SANTO DEL DÍA: SAN EPAFRODITO, «HERMANO Y COMPAÑERO DE COMBATES» DE SAN PABLO.

𝗛𝗼𝘆 𝘀𝗲 𝗰𝗼𝗻𝗺𝗲𝗺𝗼𝗿𝗮 𝗮 𝗦𝗮𝗻 𝗘𝗽𝗮𝗳𝗿𝗼𝗱𝗶𝘁𝗼, «𝗵𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻𝗼 𝘆 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗮𝗻̃𝗲𝗿𝗼 𝗱𝗲 𝗰𝗼𝗺𝗯𝗮𝘁𝗲𝘀» 𝗱𝗲 𝗦𝗮𝗻 𝗣𝗮𝗯𝗹𝗼.
San Epafrodito fue un discípulo de los Apóstoles, muy cercano a San Pablo, quien lo menciona en la Carta a los Filipenses (Flp 2, 25-30). Fue el primer Obispo de Filipos y Tarracina, como lo fue también de Andriaca. Fue el mismo San Pedro, dede Roma, quien le dio tales encargos pastorales.
Según la Tradición de la Iglesia, Epafrodito nació en Filipo. La historia de la Iglesia lo recuerda por haber sido el que viajó desde su tierra natal a Roma para asistir a San Pablo durante su cautiverio entre los años 60 y 62 d.C. En aquella oportunidad, Epafrodito llevó consigo la colecta realizada por la Iglesia de Filipo. De acuerdo a otras fuentes es posible que dicho viaje se haya realizado un poco antes, hacia el año 57 cuando San Pablo estuvo cautivo en Éfeso durante su tercer viaje misional.
Debido a que Epafrodito cayó enfermo, San Pablo decidió enviarlo de vuelta a Filipo con una carta para los cristianos de la ciudad, en la que se refiere a él como “su hermano, colaborador y compañero de armas”. En ésta rogaba a sus queridos neófitos que recibieran a su compatriota con “gozo en el Señor”, ya que Epafrodito había arriesgado todo por la misión que le fue encomendada, incluso estando al borde de la muerte:
“[…] He juzgado necesario devolveros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de armas, enviado por vosotros con el encargo de servirme en mi necesidad, porque os está añorando a todos vosotros y anda angustiado porque sabe que ha llegado a vosotros la noticia de su enfermedad. Es cierto que estuvo enfermo y a punto de morir. Pero Dios se compadeció de él; y no sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo tristeza sobre tristeza… Así pues, me apresuro a enviarle para que viéndole de nuevo os llenéis de alegría y yo quede aliviado en mi tristeza. Recibidle, pues, en el Señor con toda alegría, y tened en estima a los hombres como él, ya que por la obra de Cristo ha estado a punto de morir, arriesgando su vida para supliros en el servicio que no podíais prestarme vosotros mismos”. (Flp 2,25-30)