Celebremos la Fiesta

Guía Pastoral para la digna y provechosa celebración de las fiestas patronales

 

I. INTRODUCCIÓN

1.  Las fiestas patronales son acontecimientos que marcan en lo hondo y por mucho tiempo la vida religiosa de una parroquia, de una comunidad católica y de cada uno de los participantes. Casi podemos decir que, apenas termina una fiesta, ya se inicia la preparación de la siguiente. La fiesta patronal afecta, de distintas maneras, a todos los miembros de la comunidad, aún a los no creyentes; posee, como dice el documento de Puebla, la capacidad para congregar multitudes (No. 449). Es un hecho socio-religioso que se impone a todos y que es necesario atender con solicitud pastoral.

2.  Dentro de esta compleja realidad, es natural que a quien atañe de manera particular es al sacerdote, en especial al párroco o al rector del templo, y a todo el personal que colabora con él preparando, celebrando y recogiendo los frutos y consecuencias de la celebración. Por su origen religioso y por su alto valor cultural y festivo, la fiesta patronal debe ser un acontecimiento evangelizador. Jesús anunció la salvación de Dios como un banquete de bodas o como una fiesta del Padre por haber recobrado al hijo perdido. Él mismo iba cada año con sus padres a Jerusalén a la fiesta (cf Lc. 2, 41),  participaba activamente en las celebraciones religiosas de su pueblo y hacía de cada una de ellas un acontecimiento revelador del misterio de su salvación; esto llegó a tal grado que su ausencia se convertía en motivo de expectación:¿Qué les parece?¿ Vendrá  a la fiesta? (Jn 11, 56), se preguntaban sus paisanos. La presencia de Jesús es indispensable para celebrar la fiesta cristiana.

3.  Las presente Guía Pastoral quiere ser una ayuda  práctica para los hermanos presbíteros, que tienen la responsabilidad de celebrar dignamente los misterios de la vida del Señor Jesucristo juntamente con el pueblo de Dios encomendado a su cuidado pastoral, e ir logrando, a través de este acontecimiento evangelizador, que el mismo Señor sea conocido, amado y celebrado con todo el esplendor que su santa Esposa, la Iglesia, desea honrarlo. En estas celebraciones de piedad popular nuestro pueblo creyente busca respuestas, desde su fe, a las grandes interrogantes de la existencia (cf Puebla, 448). Esta es parte de la sabiduría cristiana que recibe gracias a su fe, y que lo hace descubrir y experimentar la presencia salvadora de Dios mediante la santa Iglesia, la Virgen Santísima y sus Santos. Esto  lo hace con un lenguaje total que supera los racionalismos (No. 454), y que debemos de saber leer e interpretar para darle respuesta con sabiduría pastoral.

4. Muchas son también las deficiencias que hay que corregir y los límites que hay que superar. Una fe no suficientemente ilustrada degenera con facilidad en vana credulidad, en actitudes fetichistas y hasta en expresiones idolátricas, acompañadas de sectarismos y manipulaciones religiosas y sociales. En este contexto de ignorancia y de inercia religiosa es muy difícil, casi imposible, lograr que las expresiones religiosas se transformen en una vida digna, en relaciones comunitarias sanas que propicien el equilibrio y el progreso social.

5. En este complejo y fascinante universo, los señores sacerdotes sabrán hacerse acompañar y ayudar de los fieles laicos, que generosamente suelen colaborar para la realización de las fiestas parroquiales; por esta razón algunas indicaciones también se refieren a ellos y, por medio de ellos, se harán llegar, de la mejor manera posible, a todos los actores externos a la organización propiamente eclesial de la fiesta, pero cuya actitud llega  a afectarla de manera importante tanto para bien como para mal. Cada fiesta patronal debe ser un nuevo impulso desde la fe para reforzar la convivencia fraterna, incrementar la solidaridad y lograr condiciones de vida más humanas y más cristianas.

 

II. NATURALEZA DE LA FIESTA PATRONAL

6. Celebrar todo el misterio de Cristo, desde la encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor (SC 102), incluyendola especial veneración de la Virgen María y el recuerdo e intercesión de los Santos (Ibid. 103-104), es un sagrado deber de la Iglesia y, en particular, de cada parroquia y de toda comunidad cristiana.

7. Las celebraciones de la Virgen Santísima y de los Santos no deben opacar, sino hacer resaltar la fuerza salvífica del misterio pascual de Cristo, que se actualiza y celebra de manera singular el domingo, día del Señor, día de la asamblea eucarística, día de descanso, día de la caridad yoctavo día, que anticipa hoy y celebra la venida gloriosa del Señor Jesucristo. (Cf. SC 106). El domingo debe conservar su primacía como pascua semanal.

8.   La cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde dimana toda su fuerza (SC 10) es la sagrada Liturgia; pero ella no abarca toda la vida espiritual(Ibid. 12), sino que ésta se alimenta también de los ejercicios  piadosos del pueblo cristiano, los cuales deben organizarse de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia,  en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos (Ibid. 13).

9. Las fiestas patronales de las parroquias y de las comunidades cristianas se enmarcan en esta dinámica celebrativa, y deben regirse por estos sabios principios del magisterio eclesiástico, como afirma el Papa Juan Pablo II: La piedad popular no debe ser ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio, porque es rica en valores, y ya de por sí expresa una actitud religiosa ante Dios; pero tiene necesidad de ser continuamente evangelizada, para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico. Tanto los ejercicios de piedad del pueblo cristiano, como otras formas de devoción, son acogidas y recomendadas, siempre que no substituyan y no se mezclen con las celebraciones litúrgicas. Una auténtica pastoral litúrgica sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular, purificarla y orientarla a la Liturgia, como una ofrenda de los pueblos (Vicesimus Quintus annus, No. 18).

10. Desde el punto de vista litúrgico, la fiesta patronal tiene el grado de Solemnidad y, por tanto, debe celebrarse con el mayor esplendor posible. Es, en realidad, la Pascua del Pueblo, es decir, el misterio pascual de Cristo cumplido en sus miembros, los Santos. El párroco debe hacer hincapié en este sentido pascual y procurar la asistencia y participación de toda la comunidad. Los textos litúrgicos deben tomarse de la fiesta del Santo Patrono y hacerse tres lecturas en todas las misas.

11.  En resumen:

a. Las fiestas patronales expresan la riqueza de la piedad popular;

b. En las fiestas patronales la primacía corresponde a las celebraciones litúrgicas, y éstas no deben mezclarse con actos de piedad popular.

c. Las expresiones de la piedad popular deben cultivarse e irse purificando, de modo que expresen cada vez con mayor madurez y autenticidad la fe de la Iglesia;

d. La auténtica piedad popular es un vehículo precioso de evangelización y facilita la inculturación de la Liturgia.

e. La fiesta patronal es la celebración del misterio pascual de Cristo cumplido en sus miembros.

 

III. SENTIDO TEOLÓGICO DE LA FIESTA CRISTIANA

12.  La finalidad pastoral del culto a los Santos es la glorificación de Dios, Uno y Trino, admirable en sus Santos, y el compromiso de llevar una vida conforme a la enseñanza y ejemplo de Cristo, de cuyo cuerpo místico los Santos son miembros eminentes (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, No. 231). Es necesario, para esto, que se presente en su justa dimensión la vida del Santo, evitando los elementos legendarios o atribuyendo ciertas especialidades a determinado Santo, como sería el encontrar objetos perdidos, conseguir pareja o librarse de la maledicencia.

13.  El Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia describe acertadamente el sentido de lafiesta patronal, cuando dice: El día del Santo tiene un gran valor antropológico: es día de fiesta. Y la fiesta, como es sabido, responde a una necesidad vital del hombre, hunde sus raíces en la aspiración vital a la trascendencia. A través de las manifestaciones de alegría y de júbilo, la fiesta es una afirmación del valor de la vida y de la creación. En cuanto interrumpe la monotonía de lo cotidiano, de las formas convencionales, del sometimiento a la necesidad de la ganancia, la fiesta es la expresión de  libertad integral, de tensión hacia la felicidad plena, de exaltación de la pura gratuidad. En cuanto testimonio cultural, destaca el genio cultural de un pueblo, sus valores característicos, las expresiones más auténticas de su folklore. En cuanto momento de socialización, la fiesta es una ocasión de acrecentar las relaciones familiares y de abrirse a nuevas relaciones comunitarias” (No. 232).

14.  De esta descripción podemos colegir la riqueza del significado de la fiesta cristiana y el papel fundamental que desempeña en la educación de  un pueblo y, en particular, en la inculturación de la fe. Debe dársele una especial atención pastoral, pues, cuando la fiesta se desvirtúa porque un individuo o un grupo se desvían de su verdadero sentido antropológico y religioso, entonces de convierte en ocasión propicia de supersticiones, de explotación o de manipulación.La fiesta, ante todo, dice el Directorio, es la participación del hombre en el dominio de Dios sobre la creación y sobre su reposo activo, no ocio estéril; es manifestación de una alegría sencilla y comunicativa, no sed desmesurada de placer egoísta; es expresión de verdadera libertad, no búsqueda de formas de diversión ambiguas, que dan lugar a nuevas y sutiles formas de esclavitud. Se puede afirmar con seguridad: la trasgresión de la norma ética no sólo contradice la ley del Señor, sino que daña la base antropológica de la fiesta (No. 233).

15.  Característica y elemento esencial de la fiesta es la interacción y la participación de las personas,  de modo que se establecen relaciones sociales, amistosas y fraternas con el saludo personal y el contacto familiar. Todos tienen la posibilidad de ser actores y no meros espectadores, y así se crean y se refuerzan los lazos de la sociabilidad. La diferencia y el contraste con los llamados espectáculos es notable. En el espectáculo todos miran y quizá admiran un objeto, el balón o el toro por ejemplo, o a un actor, el boxeador, o quizá a un grupo de actores; éstos son los protagonistas y siempre serán unos pocos, incluidas las bestias. El pueblo no participa sino que es espectador,  y fácilmente se convierte en masa.  Se limita a mirar y a expresar sus sentimientos y pasiones de manera muchas veces compulsiva y hasta violenta. El resultado es la diversión, no la sociabilidad; el sentimiento de superioridad o de derrota y, no pocas veces, el enfrentamiento. La fiesta es re-creación, es decir, reanima y revitaliza al hombre, mientras que el espectáculo es di-versión, dispersa y disipa a la persona.

 

IV. LOS PRINCIPALES ACTORES DE LAS FIESTAS PATRONALES

l)  Actores eclesiales

16.  El párroco. El señor cura o, en su caso, el rector del templo, es el responsable primero y principal de la fiesta patronal; lo hace personalmente o por medio del padre vicario parroquial. A él se le debe tomar en cuenta para todas las decisiones que tengan que ver con las celebraciones litúrgicas, con los actos de piedad popular y con la administración de los bienes de la comunidad. En el plan pastoral de la parroquia deben calendarizarse las fiestas patronales, con sus tiempos de preparación adecuados: triduos, novenas, pláticas pre-sacramentales, semanas bíblicas y confesiones, de modo que puedan celebrarse con tranquilidad y provecho espiritual para todos. Tenga presente el párroco que los encargados o las autoridades civiles contratan con mucha anticipación a los castilleros, músicos y galleros para llegar con ellos oportunamente a un acuerdo y evitar abusos.

17.  El consejo parroquial. Los miembros del consejo parroquial, además de cumplir con su cometido principal de aconsejar al párroco, deben brindarle su apoyo en lo que se refiere a las relaciones con las autoridades civiles, con los organizadores de la fiesta profana y con los mayordomos, para hacerles entender el significado religioso de la celebración y cuidar que ésta no degenere en fiesta pagana. El párroco y el consejo de pastoral, conscientes de que la fiesta es vértice y fuente de vida para los fieles de la parroquia, deben de cuidar con esmero su preparación, su realización, evaluar los resultados y proyectar los logros para crecimiento espiritual de todos. La evaluación es siempre necesaria, pues sin ella, se cae fácilmente en la rutina, se repiten los errores y no se aprovechan los logros.

18.  Pastoral profética y catequistas. Al equipo de catequistas corresponde, bajo la guía del párroco, preparar con tiempo a las personas que van a recibir los sacramentos del bautizo, de la confirmación,  de la primera comunión o del matrimonio. Para una provechosa celebración es necesario cuidar el orden, el uso correcto de los símbolos religiosos: vela, libro o rosario y la participación ordenada de la comunidad. En las primeras comuniones se reservará para los niños un lugar cómodo y un espacio apropiado para los padrinos a fin de que puedan cumplir con su función. La presencia de las hermanas Religiosas es muy apreciada, pues suelen contribuir de manera significativa a la preparación y a la celebración de la fiesta. Una fiesta patronal sin una catequesis amplia y profunda corre el riesgo de perder su fruto espiritual.

19.  Pastoral litúrgica. Al equipo de liturgia le corresponde preparar todo lo referente a la celebración: acólitos, altar, ajuar litúrgico, flores y adornos. Todos deben ensayar con anticipación sus movimientos. Deben cuidar que los lectores escojan y preparen bien las lecturas de la misa, que los ministros extraordinarios de la comunión estén disponibles y correctamente vestidos, que los ornamentos y manteles se encuentren limpios y bien colocados. Si la misa se celebra en el atrio, no se permitirá la presencia de vendedores y deberá cuidarse que el acceso al altar sea seguro, que los floreros y las imágenes (no debe faltar el crucifijo y el Santo patrono) estén fijos y que el entorno sea de respeto y favorezca la devoción. Nunca debe faltar el incienso y el altar debe quedar libre para la incensación a su alrededor. Cuando se celebra un sacramento después de misa, por ejemplo las confirmaciones, deben cuidar el orden y hacer callar la música y los cohetes mientras dure la celebración.

20.  El coro. Los cantores desempeñan un ministerio litúrgico: no sólo cantan en la misa sino que cantan la misa. No van de adorno para lucirse, sino para prestar un servicio a fin de que la asamblea alabe al Señor. Deben, pues, escoger los cantos apropiados a la celebración litúrgica, es decir, que su letra exprese el misterio que se celebra y evitar, lo más posible, los cantos sentimentales (El puente, el pescador, eres muy especial etcétera). Siempre es necesario el ensayo con la comunidad, para que ésta participe. El salmista es distinto del lector, debe ensayar con el pueblo el verso responsorial, marcar en su lugar correcto la pausa del verso y la terminación de la estrofa, para que la comunidad pueda responder con el estribillo. No debe decir en cada estrofa: ¡canten todos!, porque es molesto, entorpece la respuesta y quita seguridad a la comunidad. Deben comportarse con orden y dignidad.

21.  Pastoral social y cáritas. A la pastoral social y a su equipo de cáritas, le corresponde organizar, dentro del novenario, la Eucaristía y el Sacramento de la Unción de los Enfermos. No debería de faltar, en esta ocasión, también alguna ayuda específica para los enfermos: medicinas, consulta médica, despensa o algún otro signo de caridad fraterna, para que también ellos participen del gozo de la comunidad.

22.  Los sacerdotes. Siempre es agradable la presencia de los presbíteros del decanato en las fiestas de los vecinos y amigos. Es un testimonio de fraternidad sacerdotal que el pueblo aprecia y agradece, sobre todo si ofrecen su servicio en las confesiones. Los presbíteros debemos de ser conscientes que una ayuda de un hermano es siempre bienvenida y difícilmente sustituible.

23.  El señor obispo. Si asiste el señor obispo, debe hacerse un recibimiento sencillo, con cantos apropiados y con orden. Es conveniente que el párroco encabece la recepción; así enseñará a los fieles el respeto debido a su pastor y evitará que grupos particulares lo detengan donde a cada uno le parece bien. Debe tenerse en cuenta que la presencia del señor obispo no es decorativa. El significado de su persona y de su ministerio es ser centro y signo de comunión eclesial;  hace presente a la Iglesia apostólica y, por su comunión con el Papa, visibiliza la dimensión universal y católica de la Iglesia. El pueblo gusta de este recibimiento y de la entrada con música, aclamaciones y cantos, pero se evitarán las entradas triunfales, las caminatas largas y se cuidará el tipo de personas que lo acompañan de cerca. Si asisten las autoridades civiles, deberán ser presentadas por su nombre y cargo al señor obispo, para que las salude como corresponde a su papel en la comunidad. Puede también ser ocasión propicia para el arreglo y aseo del pueblo, e invitar a tomar conciencia de la necesidad de tener un pueblo limpio y ordenado, pues lo ordinario es que se viva en la insalubridad.

 

2)  Los Actores  religiosos externos

24.  Los organizadores. Siempre hay un grupo de personas: comité, mayordomos, fiscales, encargados etcétera, que organizan y promueven todo lo referente a los festejos populares: permisos, cooperación económica, banda, conjunto musical, puestos, juegos mecánicos, castillo, cohetes, reinas, baile, jaripeo, venta de cerveza y licores etcétera. Es éste un mundo complejo y ambiguo, desde el punto de vista de la fe cristiana, que necesita atención, especialmente catequesis y purificación. Es preciso que el señor cura establezca con tiempo con todos esos grupos una relación estrecha, para señalar límites y competencias, y que separe cuidadosamente lo religioso de lo profano y muchas veces hasta de lo escandaloso.

25.  Las autoridades civiles. Detrás de todos los organizadores está la autoridad civil que da permisos, aprueba, promueve, cobra impuestos y obtiene ganancias. Habrá que cuidar que no se pierda el carácter religioso de la celebración, que no se invada el atrio, que es parte integrante del templo y, por tanto, lugar sagrado. El atrio no se puede profanar con bailes y locales comerciales, fritangas y licoreras. Es necesario exigir el respeto debido a los lugares sagrados para que la fiesta sea verdaderamente un tiempo de recreación y de esparcimiento sano para las familias; las personas vienen buscando acercarse a Dios para implorar su bendición, y para encontrarse con sus parientes y amigos y disfrutar de su compañía. Habrá que advertir a las autoridades civiles su deber de facilitar este encuentro, de preservar la moral pública y el orden social, y de defender a los incautos de comerciantes voraces, de estafadores profesionales y de ladronzuelos, y no permitir la extorsión que algunas veces proviene de los mismos guardianes del orden. El párroco debe advertir y, en su caso, denunciar estos abusos y hacerse ayudar por los miembros del consejo pastoral y por los encargados de los movimientos y asociaciones parroquiales, así como de los católicos sinceros para encontrar el remedio. Los abusos no sólo no deben permitirse, sino que es obligación pastoral el prevenirlos e irlos eliminando con prudencia pero con firmeza. Nunca una fiesta religiosa cristiana puede convertirse en ocasión de explotación y de vicio. La autoridad civil tiene el grave deber de promover todo lo que es honesto, conveniente y justo para una convivencia serena y ordenada del pueblo. Si esto no fuera posible, quizá convendría ir pensando en otro lugar y fecha de la celebración propiamente religiosa, previa la advertencia y la catequesis. Debe también la autoridad vigilar que las celebraciones litúrgicas y religiosas no sean interrumpidas y obstruidas por la música, los anuncios comerciales o por desórdenes callejeros.

26.  Los danzantes: concheros, matlachines y tenanches. Es muy frecuente que grupos de danzantes se hagan  presentes en las celebraciones religiosas con un fervor y una perseverancia a veces difícil de comprender. Sabemos por las crónicas de los misioneros que el danzar era para los indígenas una forma privilegiada y excelsa de adorar a Dios, la oración total, que se iniciaba con un ligero levantamiento de la rodilla, indicando el primer paso para el encuentro con la divinidad y seguía el movimiento de todo el cuerpo. Algunas veces las danzas fueron permitidas, otras toleradas y otras prohibidas, según las épocas y su significado o su interpretación. Muchas ciertamente fueron bautizadas e inculturadas, como la de moros y cristianos. Este es un tema de suma importancia y que algunos quieren ver, al menos insinuado, en la misma imagen de la Virgen de Guadalupe. Habría, pues, que atender cuidadosamente a este sentido profundamente religioso de las danzas indígenas, para incorporarlas debidamente a la fiesta religiosa cristiana, comenzando por el aseo y por el correcto y digno vestuario de los danzantes. Los llamados schitales, aunque ciertamente de origen indígena, no parecen tener este sentido religioso sino más bien festivo, picaresco y a veces francamente grosero, pues va desde  divertir y asustar a los niños hasta hacer fechorías. Otras danzas son de origen guerrero o venatorio y de más difícil incorporación a la celebración propiamente religiosa, pero que merecen la atención para evitar posibles desmanes.

27.  Los alberos y comisarios. Habrá que brindar especial atención a los alberos, cuyo cometido principal es promover y organizar las peregrinaciones y obtener fondos económicos o pólvorapara la fiesta. Son como los portavoces o pregoneros del Santo y lo deben de ser del párroco, al cual deberán rendir cuentas de su administración, y recibir también el debido reconocimiento durante la celebración. No es raro que pasen meses enteros de pueblo en pueblo, viviendo de lo que reciben de las familias visitadas a quienes comprometen para la fiesta, con distintos géneros de presiones, no faltando a veces las amenazas de parte del Santo. De promotores de la devoción pueden degenerar en instrumentos de explotación. Recordemos que, para llevar imágenes y promover su fiesta patronal en otras parroquias, se requiere el permiso escrito del párroco propio y la aceptación del visitado.

