NOVENA A SAN FRANCISCO DE ASÍS OCTAVO DÍA.

𝗢𝗰𝘁𝗮𝘃𝗼 𝗗𝗶́𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗡𝗼𝘃𝗲𝗻𝗮 𝗮 𝗦𝗮𝗻 𝗙𝗿𝗮𝗻𝗰𝗶𝘀𝗰𝗼 𝗱𝗲 𝗔𝘀𝗶́𝘀
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
𝐎𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐧 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨 𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐥 𝐂𝐫𝐢𝐬𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐧 𝐃𝐚𝐦𝐢𝐚́𝐧
(𝐎𝐫𝐒𝐃)
Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.
𝗢𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲 𝗦𝗮𝗻 𝗝𝘂𝗮𝗻 𝗣𝗮𝗯𝗹𝗼 𝗜𝗜 𝗮 𝗦𝗮𝗻 𝗙𝗿𝗮𝗻𝗰𝗶𝘀𝗰𝗼 𝗱𝗲 𝗔𝘀𝗶́𝘀
Oh San Francisco,
que recibiste los estigmas en La Verna,
el mundo tiene nostalgia de ti
como icono de Jesús crucificado.
Tiene necesidad de tu corazón
abierto a Dios y al hombre,
de tus pies descalzos y heridos,
y de tus manos traspasadas e implorantes.
Tiene nostalgia de tu voz débil,
pero fuerte por el poder del Evangelio.
Ayuda, Francisco, a los hombres de hoy
a reconocer el mal del pecado
y a buscar su purificación en la penitencia.
Ayúdalos a liberarse también
de las estructuras de pecado,
que oprimen a la sociedad actual.
Reaviva en la conciencia de los gobernantes
la urgencia de la paz
en las naciones y entre los pueblos.
Infunde en los jóvenes tu lozanía de vida,
capaz de contrastar las insidias
de las múltiples culturas de muerte.
A los ofendidos por cualquier tipo de maldad
concédeles, Francisco,
tu alegría de saber perdonar.
A todos los crucificados por el sufrimiento,
el hambre y la guerra,
ábreles de nuevo las puertas de la esperanza. Amén.
𝗟𝗲𝗰𝘁𝘂𝗿𝗮𝘀 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗲𝗹 𝗼𝗰𝘁𝗮𝘃𝗼 𝗱𝗶́𝗮
𝗟𝗲𝘆𝗲𝗻𝗱𝗮 𝗠𝗮𝘆𝗼𝗿 𝗱𝗲 𝗦𝗮𝗻 𝗕𝘂𝗲𝗻𝗮𝘃𝗲𝗻𝘁𝘂𝗿𝗮 (𝗰𝗮𝗽𝗶́𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟵,𝟴)
Acompañado, pues, de un hermano llamado Iluminado -hombre realmente iluminado y virtuoso-, se puso en camino, y de pronto le salieron al encuentro dos ovejitas, a cuya vista, muy alborozado, dijo el Santo al compañero: «Confía, hermano, en el Señor, porque se cumple en nosotros el dicho evangélico: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Y, avanzando un poco más, se encontraron con los guardias sarracenos, que se precipitaron sobre ellos como lobos sobre ovejas y trataron con crueldad y desprecio a los siervos de Dios salvajemente capturados, profiriendo injurias contra ellos, afligiéndoles con azotes y atándolos con cadenas. Finalmente, después de haber sido maltratados y atormentados de mil formas, disponiéndolo así la divina Providencia, los llevaron a la presencia del sultán, según lo deseaba el varón de Dios. Entonces el jefe les preguntó quién los había enviado, cuál era su objetivo, con qué credenciales venían y cómo habían podido llegar hasta allí; y el siervo de Cristo Francisco le respondió con intrepidez que había sido enviado no por hombre alguno, sino por el mismo Dios altísimo, para mostrar a él y a su pueblo el camino de la salvación y anunciarles el Evangelio de la verdad. Ypredicó ante dicho sultán sobre Dios trino y uno y sobre Jesucristo salvador de todos los hombres con tan gran convicción, con tanta fortaleza de ánimo y con tal fervor de espíritu, que claramente se veía cumplirse en él aquello del Evangelio: Yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro (Lc 21,15). De hecho, observando el sultán el admirable fervor y virtud del hombre de Dios, lo escuchó con gusto y le invitó insistentemente a permanecer consigo. Pero el siervo de Cristo, inspirado de lo alto, le respondió: «Si os resolvéis a convertiros a Cristo tú y tu pueblo, muy gustoso permaneceré por su amor en vuestra compañía. Mas, si dudas en abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe de Cristo, manda encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con tus sacerdotes, para que así conozcas cuál de las dos creencias ha de ser tenida, sin duda, como más segura y santa». Respondió el sultán: «No creo que entre mis sacerdotes haya alguno que por defender su fe quiera exponerse a la prueba del fuego, ni que esté dispuesto a sufrir cualquier otro tormento». Había observado, en efecto, que uno de sus sacerdotes, hombre íntegro y avanzado en edad, tan pronto como oyó hablar del asunto, desapareció de su presencia. Entonces, el Santo le hizo esta proposición: «Si en tu nombre y en el de tu pueblo me quieres prometer que os convertiréis al culto de Cristo si salgo ileso del fuego, entraré yo solo a la hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis pecados; pero, si me protege el poder divino, reconoceréis a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, verdadero Dios y Señor, salvador de todos los hombres». El sultán respondió que no se atrevía a aceptar dicha opción, porque temía una sublevación del pueblo. Con todo, le ofreció muchos y valiosos regalos, que el varón de Dios -ávido no de los tesoros terrenos, sino de la salvación de las almas- rechazó cual si fueran lodo. Viendo el sultán en este santo varón un despreciador tan perfecto de los bienes de la tierra, se admiró mucho de ello y se sintió atraído hacia él con mayor devoción y afecto. Y, aunque no quiso, o quizás no se atrevió a convertirse a la fe cristiana, sin embargo, rogó devotamente al siervo de Cristo que se dignara aceptar aquellos presentes y distribuirlos -por su salvación- entre cristianos pobres o iglesias. Pero Francisco, que rehuía todo peso de dinero y percatándose, por otra parte, que el sultán no se fundaba en una verdadera piedad, rehusó en absoluto condescender con su deseo.
𝗥𝗲𝗳𝗹𝗲𝘅𝗶𝗼́𝗻
Francisco llevó consigo al hermano Iluminado de Rieti, su compañero desde 1210. Al principio, tomados probablemente como espías, son golpeados pero pronto los soldados dudan. De acuerdo con sus deseos, los dos frailes son llevados a la presencia del sultán Melek-el-kamel, el sultán interroga a Francisco: “El servidor de Cristo responde que había sido enviado desde más allá de los mares, no por hombre alguno, sino por el mismo Dios Altísimo” (LM 9,8). Se separa así de los cruzados y su violencia. Desearíamos saber más detalles de la conversación pero no tenemos muchos elementos. Sin embargo, sabemos lo esencial, Francisco se declara cristiano y es escuchado por el sultán. Luego de muchos días Francisco constata aspectos positivos en los llamados “infieles”. Se da cuenta de la profunda religiosidad del Islam, ya que cinco veces al día Francisco e Iluminado escuchan al muecín lanzar la llamada a la oración. Francisco descubre que estos hombres no solamente son sus hermanos como creaturas, no son solamente sus hermanos a causa de la sangre derramada por Jesús por todos. Todo esto él lo sabía, pero descubre que los llamados infieles son sus hermanos por esta comunión en la oración al único Dios. Dos semanas después de encontrarse con el sultán se acaba la tregua y es el momento de la partida. El sultán, admirado por la sabiduría de este “monje”, trata de retenerlo con tesoros y regalos. Pero Francisco es pobre y solo desea la conversión del sultán. Llega la hora del adiós; tanto Francisco como el sultán saben que no volverán a verse. Por ello Melek-el -Kamel se encomienda a las oraciones de un no musulmán. Con Iluminado, Francisco emprende la marcha acompañado por una escolta de príncipes, es el último gesto del sultán hacia Francisco. Francisco y el sultán en medio de la guerra, tuvieron un encuentro en Paz, gracias a la hospitalidad de uno y a la apertura al dialogo de ambos. Si bien Francisco no logra hacer que el sultán se haga cristiano, tampoco el sultán logra retener a este “monje” llamado Francisco ofreciéndole suntuosos regalos y dinero. Sin embargo, ambos vivenciaron un encuentro en paz, en donde cada uno pudo exponer al otro su perspectiva en un franco diálogo. Gracias a este encuentro en paz que hoy en día los franciscanos viven en paz custodiando los lugares santos en medio de tierras no cristianas. (El diálogo de los creyentes. Tomo 3. Curia general OFM. Secretaria de Evangelización. Secretaría para la formación y estudios. ISE. Venecia.Roma.2005.p.78-79).
𝗢𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗲𝗻 𝗵𝗼𝗻𝗼𝗿 𝗮 𝗹𝗮𝘀 𝗹𝗹𝗮𝗴𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗦𝗮𝗻 𝗙𝗿𝗮𝗻𝗰𝗶𝘀𝗰𝗼
Gloriosísimo Protector y Padre mío, San Francisco, a ti acudo, implorando tu poderosa intercesión, para entender el amor que Dios Nuestro Señor te manifestó al martirizar vuestra carne y vuestro espíritu. Tus llagas son cinco focos de caridad divina; cinco lenguas que me recuerdan las misericordias de Jesucristo; cinco fuentes de gracia celestiales que el Creador te confió para que las distribuyas entre tus devotos. ¡Oh Santo amabilísimo!, pide por mí a Jesús crucificado una chispa del fuego que ardía en tu alma aquel día dichoso en que recibiste la seráfica crucifixión, a fin de que, recordando tus privilegios sobrenaturales, imite tus ejemplos y siga tus enseñanzas, viviendo y muriendo, amando a Dios sobre todas las cosas.
𝑺𝒆 𝒅𝒊𝒄𝒆𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒏𝒐𝒗𝒆𝒏𝒂 𝒚 𝒔𝒆 𝒓𝒆𝒛𝒂𝒏 5 𝒑𝒂𝒅𝒓𝒆𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒐𝒔, 𝒂𝒗𝒆𝒎𝒂𝒓𝒊́𝒂𝒔 𝒚 𝒈𝒍𝒐𝒓𝒊𝒂𝒔 𝒆𝒏 𝒉𝒐𝒏𝒐𝒓 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒊𝒏𝒄𝒐 𝒍𝒍𝒂𝒈𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝑺𝒂𝒏 𝑭𝒓𝒂𝒏𝒄𝒊𝒔𝒄𝒐.
𝗢𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗙𝗶𝗻𝗮𝗹
Seráfico Padre mío San Francisco, pobre y desconocido de todos, y, por esto, engrandecido y favorecido de Dios. Porque te veo tan rico en tesoros divinos, vengo a pedirte limosna. Dámela generoso, por amor al buen Jesús y a nuestra Madre, la Inmaculada Virgen María, y por el voto que hiciste de dar por su amor todo lo que se te pidiese. Por amor de Dios te ruego que me obtengas dolor de mis pecados, la humildad y el amor a tu pasión; conformidad con la voluntad de Dios, prosperidad para la Iglesia y para el Papa, exaltación de la fe, confusión de la herejía y de los infieles, conversión de los pecadores, perseverancia de los justos y eterno descanso de las almas del Purgatorio. Te lo pido por amor de Dios. Así sea.
𝗘𝗻 𝗲𝗹 𝗻𝗼𝗺𝗯𝗿𝗲 𝗱𝗲𝗹 𝗣𝗮𝗱𝗿𝗲 𝘆 𝗱𝗲𝗹 𝗛𝗶𝗷𝗼 𝘆 𝗱𝗲𝗹 𝗘𝘀𝗽𝗶́𝗿𝗶𝘁𝘂 𝗦𝗮𝗻𝘁𝗼. 𝗔𝗺𝗲́𝗻.