [3]. Como nos dice el Santo Padre Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014.

El rechazo, la discriminación y el tráfico de la explotación, el dolor y la muerte se contraponen a la solidaridad y la acogida, a los gestos de fraternidad y de comprensión. Despiertan una gran preocupación sobre todo las situaciones en las que la migración no es sólo forzada, sino que se realiza incluso a través de varias modalidades de trata de personas y de reducción a la esclavitud. El “trabajo esclavo” es hoy moneda corriente[4].

 

El Papa continúa:

Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”. Es impresionante el número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios[5] (fin de la cita).

En estos vastos movimientos de personas se verifican muertes, violaciones de derechos humanos, trágicas separaciones familiares, y manifestaciones de racismo y xenofobia[6]. En particular, merecen nuestra atención las “decenas de miles de niños que emigran solos, sin acompañantes, para escapar de la pobreza y de la violencia: ésta es una categoría de emigrantes que, desde Centroamérica y desde el mismo México, cruzan la frontera con los Estados Unidos en condiciones extremas y persiguiendo una esperanza que la mayor parte de las veces resulta vana. Cada día son más y más numerosos”[7]. Este y otros problemas vinculados a la migración son una clara invitación a “globalizar la solidaridad, reconociendo, respetando, promoviendo y defendiendo la vida, la dignidad y los derechos de toda persona, independientemente de su condición migratoria”[8].

 

La agenda es la dignidad de la persona humana

El hecho que los fenómenos migratorios sean muy complejos, y que las soluciones a sus problemáticas requieran el trabajo consensado y simultáneo de una gran diversidad de personas e instituciones, no nos exime de la responsabilidad de contribuir. Un prerrequisito indispensable para hacerlo es cambiar nuestra perspectiva hacia los emigrantes y refugiados, pasando de un enfoque defensivo, de miedo, de desinterés y de marginación, que en última instancia es manifestación de la “cultura del descarte”, a “una perspectiva basada en la cultura del encuentro”, la única que posibilitará que tengamos un mundo más justo y fraterno[9].

A su vez, este cambio de perspectiva que implica una modificación de nuestras categorías mentales, nuestros juicios, nuestro actuar y, en última instancia, nuestro corazón, sólo se verificará si mantenemos puesta nuestra vista en la dignidad inalienable de cada persona concreta. Como nos recordaba el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, en su reciente participación en el Coloquio México – Santa Sede sobre movilidad humana y desarrollo.

La dignidad de las personas no procede de su situación económica, de su filiación política, nivel educativo, pertenencia étnica, estatus migratorio o convicción religiosa. Todo ser humano, por el mismo hecho de ser persona, posee una dignidad tal que merece ser tratada con el máximo respeto. Más aún, el único criterio absolutamente válido para evaluar si una comunidad política cumple con su vocación de servicio al bien común, es precisamente éste: la calidad de su servicio a las personas, pero de un modo especial, a las más pobres y vulnerables[10] (fin de la cita).

Partir del reconocimiento, promoción y defensa de la dignidad humana es lo que permite apreciar y valorar, en su justa dimensión, la contribución que la migración hace al desarrollo de los pueblos, así como la urgente necesidad de proteger a los migrantes y a sus familias de la segregación social, de la discriminación y de la explotación. Las sociedades en las que “los emigrantes […] no son acogidos abiertamente, sino que son tratados con prejuicios, como sujetos peligrosos o dañinos, demuestran ser muy débiles y poco preparadas para los retos de los decenios venideros. Por el contrario, aquellos países que saben ver a los recién llegados como elementos generadores de riqueza ante todo humana y cultural y, por tanto, que saben acogerlos debidamente; aquellas sociedades que hacen los pertinentes esfuerzos por integrar a los emigrantes, dan un mensaje inequívoco a la entera comunidad internacional de solidez y garantía que, en sí, generan aún un mayor progreso”[11].

Si sabemos mirar el rostro de cada migrante “aprenderemos a encontrar una razón para afirmar que todos somos hermanos. En el fondo, aprenderemos a conocernos mejor nosotros mismos y surgirá el anhelo del cambio”[12].

 

Avanzando en el trato humanitario de migrantes y transmigrantes

El reconocimiento, promoción y defensa de los derechos humanos en los procesos migratorios han tenido algunos avances relevantes en los últimos años. En parte, los cambios discursivos, legislativos y de política pública que se han generado en México son respuesta al retorno de más de dos millones de compatriotas en los últimos cinco años; a que esto no ha disminuido la aceptación social de la migración a los Estados Unidos, que se sigue viendo como una manera de escapar a la pobreza; al aumento del número de personas de Centro y Sudamérica que transitan a través de nuestro territorio para intentar cruzar la frontera Norte; y a los mayores peligros, que especialmente éstos últimos deben enfrentar, dada la mayor actividad de las bandas del crimen organizado.

Una política verdaderamente regional en la materia debería promover la organización de encuentros, al más alto nivel posible, entre funcionarios, representantes de organizaciones de la sociedad civil, empresarios y académicos, para discutir la viabilidad de algunas políticas coordinadas. Entre éstas se podrían encontrar la definición de responsabilidades de los diferentes países y sus respectivas agencias gubernamentales; la distribución de la respectiva carga financiera; la coordinación entre las diferentes policías y agencias a cargo del cuidado de los migrantes; la restricción y mejor control de la venta de armas; la mejora de algunas categorías de protección internacional, especialmente a niños migrantes no acompañados y a solicitantes de refugio por razones humanitarias; y la implementación de la repatriación forzada sólo en casos de emergencia.

En este sentido, la reforma migratoria de México realizada durante 2011 es un avance relevante, pues define que los derechos humanos y la unidad familiar son ejes rectores de la política migratoria del país, junto con el desarrollo y la preservación de la soberanía y seguridad nacionales. La reforma migratoria complementa la reforma en materia de derechos humanos, también de 2011, que elevó a rango constitucional el derecho a solicitar asilo o refugio por motivos de orden político o humanitario, respectivamente (artículo 11). La Ley de Migración reconoce que cada persona, independientemente de su situación migratoria, tiene derecho a la salud, la educación, la justicia y el registro civil, entre otros.

La reciente Declaración conjunta de los Obispos de Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala y Honduras sobre la crisis de los niños migrantes ha evaluado en términos positivos la implementación de la Coordinación para la Atención Integral de la Migración en la Frontera Sur y la creación de los Centros de Atención Integral al Tránsito Fronterizo, que están diseñados para facilitar la internación segura de personas y bienes[13]. Esta misma Declaración sugiere algunas estrategias que de manera conjunta pueden mejorar la situación de los migrantes y transmigrantes:

Los obispos, sus servidores, reiteramos la urgencia de respetar la dignidad humana de los migrantes indocumentados; fortalecer las instituciones gubernamentales para que sean auténticamente democráticas, participativas y al servicio del pueblo; combatir con firmeza la reprobable actividad de los grupos delictivos y del crimen organizado, cuya inhumana acción condenamos enérgicamente; garantizar la seguridad de los ciudadanos; e invertir en Centroamérica. En este sentido, hacemos un llamado a los empresarios, especialmente católicos, a que inviertan y contribuyan a promover la justicia y la equidad. Exhortamos a los padres de familia a no exponer a sus hijos a emprender el peligroso viaje hacia México y Estados Unidos. Y pedimos a la sociedad en general asumir el papel que le corresponde en este doloroso problema[14] (fin de la cita).

Las propuestas de esta Declaración han sigo guiadas por la Doctrina Social de la Iglesia, la cual propone cinco principios guía para orientar nuestra visión acerca de las problemáticas vinculadas a la movilidad humana. Éstos son mencionados en la carta pastoral de los obispos católicos de Estados Unidos y México, Juntos en el camino de la esperanza: Ya no somos extranjeros, publicada en 2003:

Las personas tienen el derecho de encontrar oportunidades en su tierra natal: Toda persona tiene el derecho de encontrar en su propio país oportunidades económicas, políticas y sociales, que le permitan alcanzar una vida digna y plena mediante el uso de sus dones. Es en este contexto cuando un trabajo que proporcione un salario justo, suficiente para vivir, constituye una necesidad básica de todo ser humano. 

Las personas tienen el derecho de emigrar para mantenerse a sí mismas y a sus familias: La Iglesia reconoce que todos los bienes de la tierra pertenecen a todos los pueblos. Por lo tanto, cuando una persona no consiga encontrar un empleo que le permita obtener la manutención propia y de su familia en su país de origen, ésta tiene el derecho de buscar trabajo fuera de él para lograr sobrevivir. Los Estados soberanos deben buscar formas de adaptarse a este derecho. 

Los Estados soberanos poseen el derecho de controlar sus fronteras: La Iglesia reconoce que todo Estado soberano posee el derecho de salvaguardar su territorio; sin embargo, rechaza que tal derecho se ejerza sólo con el objetivo de adquirir mayor riqueza. Las naciones cuyo poderío económico sea mayor, y tengan la capacidad de proteger y alimentar a sus habitantes, cuentan con una obligación mayor de adaptarse a los flujos migratorios. 

Debe protegerse a quienes busquen refugio y asilo: La comunidad global debe proteger a quienes huyen de la guerra y la persecución. Lo anterior requiere, como mínimo, que los migrantes cuenten con el derecho de solicitar la calidad de refugiado o asilado sin permanecer detenidos, y que dicha solicitud sea plenamente considerada por la autoridad competente.

Deben respetarse la dignidad y los derechos humanos de los migrantes indocumentados: Independientemente de su situación legal, los migrantes, como toda persona, poseen una dignidad humana intrínseca que debe ser respetada. Es común que sean sujetos a leyes punitivas y al maltrato por parte de las autoridades, tanto en países de origen como de tránsito y destino. Es necesaria la adopción de políticas gubernamentales que respeten los derechos humanos básicos de los migrantes indocumentados[15] (fin de la cita).

Por estas razones, es evidente que por buenos que sean, los cambios legales y las políticas públicas siempre serán insuficientes para resolver las problemáticas relativas a la movilidad humana. La solución del problema migratorio requiere “una conversión cultural y social en profundidad que permita pasar de la cultura de la cerrazón a una cultura de la acogida y el encuentro”[16]. En este contexto, como nos dice el Cardenal Parolin.

la Iglesia siempre ha sido y será una leal colaboradora. Cuenta con un acervo moral y religioso basado en una tradición con dos mil años de antigüedad. Su implantación en algunos países como México, es vasta y reconocida. Por definición, es católica, es decir, universal, transnacional. Su mensaje no se agota en la vida privada de los fieles, sino que buscando su conversión, se expande y alcanza los caminos de la cultura y de la justicia social puesto que no es posible definirse cristiano y vivir de espaldas a la justicia y fraternidad, también con los no creyentes. Dicho de otra manera, sería injusto y radicalmente falso considerar a la fe cristiana como un obstáculo para desarrollo[17] (fin de la cita).

 

El migrante es Cristo 

Para los católicos, la cultura de la acogida y el encuentro no es algo extrínseco, secundario, estático, sino que es parte constitutiva de su fe. “La verdad sobre el hombre que nos ha revelado Jesucristo, ha sido para los cristianos una verdadera exigencia”, en el sentido de que deberíamos “ser siempre empáticos y solidarios con todo lo humano, con todo lo que es justo, bello y bueno. Sobre todo, con aquellas dimensiones periféricas de la existencia, las más lastimadas y humilladas, pues ellas son la imagen más nítida del Crucificado”[18].

Las palabras del Papa Francisco en Lampedusa, refiriéndose a los migrantes ahogados cerca de las costas italianas, nos interpelan de manera urgente y se pueden aplicar a nuestra realidad:

¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los demás, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestros trataban de salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte […] Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes. Esos que explotan la pobreza de los demás. Esa gente que hace de la pobreza de los demás su propia fuente de ganancia. ¡Cuánto han sufrido y algunos no han logrado llegar!

¿Dónde está tu hermano? ¿Quién es el responsable de esta sangre? […] ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente no yo […] Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano medio muerto en el borde del camino, quizá pensamos “pobrecito”, y continuamos por nuestro camino, no es tarea nuestra; y con esto nos tranquilizamos y nos sentimos bien. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los demás […] En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos habituado al sufrimiento del otro, no nos concierne, no nos interesa, no es un asunto nuestro! (fin de la cita) [19].

Para la Iglesia, la atención de los migrantes es una prioridad, pues en esta nueva forma de pobreza se manifiesta Cristo sufriente; ellos le plantean el reto de ofrecer acompañamiento pastoral desde una visión del hombre que no tiene fronteras[20]. Por eso los obispos estamos llamados a establecer “estructuras nacionales y diocesanas apropiadas, que faciliten el encuentro del extranjero con la Iglesia particular de acogida. Las Conferencias Episcopales y las Diócesis deben asumir […] esta pastoral específica con la dinámica de unir criterios y acciones que ayuden a una permanente atención […] a los migrantes”[21].

Para lograr este objetivo se requiere “reforzar el diálogo y la cooperación entre las Iglesias de salida y de acogida, en orden a dar una atención humanitaria y pastoral a los que se han movilizado”[22]. Como parte importante de esta atención humanitaria se encuentra la denuncia de los “atropellos que sufren frecuentemente” así como “incidir, junto con los organismos de la sociedad civil […] para lograr una política migratoria que tenga en cuenta los derechos de las personas en movilidad”[23].

En este mismo sentido, la reciente carta de la Dimensión Episcopal de la Pastoral de la Movilidad Humana ha exhortado a todos los obispos a mejorar la comunicación entre las casas del migrante diocesanas y las autoridades civiles; ofreciendo espacios para recibir a niños migrantes; y trabajar por una mejor vinculación con los gobiernos estatales y municipales[24].

 

Señoras y Señores:

La búsqueda de las soluciones de las problemáticas de la migración requiere del impulso que dan las convicciones más profundas de la persona; requiere de la caridad. Esto debe ser causa de esperanza para nosotros pues, como nos lo enseña nuestra propia experiencia, cuando alguien querido tiene un problema, nuestra vista se agudiza, viendo posibles soluciones que quizá no habríamos identificado de otra manera, impulsándonos a comportarnos valientemente, con constancia, con intrepidez. En efecto, quien está animado por una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de los problemas sociales que nos aquejan[25]. Tratar de encontrar una agenda de colaboración efectiva en cuestiones de migración, así como en muchas otras, requiere como requisito indispensable el compromiso real y eficaz con los demás. Esto es, en última instancia, lo único que genera la creatividad y la fuerza para cooperar entre nosotros.

Muchas gracias.

 

Mons. Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro

 

 

[1] Francisco, Mensaje pontificio en ocasión del Coloquio México – Santa Sede sobre movilidad humana y desarrollo, 14 de julio de 2014.

[2] Ibid.

[3] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014, 5 de agosto de 2013.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Francisco, Mensaje pontificio en ocasión del Coloquio México – Santa Sede sobre movilidad humana y desarrollo, 14 de julio de 2014.

[7] Ibid.

[8] Declaración conjunta de los Obispos de Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala y Honduras sobre la crisis de los niños migrantes, 10 de julio de 2014.

[9] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014, 5 de agosto de 2013.

[10] Parolin, Pietro, Mirar hacia el futuro, mirar a la persona: movilidad humana y acontecimiento cristiano, Palabras del Cardenal Secretario de Estado de la Santa Sede en el encuentro “Migración y Desarrollo, Coloquio México – Santa Sede”, Ciudad de México, 14 de julio de 2014.

[11] Ibid.

[12] Ibid.

[13] Declaración conjunta de los Obispos de Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala y Honduras sobre la crisis de los niños migrantes, 10 de julio de 2014.

[14] Ibid.

[15]United States Conference of Catholic Bishops y Conferencia del Episcopado Mexicano, Juntos en el camino de la esperanza: Ya no somos extranjeros, carta pastoral de los obispos católicos de los Estados Unidos y México sobre la migración, 2003, nn. 33-38.

[16] Parolin, Pietro, Mirar hacia el futuro, mirar a la persona: movilidad humana y acontecimiento cristiano, Palabras del Cardenal Secretario de Estado de la Santa Sede en el encuentro “Migración y Desarrollo, Coloquio México – Santa Sede”, Ciudad de México, 14 de julio de 2014

[17] Ibid.

[18] Ibid.

[19] Francisco, Homilía del Santo Padre en Lampeusa, 8 de julio de 2013.

[20] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, 2013, n. 210.

[21] CELAM, Documento de Aparecida, 2007, n. 412.

[22] Ibid., n. 413.

[23] Ibid., n. 414.

[24] Dimensión Episcopal de la Pastoral de la Movilidad Humana (CEM), Carta en referencia al Coloquio México – Santa Sede sobre migración y desarrollo, 16 de julio de 2014.

[25] Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 2009, n. 30.