¡Ojos que no ven, corazón que no siente!

No cabe duda, me gustan las pala­bras bellas y todo lo que ellas despiertan en mi ser y con la libertad que poseo trato también de elegir solo las palabras que alienten e inspiren mis acciones; mas llegan acontecimientos que pro­vo­can en mí, dolor e impotencia.

En esa vida diaria cómoda que nos procuramos muchos mexicanos, surge de repente una nota que no puede pasar indiferente y es la historia de los jóvenes normalistas “Guerrerenses de Ayotzinapán”, y muchos de ustedes dirán: “hablar de esto en un medio católico de comunicación, es hacer política”. Y yo sacerdote les respondería: “es obligada actitud cristiana exigir justicia”. No se puede sacrificar el espíritu a favor de la sola letra y permanecer callado ante una realidad que duele, no solo porque atenta contra la libertad de todos, sino porque agrede a los más vulnerables, los jóvenes.
Ya sufrimos el deterioro de una generación truncada por el miedo, y es que definitivamente los 70’s y 80’s por más placenteros que nos parezcan a los que los vivimos, fue una generación tocada por la muerte de sus progenitores que se atrevieron a levantar la voz por una justicia más noble, más equitativa, más libre, sus sueños se vieron truncados en Tlatelolco y con ellos morían también los sueños de una auténtica democracia, el país que mata a sus jóvenes no puede ser un estado de derecho, es un parricida de esperanzas; lo mismo pasará esta vez si volvemos a cerrar los ojos y hacer co­mo que no pasa nada, mientras vivamos seguros en un país donde ya nadie lo está. “Ojos que no ven corazón que no siente”.
Por eso, aunque me tape los oídos para no escuchar el grito de los otros que sufren pido perdón y doy gracias a Dios que puedo oír… Hay muchos que son sordos.

Aunque cierre los ojos, cuando al despertar el sol de justicia se mete en mi habitación, pido perdón y doy gracias a Dios que puedo ver… Hay muchos ciegos.

Aunque me pese levantarme y alzar mi voz, pido perdón y doy gracias a Dios que tengo fuerzas para hacerlo… Hay muchos postrados que no pueden.

Aunque teniendo voluntad, me deje llevar por la cómoda actitud de no hacer nada, pido perdón y doy gracias a Dios de que hoy puedo levantarme y pedir justicia…Hay muchos que ya no pueden hacerlo.

Esta semana un eclipse de Luna distrajo la atención de todos los medios, dejando de lado la muerte de tantos jóvenes mexicanos, ¿será que es más grato mirar la oscuridad de la Luna que la negra sombra de la violencia que arrebata la vida de hermanos? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eter­nas?

“El que se tapa los oídos para no oír de derramamiento de sangre, y cierra los ojos para no ver el mal”. Isaias 33,15.

Pbro. José Rodrigo López Cepeda
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 12 de octubre de 2014