MENSAJE DEL NUNCIO APOSTÓLICO FRANCO COPPOLA, EN LA CXI ASAMBLEA PLANARIA,


Mensaje del Nuncio Apostólico en la CXI Asamblea Plenaria


Hermanos en el episcopado,

Luego de dos años, es esta la primera vez que nuevamente nos reunimos de manera presencial, aún cuando será más breve que de costumbre y estará esencialmente destinada a proceder a la renovación de los servicios electivos de la Conferencia Episcopal Mexicana. ¡Permítanme, pues, antes que nada, expresarles mi alegría de poder verlos y saludarlos a todos nuevamente!

Pensando en el mensaje para esta ocasión, me dije que, esta vez, más que nunca debía sólo dar voz al Papa que, por vez primera en la historia, ha llamado a todo el Pueblo de Dios a iniciar un camino sinodal. Un llamado al que nosotros podemos, o no, responder y sumarnos, bien conscientes -y es importante tenerlo presente-, que la Iglesia seguirá adelante y que el Espíritu Santo seguirá bendiciéndola con sus múltiples dones, de los cuales quedaríamos excluidos si decidiéramos, en nuestra diócesis, no “caminar juntos” con toda la Iglesia.

Este es sin duda un llamado que a todos nos pide conversión del corazón y de nuestra manera ordinaria de vivir en la Iglesia. Es por esta razón que en mi mensaje me limitaré prácticamente a retomar algunos pasajes que considero esenciales del Documento Preparatorio (que junto con un muy útil vademecum ha sido publicado hace dos meses, y del cual no sé si ha sido dado ya a conocer a todos los fieles) para caminar con toda la Iglesia, convocada a emprender este camino sinodal.

1. «La finalidad de este Sínodo, no es producir documentos, sino “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos”»

¿Cómo se realiza hoy ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio y qué pasos nos invita el Espíritu a dar para crecer como Iglesia sinodal?
Enfrentar este cuestionamiento exige disposición a la escucha del Espíritu Santo, permaneciendo abiertos a las sorpresas que ciertamente preparará para nosotros a lo largo del camino. Es de este modo que se pondrá en acción un dinamismo que permitirá comenzar a recoger algunos frutos de conversión sinodal que madurarán progresivamente.

He aquí algunos entre los principales:
• vivir un proceso eclesial participativo e inclusivo, que ofrezca a cada uno – en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales –, la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir, así, en la edificación del Pueblo de Dios;
• reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente para el bien de la comunidad y de toda la familia humana;

• experimentar modos compartidos de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio y en el compromiso para construir un mundo más hermoso y más habitable;
• examinar cómo se vive en la Iglesia la responsabilidad, el poder y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertirnos ante los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evangelio;

• sostener a la comunidad cristiana come sujeto creíble y socio-fiable en caminos de diálogo

social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social.

2. El camino sinodal se desarrolla dentro de un contexto histórico caracterizado por cambios “epocales” de la sociedad y por una etapa crucial de la vida de la Iglesia que no es posible ignorar.

Una tragedia global como la pandemia del COVID-19, «despertó durante un tiempo la conciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos». La pandemia, por otra parte, ha hecho detonar las desigualdades y las injusticias ya existentes.

Esta situación, que no obstante las grandes diferencias une a la entera familia humana, pone a prueba la capacidad de la Iglesia para acompañar a las personas y a las comunidades para que puedan releer experiencias de luto y de sufrimiento que han encubierto muchas falsas seguridades y para cultivar la esperanza y la fe en la bondad del Creador y de su creación.

3. Pero no podemos escondernos, la misma Iglesia debe afrontar la falta de fe y hasta la corrupción dentro de ella.

No podemos, en particular, olvidar el sufrimiento vivido por personas menores y adultos vulnerables «a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas». Continuamente somos interpelados «como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu»: por mucho tiempo el de las víctimas ha sido un clamor que la Iglesia no ha sabido escuchar suficientemente. Se trata de heridas profundas que difícilmente cicatrizan, por las cuales no se pedirá nunca suficientemente perdón y que constituyen obstáculos, a veces infranqueables, para avanzar en el “caminar juntos”.

La Iglesia entera está llamada a confrontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo heredado de su historia y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia, sexuales). Es impensable «una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios»: pidamos juntos al Señor «la gracia de la conversión y la unción interior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía».

4. No obstante nuestras infidelidades, el Espíritu sigue actuando en la historia y mostrando su potencia vivificante. Es un motivo de gran esperanza el deseo de protagonismo, dentro de la Iglesia, de parte de los jóvenes y la solicitud de una mayor valoración de las mujeres y de espacios de participación en la misión de la Iglesia.

Si por una parte predomina –también en nuestro país- una mentalidad secularizada que tiende a expulsar la religión del espacio público, por otra parte existe un integrismo religioso que no respeta la libertad de los otros, que alimenta formas de intolerancia y de violencia que se reflejan también en la comunidad cristiana y en sus relaciones con la sociedad. No es raro que los cristianos asuman estas mismas actitudes, fomentando divisiones y contraposiciones también en la Iglesia. Estas situaciones tienen un profundo impacto en el significado de la expresión “caminar juntos” y en las posibilidades concretas de ponerla en acto.

En este contexto, la sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra.

La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida, depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir. Al mismo tiempo, la opción de “caminar juntos” es un signo profético para una familia humana que tiene necesidad de un proyecto compartido, capaz de buscar el bien de todos. Una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad, en fidelidad a lo que anuncia, podrá situarse al lado de los pobres y de los últimos y prestarles la propia voz, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión, sin el cual no será posible la «perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad».

5. La sinodalidad «indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora». Es en este horizonte eclesial, inspirado en el principio de la participación de todos en la vida eclesial, en el que San Juan Crisóstomo podrá decir: «Iglesia y Sínodo son sinónimos».

Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, «en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios», son sujetos activos de la evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de Dios.

Los Pastores, como «auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia», no teman, por lo tanto, disponerse a la escucha de la grey a ellos confiada: la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en conflicto. Cada proceso sinodal, en el que los obispos son llamados a discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia, no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que «participa también de la función profética de Cristo», es una forma evidente de ese «caminar juntos» que hace crecer a la Iglesia. San Benito subraya cómo «muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor», es decir, a quien no ocupa posiciones de relieve en la comunidad; así, los obispos tengan la preocupación de alcanzar a todos, para que en el desarrollo ordenado del camino sinodal se realice lo que el apóstol Pablo recomienda a la comunidad: «No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno».

El sentido del camino al cual todos estamos llamados consiste, principalmente, en descubrir el rostro y la forma de una Iglesia sinodal, en la que «cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad”, para conocer lo que Él “dice a lasIglesias”». El Obispo de Roma, en cuanto principio y fundamento de la unidad de la Iglesia pide a todos los Obispos y a todas las Iglesias particulares que entren con confianza y audacia en el camino de la sinodalidad.

La perspectiva del “caminar juntos”, además, abraza a toda la humanidad con la que compartimos «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias». Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos: practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más evidente de ser «sacramento universal de salvación», «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».

6. En nuestro camino de construcción de una Iglesia sinodal, parece más que oportuno que nuestro recorrido se inspire en dos “imágenes” de la Escritura:

Una, aquella que emerge de la representación de la “escena comunitaria”, que acompaña constantemente el camino de la evangelización: los actores en juego son esencialmente tres, más uno: Jesús (que se dirige con especial atención a los que están “separados” de Dios y a los “abandonados” por la comunidad), la multitud (no sólo pocos iluminados o elegidos, sino también la cananea, excluida de la bendición, la samaritana, comprometida social y religiosamente, el ciego de nacimiento, excluido del perímetro de la gracia), los apóstoles (no para poner filtros a su presencia, sino para que sea más fácil encontrarlo) y el antagonista (él que divide – y por lo tanto contrasta un camino común –, se manifiesta indiferentemente en las formas del rigorismo religioso, de la intimación moral que se presenta más exigente que la de Jesús, y de la seducción de una sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz que el discernimiento de espíritus).
Ninguno de los tres actores puede salir de la escena. Si falta Jesús, y en su lugar se ubica otro, la Iglesia se transforma en un contrato entre los apóstoles y la multitud, cuyo diálogo terminará por seguir los intereses del juego político. Sin los apóstoles, autorizados por Jesús e instruidos por el Espíritu, el vínculo con la verdad evangélica se interrumpe y la multitud queda expuesta a un mito o a una ideología sobre Jesús, ya sea que lo acepte o que lo rechace. Sin la multitud, la relación de los apóstoles con Jesús se corrompe en forma sectaria y autorreferencial de religión. Para eludir los engaños del “cuarto actor” es necesaria una conversión continua.

La otra imagen de la Escritura se refiere a la experiencia del Espíritu en la que Pedro, Cornelio y la comunidad primitiva reconocen el riesgo de poner límites injustificados a la coparticipación de la fe; es en el encuentro con las personas, acogiéndolas, caminando junto a ellas y entrando en sus casas, como Pedro descubre el significado de su visión: ningún ser humano es indigno a los ojos de Dios y la diferencia instituida por la elección, no es preferencia exclusiva, sino servicio y testimonio de dimensión universal. La palabra (en el ritmo escucha – testimonio de la cercanía del Señor) asume un rol central en el encuentro entre los dos protagonistas. La experiencia sinodal del caminar juntos podrá recibir una inspiración decisiva a partir de la meditación de estos dos momentos de la Revelación.

7. Ahora bien, la cuestión fundamental que guía esta consulta al Pueblo de Dios es: En una Iglesia sinodal, que anuncia el Evangelio, todos “caminan juntos”: ¿Cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en la propia Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos” ¿Preguntémonos y respondámonos, teniendo muy presente que si no se encarna en estructuras y procesos, el estilo de la sinodalidad fácilmente decae del plano de las intenciones y de los deseos al de la retórica, mientras los procesos y eventos, si no están animados por un estilo adecuado, resultan una formalidad vacía. De la misma manera es necesario considerar cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana: cual es el estado de las relaciones, el diálogo y las eventuales iniciativas comunes con los creyentes de otras religiones, con las personas alejadas de la fe, así como con los ambientes y grupos sociales específicos con sus instituciones (el mundo de la política, de la cultura, de la economía, del trabajo, de la sociedad civil, minorías de varios tipos, pobres y excluidos, etc.).

8. Para ayudar a hacer emerger las experiencias y para contribuir de manera más enriquecedora a la consulta, el Documento Preparatorio les propone diez núcleos temáticos que creo articulan bien los diversos aspectos de la “sinodalidad vivida”:

1) LOS COMPAÑEROS DE VIAJE

Cuando decimos “nuestra Iglesia”, ¿Quiénes forman parte de ella? ¿Quién nos pide caminar juntos? ¿Quiénes son los compañeros de viaje, considerando también a los que están fuera del perímetro eclesial? ¿Qué personas o grupos son dejados al margen, expresamente o de hecho?

2) ESCUCHAR

¿Hacia quiénes se encuentra “en deuda de escucha” nuestra Iglesia particular? ¿Cómo son escuchados los laicos, en particular los jóvenes y las mujeres? ¿Cómo integramos las aportaciones de consagradas y consagrados? ¿Qué espacio tiene la voz de las minorías, de los descartados y de los excluidos? ¿Logramos identificar prejuicios y estereotipos que obstaculizan nuestra escucha? ¿Cómo escuchamos nuestro contexto social y cultural?

3) TOMAR LA PALABRA

¿Cómo promovemos, dentro de la comunidad y de sus organismos, un estilo de comunicación libre y auténtica, sin dobleces y oportunismos? ¿Y ante la sociedad de la cual formamos parte? ¿Cuándo y cómo logramos decir lo que realmente tenemos en el corazón? ¿Cómo funciona la relación con el sistema de los medios de comunicación (no sólo los medios católicos)? ¿Quién habla en nombre de la comunidad cristiana y cómo es elegido?

4) CELEBRAR

¿Cómo inspiran y orientan efectivamente nuestro “caminar juntos” la oración y la celebración litúrgica? ¿Cómo inspiran las decisiones más importantes? ¿Cómo promovemos la participación activa de todos los fieles en la liturgia y en el ejercicio de la función de santificación? ¿Qué espacio se da al ejercicio de los ministerios del lectorado y del acolitado?

5) CORRESPONSABLES EN LA MISIÓN

Dado que todos somos discípulos misioneros, ¿en qué modo se convoca a cada bautizado para ser protagonista de la misión? ¿Cómo sostiene la comunidad a sus propios miembros empeñados en un servicio en la sociedad (en el compromiso social y político, en la investigación científica y en la enseñanza, en la promoción de la justicia social, en la tutela de los derechos humanos y en el cuidado de la Casa común, etc.)? ¿Cómo los ayuda a vivir estos empeños desde una perspectiva misionera?

6) DIALOGAR EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD

¿Cuáles son los lugares y las modalidades de diálogo dentro de nuestra Iglesia particular?

¿Cómo se afrontan las divergencias de visiones y los conflictos? ¿Cómo promovemos la colaboración con las diócesis vecinas, con y entre las comunidades religiosas presentes en el territorio, con y entre las asociaciones y movimientos laicales, etc.? ¿Qué experiencias de diálogo y de tarea compartida llevamos adelante con los creyentes de otras religiones y con los que no creen? ¿Cómo dialoga la Iglesia y cómo aprende de otras instancias de la sociedad: el mundo de la política, de la economía, de la cultura, de la sociedad civil, de los pobres…?

7) CON LAS OTRAS CONFESIONES CRISTIANAS

¿Qué relaciones mantenemos con las otras confesiones cristianas? ¿A qué ámbitos se refieren? ¿Qué frutos hemos obtenido de este “caminar juntos”? ¿Cuáles son las dificultades?

8) AUTORIDAD Y PARTICIPACIÓN

¿Cómo se identifican los objetivos que deben alcanzarse, el camino para lograrlos y los pasos que hay que dar? ¿Cómo se ejerce la autoridad dentro de nuestra Iglesia particular? ¿Cuáles son las modalidades de trabajo en equipo y de corresponsabilidad? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la asunción de responsabilidad por parte de los fieles?

9) DISCERNIR Y DECIDIR

¿Con qué procedimientos y con qué métodos discernimos juntos y tomamos decisiones? ¿Cómo se pueden mejorar? ¿Cómo promovemos la participación en las decisiones dentro de comunidades jerárquicamente estructuradas? ¿Cómo articulamos la fase de la consulta con la fase deliberativa, el proceso de decisión con el momento de la toma de decisiones? ¿En qué modo y con qué instrumentos promovemos la transparencia y la rendición de cuentas?

10) FORMARSE EN LA SINODALIDAD

¿Cómo formamos a las personas, en particular a aquellas que tienen funciones de responsabilidad dentro de la comunidad cristiana, para hacerlas más capaces de “caminar juntos”, escucharse recíprocamente y dialogar? ¿Qué formación ofrecemos para el discernimiento y para el ejercicio de la autoridad? ¿Qué instrumentos nos ayudan a leer las dinámicas de la cultura en la cual estamos inmersos y el impacto que ellas tienen sobre nuestro estilo de Iglesia?

Hermanos, nos ha sido confiado un pueblo con muchos talentos… ¡hoy la Iglesia nos invita a intercambiarlos para que se multipliquen y lleguen a todos!

Que no se nos ocurra hacer como el siervo “inútil, malo y perezoso”, que por miedo escondió lo recibido en la tierra y mereció que el Señor se lo quitara y lo echara fuera, a las tinieblas.

Al contrario, ¡confiemos aún más en la ayuda del Espíritu Santo, confiemos en la bondad de nuestro pueblo, confiemos en el Señor que nos ha elegido para guiar a su pueblo y acompañémoslo, junto con toda la Iglesia, en este camino sinodal!

Camino que no terminará en los próximos meses, ¡pues será la manera de ser Iglesia en este nuevo milenio!

Muchas gracias.

+Franco Coppola

Nuncio Apostólico en México