PALABRA DOMINICAL: Domingo XXVIII Ordinario (Mc 10,17-30)

¿Qué debo de hacer?


El Evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que se acerca a Jesús ‘corriendo’ lo que muestra la urgencia de la cuestión a tratar, además se ‘arrodilla ante él’, haciendo patente la angustia que siente y el reconocimiento de la persona de Jesús pues ve en él su último recurso. Este hombre busca la solución a un problema crucial: cómo evitar que la muerte sea el fin de todo. La pregunta refleja la angustia del hombre acomodado que tiene resuelta su subsistencia, pero a quien la riqueza no le da la última y decisiva seguridad. Este deseo sitúa al protagonista en un ambiente distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él.

Jesús responde al hombre mostrando que no es necesario consultarle sobre el tema, pues es inútil buscar en otro lado distinto al que Dios mismo ha enseñado: el modo de obtener la vida futura esta en cumplir los mandamientos, en el decálogo Dios propuso el modo de obtener la vida definitiva. Pero hay que notar los cambios que hace Jesús pues no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar las fiestas. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.
Jesús no hace mención a ningún elemento religioso, solo expone un código de conducta común a la humanidad entera.

Cuando aquel hombre le responde a Jesús que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.

Entonces es cuando el personaje se entristece y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.

Mientras el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos. Pues el rico tiene sus bienes, que no son malos en sí, pero ellos no aseguran la propia existencia y plenitud, Jesús propone un mayor bien: El Reino de Dios.

Las palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida, y así tener un tesoro en el cielo.

Esta afirmación impresiona a los discípulos: ¿será posible que la comunidad cristina subsista sin el apoyo de la riqueza material? Surge un temor entendible, el miedo a las consecuencias de la renuncia de los bienes materiales: si Jesús no admite la riqueza en el grupo, ellos no ven horizonte  para el futuro y temen que el reino de Dios vaya a ser una sociedad de miserables, pero la respuesta de Jesús ante estas dudas es: “para Dios todo es posible”. Para un mundo capitalista el problema de la subsistencia no tiene otra solución que el dinero. Pero subsistir también es posible de otro modo alternativo: mediante la solidaridad que existe en el Reino de Dios, y no es que Dios vaya a hacer continuos milagros; la subsistencia será fruto de la actitud de los creyentes, de la fe en Dios del vínculo con él. La adhesión a Dios establece una comunicación del Espíritu, que potencia al hombre y lo lleva a renegar de sí mismo para entregarse a los demás; cuando existe este ambiente de entrega de unos a otros por amor, la subsistencia deja de ser problema.

El hombre rico aspiraba a la vida después de la muerte, Jesús le ofrece ya desde ahora una plenitud de vida, pero para obtener esa plenitud es necesario cambiar invertir los valores pues para el mundo lo más preciado es el dinero, el poder y el prestigio pare le Reino de Dios los valores supremos son la generosidad, la solidaridad y el amor. ¿Nosotros de qué lado estamos? ¿Formamos parte del Reino de Dios?.