Hoy celebramos a Jesucristo Rey del Universo, se cierra el año litúrgico donde hemos estado meditando sobre el misterio de su vida, de su predicación y del anuncio del Reino de Dios. El 11 de diciembre de 1925, el Papa Pío XI, instituía esta solemnidad que finaliza el tiempo ordinario. El centro de su mensaje era recordarnos la soberanía universal de Jesucristo. Lo confesamos supremo Señor del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas.
«Tú dices: soy Rey” (Jn. 18,37) Esta fue la respuesta rotunda a Pilato, aunque la respuesta completa fue: “pero mi reino no es de aquí”. Jesucristo no es Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey que trae el Reino de Dios y al que nos conduce. Cristo Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que Él ha trazado con su Via Crucis.
Su programa es claro. Vino a traer Paz, vino a ser Camino, Verdad y Vida. Vino a ser la Puerta estrecha de la Salvación. Paz que se construye con la vivencia de los mandamientos, el respeto por la ley natural y por los derechos inalienables de cada persona. Camino Verdad y Vida que es recorrer la vereda de las bienaventuranzas, con un profundo sentido de misericordia y amor para servir a los demás. Y puerta de la salvación que consiste en saber entrar a la sala de fiesta con el traje obligatorio de la vida de gracia, alejado de los adornos mundanos, del chantaje, de la corrupción, de la simonía y del pecado como recientemente nos lo recordaba el Papa Francisco.
Si queremos participar de este reino. Debemos acoger y aceptar sus propuestas como buenos vasallos que somos. Renovando día con día nuestra decisión de seguir a este Rey que nos ha dado la capacidad de saber elegirlo por encima de todo lo caduco y pasajero de la vida diaria.
Renovemos nuestra consagración con las palabras que el mismo Papa Pío XI nos propuso: “Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos ser, a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón. Muchos por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestro mandamientos os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo. ¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de hambre y miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignaos atraedlos a todos a la luz de vuestro reino. Conceded, ¡oh Señor! Incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Decía san Buenaventura: “Jesucristo es rey que hace reyes a sus seguidores en el cielo.” ¡Hablemos claro!
Pbro. Luis Ignacio Núñez I. Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 23 de noviembre de 2014