28.  Los colectores. Es necesario separar el aspecto profano y lucrativo de la fiesta de su aspecto sagrado, pero no puede olvidarse su origen y carácter religioso. Es, en último término, la Iglesia, es decir, la comunidad creyente la que hace la fiesta y debe también beneficiarse de las ayudas de los fieles para mejorar sus servicios.  El párroco debe de estar enterado del manejo de los dineros y nunca ser considerado como funcionario, a quien simplemente se le retribuyen sus servicios. Esto es un abuso que no se debe tolerar. Con esa participación económica deben mejorarse el templo, las instalaciones parroquiales y el ajuar litúrgico: cálices, ornamentos, misal, sonido etcétera, y procurar que quede algo significativo para la catequesis y para el sostenimiento del Seminario. La colecta de las celebraciones litúrgicas es la ofrenda de los fieles para el sacrificio, y su administración corresponde exclusivamente al sacerdote.

 

3)  Los Actores no Religiosos

29.  Juegos mecánicos y comerciantes. Los juegos mecánicos y comerciantes nunca faltan en las fiestas y contribuyen de alguna manera a la   alegría e intercambio de la comunidad. Es lamentable que, por los abusos, se conviertan con frecuencia en grave problema social a causa del ruido, de la invasión de los espacios públicos y de la manipulación de las personas. Lo conveniente sería que fueran ubicados en zonas apropiadas, donde no interfirieran con el libre tránsito de las personas –éstas son siempre las más importantes- y no perturbaran las celebraciones litúrgicas. Habrá que hablar con los responsables, señalarles los horarios de las misas y exigir respeto. Es lamentable que esas personas raramente participan del sentido religioso y espiritual de la fiesta, y sólo se dedican a comerciar y negociar. Sería conveniente tener con ellos algún encuentro y hacerles alguna invitación a participar también como creyentes. Las condiciones morales e higiénicas en que operan son muchas veces lamentables y dejan al pueblo convertido en un basurero.

30.  Otros personajes. A las festividades patronales suelen asistir personas que no viven en la comunidad, pero que gustan de participar en la fiesta para reconocer sus orígenes y saludar a sus familiares, conocidos y amigos. Estos visitantes o participantes ocasionales son bienvenidos. Entre ellos se cuentan los migrantes, gente de la política para apadrinar un ahijado o para ser vistos y algunos benefactores de la comunidad, que suelen contribuir para la celebración con flores, cohetes, música o donativos económicos. Habrá que dar a todos un buen trato, cuidando que no acaparen demasiado la atención por su influencia social o económica. A los migrantes se les debe dar una acogida calurosa, y cuando vienen a celebrar algún acto religioso familiar: bautizo, primera comunión o matrimonio, el párroco  debe prevenirse para ofrecerles la preparación conveniente para dichos sacramentos. Algunas veces la presencia de los migrantes suele ser ruidosa (arrancones, bocinazos y hasta balazos) o aparatosa (lucir la chamarra, las botas, los anillos o los aretes). Esta conducta desproporcionada es fruto de experiencias antisociales que han vivido, y debe buscarse la manera de educar su comportamiento social. Las reinas y princesas son jovencitas que contribuyen de buena voluntad a la prestancia de la fiesta y trabajan para recabar fondos. Generalmente van a recibir al señor Obispo, asisten a misa y participan en la comida de honor. Habrá que brindarles el lugar y respeto que merecen, y cuidar su participación discreta y digna en la liturgia y en la fiesta.

 

4)  Los Actores menos gratos

31.  Personajes menos gratos. Hacen su aparición en las fiestas patronales otros personajes menos deseados por el desorden que propician en la comunidad. A este grupo pertenecen, entre otros, los cerveceros, cantineros, galleros y jugadores de juegos de azar. Estas personas se convierten en una verdadera calamidad social por el daño que provocan: pleitos, despilfarros, prostitución y todo tipo de desmanes. Los promotores de estos desórdenes suelen ser personajes influyentes a causa del dinero que manejan o de las propinas que ofrecen para poder operar libremente. Compran, por ejemplo, el palenque y las autoridades les dejan las manos libres para actuar. Esto es un abuso. Durante la fiesta no debe descuidarse el respeto a la creación, a la conservación del medio ambiente y el no maltrato a los animales, lo mismo que la salud pública y la higiene. Los actos de crueldad contra los animales (peleas de gallos, descabezamiento de aves, lidia de toros etcétera) revelan un espíritu contrario al sentir cristiano de respeto por la obra de Dios, y deben ir desapareciendo de entre los católicos. Las autoridades civiles responsables de la fiesta, deben saber que hacen un mal muy grande a las familias y a la comunidad al no cumplir con su deber de propiciar el orden, la moral pública y el sano esparcimiento comunitario y familiar: La trasgresión de la norma ética no sólo contradice la ley del Señor, sino que daña la base antropológica de la fiesta, dice el Directorio (No. 233). Si la autoridad civil no sólo no corrige sino que hasta propicia estos desmanes, al incumplimiento de su deber añade su contribución al deterioro moral o social del pueblo. En último término la autoridad civil es la responsable de la violencia que se genera en la fiesta por falta de precaución y de disciplina.

32.  El baile. El baile es un acontecimiento socio-cultural de importancia en la comunidad, que difícilmente se perdona. Los bailes de los pueblos y comunidades rurales poco o nada  conservan del cortejo antiguo y remarcan mucho lo erótico con ritmos violentos y sonido ensordecedor. Deben considerarse como un momento desinhibidor de tensiones y pasiones que se aprovecha para conquistas amorosas, ajuste de cuentas o lucimiento de la indumentaria o del vehículo. Implica generalmente grandes sacrificios para asistir y se gastan sumas considerables en orquestas, bebidas y apuestas. Es, en resumen, un acontecimiento ambiguo, que fácilmente degenera en violencia, incompatible con el espíritu de la fiesta cristiana. Los locales donde se tienen suelen llamarse “auditorios”, verdaderas salas de tormento para los vecinos que necesitan descansar. ¿De dónde piensa la autoridad que tiene facultades para extender permisos que violentan el derecho ajeno, el derecho al descanso? La autoridad civil debe cuidar el respeto al derecho ajeno para lograr la paz social.

 

V.  LOS SIGNOS DE LA FIESTA

33.  Signos de la Fiesta. Somos un pueblo que ama los signos y los símbolos y que gusta de los ritos; el lenguaje ritual y la expresión gestual es algo que facilita la comunicación y que solemos apreciar. El mensaje guadalupano nos fue trasmitido con flores y cantos y así se hizo cultura nacional. Es, pues, cosa de mucho atender todo lo que se refiere a los signos de la fiesta, sobre todo los litúrgicos. Enumeraremos algunos signos muy apreciados por el pueblo cristiano:

33. l. Signos naturales:

    1. Las flores expresan no sólo la belleza, sino la verdad del corazón, lo agradable y lo que nos asemeja a Dios, la gratitud;  manifiestan también lo que perdura, a pesar de lo efímero de la existencia, es decir, la vida trascendente y duradera. Por eso, las flores son un elemento esencial a la expresión religiosa popular. Si bien es aconsejable no caer en el despilfarro, debemos entender y respetar este significado profundo que tienen las flores para nuestro pueblo creyente; deberá, eso sí, cuidarse la estética del altar, evitar el amontonamiento de flores y, por supuesto, eliminar las flores de plástico, expresión de una cultura utilitaria y ajena. Las flores de plástico no tienen cabida en el altar.
    1. La música, al igual que las flores, significa la belleza trascendente y el don total, acompañada a veces con el baile sagrado. Es particularmente apreciada la música de viento y, desde luego, preferible a los conjuntos ruidosos y altaneros con ritmos agresivos de la época actual. Mientras que las bandas de viento podrían tolerarse en el atrio, siempre y cuando no interrumpan las celebraciones religiosas, los conjuntos musicales modernos no deben nunca permitirse en los espacios sagrados, mucho menos si se continúa con el baile. La pastoral de la cultura debe promover en las parroquias y en las comunidades la formación de bandas musicales y coros, dada la aptitud y gusto de nuestro pueblo por este noble arte. No debemos olvidar que fue la Iglesia la que enseñó este arte y el canto al pueblo mexicano.
    1. Los cohetes y el castillo son grandemente apreciados por el pueblo, y aunque suelen ser fuente de conflictos tanto por su peligrosidad como por el costo económico que significan, son elementos indispensables en toda fiesta popular. Para comprender su significado quizá haya que recurrir al subconsciente colectivo reprimido que aflora y busca desahogarse, como han hecho algunos analistas de la personalidad del mexicano; aunque, desde el punto de vista religioso, quizá tengamos que insistir en la expresión desbordante de la gratuidad, de lo efímero y de lo trascendente: Se elevan hacia Dios, estallan como el trueno que anuncia la lluvia, bendición del Señor. En todo caso, habrá que cuidar su manejo y  su empleo moderado. Es lucha inútil y quizá indebida pugnar por su supresión. Son las leyes civiles las encargadas y responsables de reglamentar su uso. Ciertamente constituye un abuso su estallido durante toda la noche, sobre todo en las ciudades donde el horario de trabajo es más exigente que en el campo.
    1. La luz. El simbolismo de la luz está unida al día, al sol y a Dios: Dios es luz, dice san Juan. Por tanto dice referencia al bien, a las buenas obras y a la salvación: la luz eterna. Expresión privilegiada es la cera que se usa en forma de cirio como ofrenda,labrada como adorno, como vela en los sacramentos y para los difuntos, o como humilde veladora  para las mandas y en el hogar. Debe, por tanto, dársele en el templo un lugar y uso apropiado dentro de las celebraciones litúrgicas y en las manifestaciones populares de fe. Desde luego que es indispensable que el templo esté profusamente iluminado durante la celebración de la misa del Santo Patrono, y aquí expresamos nuestro malestar porque muchas veces los comerciantes, alcolgarse del alumbrado público, dejan sin luz y sin sonido al templo parroquial. Este es un abuso y, a veces, un desfalco a la nación que no se debe tolerar.

