PALABRA DOMINICAL: III Domingo de Cuaresma, Ciclo B, Jn 2, 13-25.

Cuando se acercaba la pascua de los judíos

El evangelio de este domingo nos presenta el relato conocido tradicionalmente como la purificación del templo. San Juan nos ubica en que temporada del año se realiza este acontecimiento: Cuando se acercaba la pascua de los judíos. Es importante notar la mención intencionada de la ‘pascua de los judíos’ Pues en toda la Escritura no se encuentra esta distinción; la Pascua es la fiesta del Señor, por tanto, la mención de la fiesta es peyorativa pues la antigua Pascua instituida en el Éxodo, era una fiesta en honor del Señor, en donde el pueblo era el protagonista y donde se revivía el acontecimiento fundante que había dado paso a la liberación.

La fiesta que los judíos celebraban en tiempos de Jesús no era ya la Pascua del Señor sino una fiesta manipulada (cf Mal 2,1-3) de la cual quedaba sólo una fachada del sentido original, pues el pueblo había vuelto a la esclavitud. Prueba de esto es que Jesús al llegar el templo no encuentra gente que busque a Dios, ni a una comunidad reedificada por saberse liberada y constituida el Pueblo de Dios, sino que por el contrario lo que se encuentra es el comercio, el lucro y la opresión.

Y entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo

El látigo (en hebreo ebel) era un símbolo para designar los dolores que inaugurarían los tiempos mesiánicos, también era común representar al Mesías con el látigo en la mano para fustigar los vicios y las malas prácticas. Lo que había encontrado Jesús en el templo (vendedores de animales necesarios para el culto y cambistas para que la gente pudiera dar su ofrenda con monedas que no llevaran ninguna efigie) no eran actividades dignas de elogio, pero tampoco eran intrínsecamente malas. El gesto de Jesús, presentado cómo el Mesías esperado, se inserta en la denuncia de los profetas sobre un culto vacío e hipócrita que iba de la mano con la injusticia y la opresión. (cf Is 1,11-17. Os 5,6-7. Am 4,4. Sal 50,13). Jesús al expulsar violentamente del templo, no propone como los profetas una reforma, sino la abolición de este tipo de prácticas engañosas que buscan manipular lo sagrado y peor aún lo divino. Pues Dios no está subordinado a la codicia, al utilitarismo ni al sentimentalismo.

Jesús reprocha que el templo no haya cumplido su misión histórica: ser signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.  Por desgracia el templo se había convertido en una realidad estática; para ir a él tenía el hombre que salir de su historia, de su vida. En cambio, la tienda del de desierto (prototipo del templo) era la sede de la Gloria de Dios, que caminaba con el pueblo, lo guiaba y acompañaba; con él Dios se hacía historia. A la Tienda Dios bajaba; el templo, el hombre tenía que subir hasta Dios. En adelante la manifestación de la gloria de Dios se hará en Jesús la Palabra hecha hombre, que ha puesto su morada entre nosotros (Jn 1,14).

No conviertan en un mercado la casa de mi Padre

Con estás palabra Jesús denuncia y al mismo tiempo exhorta, señalando que no viene a condenar a nadie (cf Jn 3,17; 12,47), sino a invitar la conversión, a vivir en la luz por eso emplea este imperativo presente dejando abierta la posibilidad de rectificar. La denuncia es para que se recapacite y se deje el mal camino. Jesús no da sentencia contra nadie, es el hombre mismo el que debe asumir su propia sentencia, respondiendo o negándose a responder a la Luz del Evangelio (cf 1,9; 3,18-19).

Jesús no se presenta como un revolucionario violento en contra de las instituciones, sino que denuncia la situación para hacer comprender al pueblo el verdadero culto y la forma de relacionarse con Dios. Jesús quiere sacar a la gente de ideas ritualistas que deforman la imagen de Dios convirtiéndolo en un tirano, pues si bien el templo fue hecho para ofrecer a los hombres la oportunidad de una profunda experiencia religiosa (cf Sal 42) pues era en el templo o la tienda el signo de la presencia de Dios, se su actividad a favor del pueblo, pero ese Dios liberador y salvador había pasado a ser un ‘dios’ exigente y explotador; no el Dios que daba vida sino el que la exigía para sí.

¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?

Pero no se hace caso a la exhortación de Jesús, ni por un momento se les ocurre dudar de la legitimidad de su posición; no se preguntan si la denuncia de Jesús está justificada. No se mira la realidad, sino únicamente lo políticamente correcto, lo más cómodo, lo que todos hacen. Lo peor que le puede pasar a un ser humano es no darse la oportunidad de autoevaluarse. Cuando la soberbia invade el corazón produce un sentimiento de omnipotencia que hace pensar que el triunfo está asegurado. No se admiten críticas, aunque estas estén avaladas por la evidencia de la verdad.

¿Qué podemos hacer hoy?

El santo tiempo de Cuaresma es una oportunidad para reflexionar en nuestra manera de vivir. Ojalá que podamos hacer un espacio en nuestras vidas agitadas por las responsabilidades cotidianas para dejarnos interpelar por la Palabra de Jesús. Su Mensaje nos invita siempre a descubrir el auténtico sentido de la vida; pues no todo lo que bulle en nuestro interior es justo y digno. No dejemos que nuestro corazón y nuestra mente se llenen de ‘mercaderes y cambistas’ que buscan hacer negocio sin escrúpulos, que compran y venden sin principios ni dignidad, que se pasan por la vida regateando y engañando y hasta expoliando al prójimo. La limpieza, la purificación y la conversión son costosas, no en vano en griego se utiliza el mismo verbo para referirse a la educación y al castigo. Ante una situación aberrante y caótica, es necesario el látigo, es decir el dolor se brota del esfuerzo. No tengamos miedo a continuar con decisión y seriedad nuestro camino de conversión. Amén.