Bergoglio ante la dictadura militar

Luis-Fernando Valdés
Antonio Briseño

 

francisco-argentinaEntorno al Cónclave que eligió a Benedicto XVI, algunos medios iniciaron una campaña de ataques contra el Card. Bergoglio, en los que lo acusaban haber colaborado con la Junta Militar. ¿Qué papel jugó el futuro Papa durante la dictadura argentina?

El 24 de marzo de 1976, un golpe de estado encabezado por el General José Rogelio Villarreal, destituyó del poder a la entonces presidenta Isabel Martínez de Perón. El gobierno quedó entonces en manos de una Junta Militar.

Los cónclaves de 2005 y 2013, algunos intentaron relacionar al Card. Bergoglio con la dictadura. Durante años, el cardenal mantuvo el silencio, pero en una entrevista de 2010, él mismo narró su participación como Provincial jesuita para salvar a no pocas persona. Veamos sus recuerdos.

Primero, cuenta que, “en el colegio Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, en el gran Buenos Aires, donde residía, escondí a unos cuantos. No recuerdo exactamente el número, pero fueron varios. Luego de la muerte de monseñor Enrique Angelelli (el obispo de La Rioja, que se caracterizó por su compromiso con los pobres), cobijé en el colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis que estudiaban teología. No estaban escondidos, pero sí cuidados, protegidos” (S. Rubin – F. Ambrogetti, El Papa Francisco, 2013, p. 148).

Luego, el Card. Bergoglio recordaba también que otra ocasión ayudó a salir del país a un joven que se parecía mucho a él; lo vistió de sacerdote y le prestó su cédula de identidad para que lograra escapar (cfr. p. 149).

Entre todas las cosas que Bergoglio hizo por ayudar a sus paisanos, está “el caso de un joven catequista que había sido secuestrado y por el que me pidieron que intercediera. También en este caso me moví dentro de mis pocas posibilidades y mi escaso peso. No sé cuanto hayan influido mis averiguaciones, pero lo cierto es que, gracias a Dios, al poco tiempo el muchacho fue liberado. ¡Qué contenta estaba su familia!” (p. 150).

El Provincial Bergoglio también trató de ayudar a la gente hablando con los cabezas de la dictadura. “Llegué a ver dos veces al general (Jorge) Videla y al almirante (Emilio) Massera. En uno de mis intentos de conversar con Videla, me las arreglé para averiguar qué capellán militar le oficiaba misa y lo convencí para que dijera que se había enfermado y me enviara a mí en su reemplazo. Recuerdo que oficié en la residencia del comandante en jefe del Ejército ante toda la familia de Videla, un sábado a la tarde. Después le pedí a Videla hablar con él, siempre en plan de averiguar el paradero de los curas detenidos” (p. 149).

Aunque no siempre fueron exitosas sus intervenciones. “Recuerdo una reunión con una señora que me trajo Esther Balestrino de Careaga […] jefa mía en el laboratorio que tanto me enseño de política […]. La señora, oriunda de Avellaneda, en el gran Buenos Aires, tenía dos hijos jóvenes con dos o tres años de casados, ambos delegados obreros de militancia comunista, que habían sido secuestrados. Viuda, los dos chicos eran lo único que tenía en su vida. ¡Cómo lloraba esa mujer! Esa imagen no me la olvidaré nunca. Yo hice algunas averiguaciones que no me llevaron a ninguna parte y, con frecuencia, me reprocho no haber hecho lo suficiente” (cfr. pp. 149-150).

La realidad se impone a la leyenda. El joven Provincial jesuita mostró un gran sentido de la caridad y de la justicia, aun arriesgando su persona, para salvar de una injusta prisión a varias personas. Estos episodios muestran la solidaridad cristiana y la valentía del futuro Papa.