 

33.2.  Signos religiosos:

    1. Imágenes y estandartes. Las  cofradías o asociaciones piadosas suelen tener y llevar en procesión sus imágenes y estandartes, así como los fieles usar cruces, escapularios y medallas en honor de Jesucristo, de la Virgen y de los Santos. Todos estos objetos religiosos sirven para rememorar el amor de Dios y para aumentar la confianza en la Virgen María con la exigencia de un testimonio coherente de vida(Directorio 206). Las imágenes y estandartes suelen traerse en procesión, la cual a veces se entiende como visita del Santo peregrino al Santo de la fiesta, visita que luego deberá ser correspondida. Este es un sencillo pero hermoso signo de comunión y fraternidad, que debe cuidarse y resaltarse dada la propensión de los pueblos a vivir no sólo separados sino enfrentados para salvaguardar su identidad. A los peregrinos y a sus insignias habrá que darles un lugar especial en la celebración litúrgica, comenzando por una recepción calurosa y bendiciendo posteriormente las imágenes, medallas, escapularios y rosarios. Es recomendable que los fieles lleven y conserven en su hogar algún signo externo, un recuerdo de su participación en la fiesta, y que el párroco ejerza una activa vigilancia sobre la venta de imágenes y novenas, pues existen muchas incompatibles con la fe y el sentir cristiano.
    1. Las procesiones. La procesión con el Santo Patrono y la procesión con el Santísimo Sacramento, especialmente en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, son muy apreciadas por el pueblo cristiano y deben promoverse, cuidando el ambiente religioso y ordenado, que invite a la piedad y a la oración. La procesión es un signo de la condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino que, con Cristo y detrás de Cristo, consciente de no tener en este mundo morada permanente (cfr. Heb 13,14), marcha por los caminos de la ciudad terrena hacia la Jerusalén celestial; es también signo del testimonio de fe que la comunidad cristiana debe dar de su Señor, en medio de la sociedad civ; es signo, finalmente, de la tarea misionera de la Iglesia, que desde sus comienzos, según el mandato del Señor (cfr. Mt 28, 19-20), está en marcha para anunciar por las calles del mundo el Evangelio de la salvación, nos enseña el Directorio (No. 247). Sus peligros suelen ser los siguientes: el que prevalezcan sobre las celebraciones litúrgicas o que aparezcan como el momento culminante de la fiesta; la carencia de disposiciones internas de los participantes y el que se lleguen a considerar como simples manifestaciones culturales y hasta folklóricas. Por otra parte, son un instrumento valioso de evangelización y de testimonio público de la fe, siempre y cuando se conserve y viva su verdadero sentido teológico y su relación adecuada con la liturgia.
    1. La exposición solemne del santísimo Sacramento, antes llamada de las Cuarenta Horas. Suele celebrarse con frecuencia en muchas parroquias dentro de la novena o triduo preparatorio a la fiesta patronal. Habrá que tener en cuenta las normas y sugerencias que existen en la legislación actual de la Iglesia, de manera que tanto la comunidad como los grupos y las familias puedan aprovechar esta práctica de tanto provecho espiritual y ganar también la indulgencia plenaria que ofrece la Iglesia.
    1. El santo rosario. El rezo del rosario es una devoción cristológica, pues concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar el rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor,nos dice el Papa Juan Pablo II en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (No. 1) (16 Oct.,2002). Nada impide que se rece, con las precisiones que nos hace el santo Padre, durante la exposición del Santísimo Sacramento y en la Hora Santa, sobre todo si se añaden los Misterios Luminosos. El Santo Padre nos hace un vehemente llamado a renovar su práctica en las parroquias y en las familias, pues constituye una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo (No. 17). Goza también de indulgencia plenaria cuando se reza en comunidad, con las condiciones debidas.
    1. Las ofrendas. La piedad popular no se entiende sin la ofrenda. Ofrecer es imitar la gratuidad y generosidad de Dios, que abre su mano y nos colma de bienes (Salmo), y así el fiel entra, en cierto modo, en el ritmo de la creación. Se asemeja a Dios y le es grato. Las ofrendas son muy variadas, como la generosidad de Dios: flores, frutas, pan, semillas, dinero, alimentos, ceras, mandas etcétera. Deberán, desde luego, tener un lugar privilegiado en la celebración eucarística de modo que por Cristo y en Cristo por la acción del Espíritu lleguen al Padre. Debe organizarse con esmero la procesión con las ofrendas, ver que haya personas que las reciban y se coloquen un lugar conveniente en el altar para ser incensadas y algunas destinadas para los pobres  y para el sostenimiento del seminario.
    1. La velación. La víspera de la fiesta suele tenerse la velación de la imagen del Santo patrono o de la santa Cruz. Esta costumbre tiene el sentido de una preparación espiritual para la celebración así como de estrechar los lazos familiares y de amistad con la presencia del Santo. Debe recobrar el sentido profundamente cristiano de lavigilancia y del estar en vela, esperando la venida del Señor. Es muy penoso que este sentido profundamente cristiano se desvirtúe y se profane algunas veces con borracheras y desórdenes, cuando la virtud del vigilante es la sobriedad.
    1. Las Medallas. El Directorio nos señala certeramente el valor y el significado de estos signos, cuando afirma: La medalla milagrosa, como el resto de las medallas de la Virgen y otros objetos de culto, no son un talismán ni deben conducir a una vana credulidad. La promesa de la Virgen, según la cual los que la lleven recibirán grandes gracias, exige de los fieles una adhesión humilde y tenaz al mensaje cristiano, una oración perseverante y confiada, una conducta coherente (No. 206). Hay que evitar el absurdo que se presenta a veces cuando la ignorancia o el fanatismo ponen a competir y llegan a contraponer imágenes contra imágenes y devociones contra devociones enfrentando a los devotos. Conviene recomendar la costumbre cristiana de bendecir y portar al cuello las medallas, y evitar así la moda pagana actual de colgarse signos del zodiaco y amuletos de todo género, como dientes de coyote, patas de conejo y ojos de venado.
    1. El teatro religioso. Las representaciones teatrales de la vida de los Santos, de los misterios de la vida de la Virgen y, sobre todo, de la vida del Señor, en particular de su pasión y muerte, están muy arraigadas en nuestro pueblo y gozan de su estimación. Sabemos que el teatro religioso fue muy socorrido durante la época colonial y utilizado como método evangelizador. El Directorio trata todo lo referente al culto a la Pasión del Señor del número 124 al 153, que deben ser tomados muy en cuenta. Se acostumbran estas escenificaciones durante la semana santa y, a veces, se realizan de manera precipitada, sin la debida preparación artística y espiritual, prestándose a la manipulación del sentimiento religioso y al desorden. Con facilidad se pasa de la representación al espectáculo, se sacrifica la convicción profunda a la conmoción sentimental y la reflexión seria  al entretenimiento pasajero. Los actores muchas veces no llevan una vida cristiana en consonancia con el papel que desempeñan y ni siquiera tienen una cultura teatral indispensable para una mediana actuación. Es nuestro deber cuidar que estos actos no suplan ni suplanten a las celebraciones litúrgicas, que se desarrollen en un contexto religioso, que la actuación y el vestuario sean decorosos y que los actores lleven una vida cristiana digna. En estas representaciones muchas veces más tienen que ver las autoridades civiles, los promotores turísticos y los negociantes que el mismo sacerdote. Habrá que volver a hacer de ellas un verdadero instrumento educativo y evangelizador.

 

VI. LA RAÍZ DE LOS ABUSOS.

34.  Los abusos que suelen cometerse en las manifestaciones de la piedad popular, en especial en las fiestas patronales, se deben a su inadecuada relación con la Liturgia, propiciada por la desinformación y por la ignorancia. El Directorio señala certeramente las causas principales, que deben tenerse muy en cuenta si queremos remediar de raíz la situación:

    1. Escasa conciencia o disminución del sentido de la Pascua y del lugar central que ocupa la historia de la salvación, de la cual la liturgia cristiana es actualización; donde esto sucede los fieles orientan su piedad, casi de manera inevitable, sin tener cuenta de la jerarquía de las verdades, hacia otros episodios salvíficos de la vida de Cristo y hacia la Virgen Santísima, los Ángeles y los Santos;
    1. Pérdida del sentido del sacerdocio universal en virtud del cual los fieles están habilitados para ofrecer sacrificios agradables a Dios, por medio de Jesucristo (1 Pe 2,5; Rm 12,1) y participar plenamente, según su condición, en el culto de la Iglesia; este debilitamiento, acompañado con frecuencia por el fenómeno de una liturgia llevada por clérigos, incluso en las partes que no son propias de los ministros sagrados, da lugar a que a veces los fieles se orienten hacia la práctica de los ejercicios de piedad, en los cuales se consideran participantes activos;
    1. El desconocimiento del lenguaje propio de la Liturgia (el lenguaje de los signos, los símbolos, los gestos rituales…), por los cuales los fieles pierden en gran medida el sentido de la celebración. Esto puede producir en ellos el sentirse extraños a la celebración litúrgica; de este modo tienden fácilmente a preferir los actos de piedad, cuyo lenguaje es más conforme a su formación cultural, o las devociones particulares, que responden más a las exigencias y situaciones concretas de la vida cotidiana (Directorio, No. 48).

 

VII. CONCLUSIÓN

  1. Firmeza y esperanza. Estos señalamientos teológicos están en la raíz de todas las inadecuadas y hasta desviadas manifestaciones religiosas del pueblo creyente en las fiestas patronales. No es fácil descubrir, en ciertos casos al menos, las raíces antropológicas y psicológicas de algunas tradiciones y costumbres populares contrapuestas a la pureza del Evangelio. El pueblo mexicano tiene raíces culturales y convicciones religiosas profundas, que son parte de su riqueza pero también del lastre ancestral que le impide una vida cristiana más diáfana, más libre y más comprometida con el sano progreso social. El peso de la tradición –el costumbre-  y de sus expresiones religiosas es muy grande entre nosotros, llegando a considerarse como lo único que tiene valor. Se necesita de una constancia y sabiduría poco comunes, para lograr que el Evangelio se haga cultura, es decir, un estilo de vida capaz de transformar y mejorar la realidad, pues una cultura que se estanca termina por fenecer. Estos errores y deficiencias se deben corregir mediante una inteligente y perseverante acción catequética y pastoral (Directorio, No. 49), sabedores que la Palabra de Dios es viva y eficaz, como espada de doble filo (Hb 4, 12), que penetra y transforma toda la cultura y todas las culturas, porque su origen y su fuerza está en el Espíritu, quien es capaz de renovar la faz de la tierra. Él es quien sostiene a la Iglesia en su tarea evangelizadora hasta el fin del mundo, hasta cuando le queden sometidas (a Cristo) todas las cosas y entonces el mismo Hijo se someterá a quien a Él todo se lo sometió, y Dios lo será  todo en todas las cosas (1 Cor 15,28).

Santiago de Querétaro, Qro., Solemnidad de todos los Santos, 1º de noviembre del 2002

† Mario De Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro