Homilía en la Jornada Mundial por la Paz

Santiago de Querétaro, Qro., 1º de Enero de 2009
 

Hermanas y hermanos:

1. Bajo la protección de Santa María Madre de Dios comenzamos este nuevo año 2009, con más preocupaciones que esperanzas para nosotros y para muchísimos hermanos nuestros. Venimos a orar a Jesús, el Príncipe de la Paz, y a Nuestra Señora, la Reina de la Paz, suplicando nos concedan este don del cielo que cantaron los ángeles en el portal de Belén: “En la tierra paz, a los hombres de buena voluntad”. Que nos den la buena voluntad hacia  los demás para que reine la paz. La paz es la gran preocupación del Santo Padre. Su Mensaje de este año lleva por título “Combatir la pobreza, construir la paz”. Se trata de un combate que implica esfuerzo y responsabilidad, pero cuyo fruto será algo precioso para el hombre: la paz.

2. El Mensaje recoge un texto del papa Juan Pablo II de 1993, que dice: “Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo otra seria amenaza contra la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza… Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad” (Mensaje, 1993, 1). La pobreza en el mundo es una ofensa a la dignidad humana. No le hemos hecho caso al Papa. La distancia entre ricos y pobres es cada vez mayor y el número de pobres aumenta cada día. No existe esa conciencia solidaria a nivel mundial, ni entre los gobernantes ni entre los católicos. Sin solidaridad no hay paz.

3. Menos existe solidaridad en México. Acabamos de celebrar las fiestas Guadalupanas.  En esa fiesta le pedimos a Dios que, como pueblo suyo y bajo la especial protección de Santa María de Guadalupe, “profundicemos en el conocimiento de nuestra fe y busquemos el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz” (Misa). Tenemos la presencia de Santa María de Guadalupe y su mensaje a Juan Diego, que es para nosotros, y tampoco le hemos hecho caso, pues no crecemos en el conocimiento de nuestra fe católica; al contrario, aumenta la ignorancia religiosa y la superstición. Tampoco vemos el progreso de nuestra patria en la justicia y en la paz; al contrario, se acrecienta la impunidad y la violencia y se nos niega la tranquilidad. Del año pasado al presente no hemos progresado ni en la justicia ni en la paz; hemos retrocedido. Este no es el pueblo que desea Santa María de Guadalupe. Pidamos perdón y corrijamos el rumbo.

4. El fenómeno de la pobreza es complejo. La Iglesia no da lecciones de economía, pero enseña y advierte que el fenómeno de la globalización tiene aspectos éticos, morales y espirituales, que no se tienen en cuenta cuando se buscan y proponen soluciones. Se dan siempre soluciones parciales, sin tener en cuenta la solidaridad humana y el hecho de que todos compartimos un mismo proyecto divino de formar la única familia de los hijos de Dios. Es imposible la fraternidad y la solidaridad si no nos reconocemos en un origen común, en Dios, Padre de todos. Cuando se expulsa a Dios de la vida social, se bloquea el camino a la fraternidad y se impone la ley del más fuerte. Es favorecer la guerra, no construir la paz.

5. Contamos con muchos hombres y mujeres dedicados a la política y a la economía; tenemos planificadores, sociólogos, economistas, legisladores, juristas y analistas graduados en universidades de prestigio que cuestan muchísimo dinero al país, ¿por qué seguimos igual y peor? Si la pobreza fuera sólo cuestión de números y de conocimientos técnicos, ya tendríamos resuelto el problema. La pobreza es asunto principalmente ético, moral, cultural y espiritual. Del corazón de hombre nacen la injusticia, la ambición, la lujuria, el fraude y la violencia, males que sólo se curan con la gracia de Dios. El subdesarrollo moral y la penuria espiritual de los poderosos es mucho más preocupante que la miseria material de las multitudes en abandono. Los pobres perecen, porque no tienen recursos para vivir, lo cual es muy grave; pero los opulentos propician la muerte de otros para ellos seguir viviendo en la opulencia, lo cual es mucho peor. “La lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino auténtico del desarrollo” (Nº 13). Los hermanos pobres tienen que ser tratados como personas y verse involucrados en el proceso de su mismo desarrollo mediante una educación integral. Sin crecimiento cultural y moral, no habrá paz.

6. Por eso, impresiona la simpleza con que se quiere resolver el problema de la pobreza culpando al crecimiento demográfico, cuando en realidad “la población se está confirmando como una riqueza y no como factor de pobreza” (No. 3). Ningún ser humano es por sí mismo el problema, sino la posible solución. Pero hay que educarlo, y educarlo correctamente. En nombre de la lucha contra la pobreza, las campañas antinatalistas y abortistas se han convertido en un verdadero “exterminio de millones de niños no nacidos”, eliminando precisamente a “los seres humanos más pobres” (No. 3). Dentro de esta mentalidad genocida, el mejor ciudadano es el no nacido; y cerrar la puerta a la vida es negar la esperanza a un futuro mejor y a la paz.

7. El caso de las pandemias, especialmente del sida, es similar. La causa y difusión de este virus está enraizada dramáticamente en la pobreza, pero no se puede combatir eficazmente “si no se afrontan los problemas morales con los que se relaciona su difusión”, como es una educación en la sexualidad “plenamente concorde con la dignidad de la persona”, y no condicionada por la demagogia y los intereses comerciales. En lugar de formar la conciencia se incrementa la inconciencia para, finalmente, vender aditamentos sin abaratar los medicamentos. No reducen los costos de los tratamientos y hacen imposible la cura del mal. El hombre, la salud, la sexualidad, la vida humana se han vuelto mercancía, un negocio colosal. Sobre la avaricia no construye la paz.

8. La pobreza presenta su rostro más dramático en los niños, la parte más vulnerable de las familias. “Cuando la familia se debilita, los daños recaen inevitablemente sobre los niños. Donde no se tutela la dignidad de la mujer y de la madre, los más afectados son principalmente los niños” (No. 6). Una sociedad que no cuida y protege a la mujer en su vulnerabilidad y a los niños en su debilidad e inocencia, es una sociedad enferma, en decadencia. Esta clase de sociedad es el resultado de una educación deficiente y una propaganda voraz e irresponsable en los medios informativos, donde los niveles de vulgaridad, el atropello al lenguaje y el mal gusto campean a sus anchas. Sin niños sanos de cuerpo y de alma, no hay futuro de paz.

9. La actual “crisis alimentaria” pone en peligro la salud, la vida y la paz. “Esta crisis se   caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y emergencias”(No. 7). No existe un comercio justo ni una eficaz distribución de los alimentos; así resulta una doble marginación: los más pobres reciben los beneficios más bajos y pagan los precios más altos. Cargan con una doble cruz. (Aquí, ALVIDA reparte 250 toneladas de alimentos cada mes. Gracias a los que colaboran. Están construyendo la paz).

10.  Los invito a escuchar la voz preocupada del Papa Benedicto XVI, nuestro Pastor Universal, que piensa y habla por todos sus hijos, especialmente por los pobres. En concreto, ¿qué podemos hacer? Contemplando la Gruta de Belén y mirando la Familia de Nazaret, quiero proponer a su consideración algunas actitudes y acciones sencillas, para afrontar los tiempos difíciles que se avecinan:

1° La unión familiar. Incrementar la unión de la familia completa: papá, mamá, hijos y, si están los abuelitos, mejor. Evitar toda violencia familiar, los malos tratos y las palabras groseras. La familia que vive mejor es aquella donde hay respeto y reina el amor.

2° La fidelidad conyugal. Decir no al divorcio; no a los hijos fuera del matrimonio; no a las uniones libres; no a los niños sin papá. Todo esto significa decir “sí” a la vida y al amor. Amor es fidelidad para toda la vida.

3° Trabajo arduo. Ganarse el pan con el sudor de la frente. El dinero fácil se convierte en trampa; no da felicidad. Pagar el salario justo y evitar la corrupción. Una vida honesta, sin vicios, es siempre una buena inversión.

4° Ecología familiar. No desperdiciar el pan, el agua, la luz. No contaminar. Dios no hace basura, recicla. Sembrar plantas y flores. La salud es siempre la riqueza mayor.

5° Ahorro y austeridad. No gastar más de lo que se gana. Evitar comprar fiado y pedir prestado. Todo abuso se paga. Vivir con austeridad es un arte y una virtud cristiana.

6° Alegría de vivir.  Disfrutar de las maravillas de Dios: la vida, la luz, el aire, el sol, el campo, la familia, los amigos. Completar esta riqueza con la lectura de un buen libro, comenzando por la Biblia y el Catecismo. Aprender a escuchar y a conversar en familia. Escuchar música seria, no ruido. La cultura es adorno del alma y fuente de felicidad.

7° Amor a la tierra. No tener tierra sin producir. Hacer en el patio de la casa el huerto familiar. También en macetas. Preferir los productos nacionales y de la región, a los importados. Apoyar siempre a los trabajadores del campo mexicano.

8° Confianza en Dios. Reconocer el poder de Dios y de su  divina Providencia. Dios es el defensor del pobre. Ser agradecidos. Asistir a Misa todos los domingos. Dar a Dios y al César lo que a cada uno corresponde: Cumplir con los diezmos y pagar los impuestos.

9° Oración en familia. Rezar juntos ante el altar familiar. El Rosario es lo mejor, y más si se añade una pequeña lectura de la Biblia. Repasar con los hijos los Diez Mandamientos. El santo temor de Dios es camino hacia la felicidad.

10° Ser solidario. No olvidar que siempre hay alguien más necesitado que nosotros. Tener  algo para compartir y jamás negar el pan a quien padece necesidad. A la autoridad civil corresponde la justicia, la salud y la alimentación del pueblo; “pero no hay orden estatal, por más justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor” (Deus caritas est, 28). Somos testigos del amor de Dios en el mundo. Amor a Dios y al prójimo son dos rostros del mismo amor. ¡Feliz año en unión con Jesús, María y José!

 
† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro