Sentire cum ecclesia (Sentir con la Iglesia)

IMG-20150524-WA0021Este vitral que presentamos, representa a san Ignacio de Loyola y es uno de los que se encuentran en la Capilla del seminario de San José de la Montaña, en San Salvador, el Seminario de la Arquidiocesis que Monseñor Romero pastoreó y que le vio morir, y ahora para alegría de toda la Iglesia, también subir a los altares con su beatificación.

Óscar Arnulfo Romero Galdámez nació un 15 de Agosto de 1917 y entró al Seminario Menor de San Rafael a la edad de 13 años. Luego de un corto periodo en el Seminario Mayor de San Salvador fue enviado a estudiar a Roma, a la Universidad Gregoríana, en donde permaneció de 1937 a 1943. En Roma habitó en el Colegio Pío Latino Americano, mismo que se había creado por voluntad del Papa Pío IX en 1858, con la intención de «refundar» la iglesia latinoamericana, pues era necesario superar cierto provincianismo y promover una mayor conciencia de iglesia universal y fortalecer más el sentido de comunión con la iglesia de Roma, pues la iglesia en América Latina luego de varios siglos del régimen hispano era casi incapaz de distinguirse de la sociedad misma, éste régimen se caracterizaba por el patronazgo y una confusión entre lo sagrado y lo profano. Esta «romanización» pretendía separar a los clérigos de la política y acentuar más bien su sentido de lo eclesial y espiritual. El Colegio obtuvo el título de Pontificio en el año 1905 y el Papa Pío X otorgó a los jesuitas la perpetuidad de su dirección ese mismo año. La Universidad Gregoríana también es dirigida por los jesuitas, por lo que el joven Romero conoció y se empapó de la espiritualidad ignaciana, en una modalidad especialmente austera y de exigencia, los jesuitas del Colegio eran españoles. De este modo empezó a practicar con frecuencia los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús; cosa que por otra parte, era algo común en todos los seminarios e instituciones educativas del clero. El mismo Monseñor Romero dirá en 1972 acerca de este tema: «Los ejercicios de san Ignacio son un esfuerzo personal a vivir el cristianismo. No son los grandes principios generales de la revelación o del magisterio, sino el habla personal de Dios».

En los Ejercicios espirituales de san Ignacio se leen las «Reglas para sentir con la iglesia». Para el sentido verdadero que en la iglesia militante debemos tener, se guarden las reglas siguientes» (352).

Dice san Ignacio: «La primera. Depuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo nuestro Seńor, que es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica» (353).

«La terdécima. Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina; creyendo que entre Cristo nuestro Seńor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y seńor nuestro que dio los diez mandamientos es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia» (365).

Creemos que por esto no debe extrañarnos que su gran amor, fiel a Dios y a la Iglesia, mismo que expresó en su lema episcopal «Sentire cum ecclesia«, pudo haberse inspirado directamente en esta espiritualidad ignaciana. Esta espiritualidad de comunión de su lema episcopal está ampliamente tratada por el Concilio Vaticano II y ha sido comprendida y vivida por los grandes santos santos: Francisco de Asís y su devoción por «el Señor Papa», Catalina de Siena y su filial atrevimiento hacia el «dulce Cristo en la tierra» al referirse al Romano Pontífice, Teresa de Ávila y su «soy hija de la Iglesia», Teresa de Lisieux con «en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor», etc. Romero y los grandes santos han comprendido claramente que la absoluta obediencia a Dios y a la Iglesia capacita para la absoluta libertad, o como dice Francisco: «Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva»» (EG 11). Mons. Romero transitó por los caminos siempre antiguos y siempre nuevos del Espíritu: los de la obediencia, de la fidelidad, de la santidad, del servicio, del discernimiento evangélico.

Monseñor Romero afirmó veinte años después de haber estudiado en Roma: «Que bella escuela para un seminarista que se prepara con devoción a las exigencias de su vocación, observar y vivir una Roma que se desenvuelve bajo la mano visible de Dios que es el Papa […] en esa fragua de Roma, que es clave de la historia […la] primavera romana tiene un misterio de dulzuras inefables; por las históricas calles bajo la luz de la aurora, los neosacerdotes van a celebrar sus primeras misas a los más famosos altares de la Cristiandad: catacumbas, tumba de san Pedro, de San Pablo, santa María la Mayor, etc. Y resucita en el alma recién consagrada todo el fervor de mártires y peregrinos cuya historia está ligada a aquellos centros espirituales de atracción».

Esta mañana de primavera en San Salvador nos hemos dirigido como peregrinos hasta la Catedral en donde están los restos del mártir en esta nueva Roma americana, constituida en centro espiritual de atracción forjado con fidelidad hasta la sangre. El 9 de octubre de 1977 Mons. Romero decía en una homilía: «Precisamente cuando han querido apagar la voz del padre [Rutilio] Grande para que los sacerdotes tuvieran miedo y no continuaran hablando, han despertado el sentimiento profético de nuestra iglesia».

A propósito de los mártires decía San Juan Crisóstomo: «En efecto, la prueba verdaderamente más fuerte de la resurrección de Cristo es que, habiendo padecido una muerte violenta, después de ésta él muestre tanto poder de persuadir a los hombres vivos a […] preferir a los placeres presentes las flagelaciones, los peligros y la muerte misma. Esta no puede ser empresas de un muerto que yace tendido en el sepulcro, sino es obra de quien está resucitado y vive». Hoy es pentecostés, último día de Pascua y por primera vez en la Plegaria Eucarística se mencionó el nombre de Óscar Romero para terminar de algún modo la Misa inconclusa donde él fue inmolado cruentamente. Beato Óscar Arnulfo Romero ruega por nosotros, por nuestra patria que alcance caminos de justicia y de paz, de conversión personal y comunitaria.

 

Pbro. Filiberto Cruz Reyes

San Salvador, 24 de mayo de 2015