HOMILÍA. Solemnidad de Corpus Christi.

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

Templo parroquial de San Santiago, Santiago de Querétaro, Qro., jueves 26 de mayo de 2016.
Año de la Misericordia
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Queridos hermanos sacerdotes,
queridos miembros de la vida consagrada,
queridos hermanos y hermanas laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con profunda devoción nos reunimos en esta tarde para la celebración de esta gran solemnidad en la cual como Iglesia queremos profesar, celebrar y testimoniar nuestra fe en la Santísima Eucaristía, que conmemora lo ocurrido aquella noche de la última cena en la cual Jesús antes de padecer, nos dejó su cuerpo y su sangre como alimento, para que todos los que comamos de él tengamos vida eterna.

2. Esta gran fiesta, quiere además, darnos la grandísima oportunidad de volver la mirada al corazón mismo de Jesús para entender que su Cuerpo y su Sangre “son el verdadero pan del cielo” que es capaz de saciar y satisfacer el corazón de tantos hombres y mujeres que peregrinan en búsqueda de una vida más plena, feliz y satisfactoria. Así lo hemos escuchado en el evangelio que ha sido proclamado en la narración de la multiplicación de los panes(Lc 9, 11-17). Es curioso que la liturgia no nos presente para esta fiesta, el relato de la Institución de la Eucaristía en la última cena (Lc 22, 7-20), sino más bien el relato de la multiplicación de los panes. Precisamente porque quiere ayudarnos a entender que la Eucaristía es una regalo para la vida de los hombres y mujeres que van en búsqueda de Jesús. Sin embargo, es un regalo que nos compromete y necesita de nuestra colaboración para que pueda llegar a ser una realidad en el hoy de nuestra historia, especialmente en aquellos que van por la vida: hambrientos, sedientos, que viven como forasteros, que están tristes, que viven solos, que constantemente se encuentran en el error.

3. El texto narra que ante la situación de aquella gente los discípulos le dicen a Jesús: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos, y caseríos a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar solitario. Él les contestó: Denles ustedes de comer” (v. ). Jesús sabe cuáles son las necesidades de los hombres, y puede solucionar cada uno de ellos, sin embargo, a él le interesa que como discípulos suyos también nosotros los que lo seguimos más de cerca, nos comprometamos en dar respuesta los problemas que más aquejan a los que le siguen. “llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella” (Misericordiae Vultus, 16).

4. Los discípulos le responden: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar vivieres para toda esta gente” (v. ). Esta es la respuesta de la Iglesia que a los ojos de los hombres, incluso muchas veces de nosotros mismos, es insuficiente, pero ante los ojos de Jesús es el compromiso claro y decidido. Jesús no nos pide más de lo que cada uno tiene, de lo que cada uno puede dar. Estos cinco panes y dos pescados son los talentos y la vocación de cada uno. Por pequeño que sea es un talento y una vocación hermoso y grande a los ojos de Dios. Basta que cada uno entremos dentro de sí y descubramos qué es lo que podemos ofrecer al servicio del otro. Hoy, en el contexto de la interdependencia global, se puede constatar que ningún proyecto económico, social o político puede sustituir el don de uno mismo a los demás en el que se expresa la caridad. Quien actúa según esta lógica evangélica vive la fe como amistad con el Dios encarnado y, como Él, se preocupa por las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Lo mira como un misterio inconmensurable, digno de infinito cuidado y atención. Sabe que quien no da a Dios, da demasiado poco; como decía a menudo la beata Teresa de Calcuta: «la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo». Por esto es preciso ayudar a descubrir a Dios en el rostro misericordioso de Cristo: sin esta perspectiva, no se construye una civilización sobre bases sólidas. Detengámonos un momento en la vida y veamos ¿cuáles son esos cinco panes y son pecados que yo pueda ofrecer?.

5. Continuando con la narración del evangelio escuchamos que sigue diciendo: “Jesús tomó en su manos los cinco panes y los dos pescados y levantando su mirada al cielo pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos para que ellos lo distribuyeran a la gente” (v. ). Esto es realmente lo extraordinario. Jesús toma en sus manos nuestros cinco panes y dos nuestros pescados y los bendice, llevando a cabo sobre ellos la acción de gracias que transforma la realidad humana en realidad divina. Que hace de nuestra poquedad sobreabundancia para todos, especialmente los más pobres. Dejemos que sea la gracia de Dios la que permita que nuestra disposición y nuestra voluntad genere acciones al servicio del hombre, acciones que construyan la paz, acciones que defiendan la vida y la familia según el proyecto de Dios. Pongamos nuestros cinco panes y dos pescados en las manos de Jesús para que él los transforme en acciones y estrategias pastorales que colaboren para combatir la inseguridad y la violencia, que colaboren para poner al ser humano en el centro y como fin y no como un medio y un instrumento. Abandonemos la tentación de la autosuficiencia y la falta de confianza en Dios y confiemos más en la providencia.

6. Hermanos y hermanas, cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo ».De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos « hasta el extremo » (Jn 13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse « pan partido » para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: « dadles vosotros de comer » (Mt 14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo.

7. Que la celebración de esta fiesta nos permita ser conscientes que cada uno estamos llamados a ser una eucaristía viva de la que muchos puedan comer hasta saciarse. Dejemos que sea la gracia de Dios la que nos trasforme y nos lleve a ser misericordiosos como el Padre. Que nos dio en su Hijo, el verdadero pan del cielo.

8. En unos momentos más saldremos a las calles de esta gran ciudad para testimoniar que Jesús sigue estando vivo y presente en medio de nosotros, sin embargo, no olvidemos que será en la vida ordinaria en el caminar de nuestras calles donde debemos ser nosotros mismos reflejo vivo de la hostia santa. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro