Palabra Dominical: Obediencia a su Palabra

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario – Lc. 17, 11 – 19

 

leprososMientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?». Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

El diccionario define la lepra como una enfermedad infecciosa crónica, caracterizada principalmente por síntomas cutáneos y nerviosos, sobre todo tubérculos, manchas, úlceras y anestesias. Un mal que deforma las articulaciones, pudre la piel y destroza los tejidos. Fue el médico noruego Gerhard Henrik Hansen, quien identificó el bacilo que produce la lepra.

En la mentalidad judía, el enfermo, en este caso el que padecía la incurable lepra en aquel tiempo, recibía un castigo de Dios por sus pecados públicos u ocultos. Esto nos da una idea de porque sus leyes eran tan severas en relación a estos enfermos; por ello en el libro del Levítico se señala: “El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, e irá gritando: impuro, impuro. Habitará solo. Fuera del campamento tendrá su morada”.

La deformación externa infundía terror y quienes no la podían ocultar eran expulsados de la sociedad, abandonados, incluso por su propia familia. Vivían en grupos para defenderse del hambre y de la enfermedad; en aquel grupo había nueve  judíos y un samaritano. Un reflejo de que casi siempre el dolor nos hace más solidarios que la prosperidad.

Puesto que se temía el contagio, raramente encontraban ayuda, o siquiera compasión entre la gente. Ello hace más sincero el grito con que acudieron a Jesús: Maestro ten compasión de nosotros. Es significativo que ni se atrevieron a pedir curación. De Jesús deseaban tener tan solo un poco de compasión.

La compasión de Jesús se expresó mediante una orden terminante, que logró la curación no pedida, cuando se estaba cumpliendo lo mandado (ir con los sacerdotes). Jesús los curó no solo porque tuvo compasión de su miseria sino porque obedecieron su Palabra. Fueron curados porque le obedecieron sin titubeos. En el camino se encontraron con la curación. Tendríamos que aprender de los diez leprosos que únicamente la obediencia a Dios, nos libera de nuestros males.

Lo importante es vivir este encuentro con Jesús en el caminar de nuestra vida, sin sacarle la vuelta cuando lo encontramos en el camino, a pesar de nuestras lepras; él no nos esquiva, sino que está dispuesto a escucharnos y a cubrirnos de su compasión. La Palabra que Jesús les dirige es la que los sana, es la misma que en este momento nos está dirigiendo a nosotros, invitándonos a introducirnos al relato, y reconocer nuestras manchas interiores en un grito humilde que pide compasión. La clave es la obediencia a su Palabra.

Nueve de ellos recuperaron la su salud, pero perdieron a su Salvador. El samaritano se da tiempo para agradecer Jesús, no solo para pedirle que le cure su pena. A base de pedirle nuevas gracias, nos quedamos sin ganas de darle gracias por las ya recibidas. Por no reconocer y valorar los bienes recibidos, no nos sabemos por él amados. Solo queda realmente curado quien es agradecido. En el humilde silencio dejémonos tocar por Jesús y nos sanará cualquier enfermedad.

Una oración: “Señor, haznos personas agradecidas, que valoremos las pequeñas cosas de la vida. Enséñanos a tener capacidad de asombro y a valorar lo que recibimos de ti desde que comienza el día. Gracias, Señor por todo lo recibido desde el nacimiento, hasta el momento presente, por todos los que nos han querido, por los que nos han valorado, motivado y reconocido. Por los que nos han cuidado, sanado, enseñado y convertido. Haz que nuestra historia sea un canto de acción de gracias en cualquier circunstancia de nuestra vida. Amén”.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro