La oración que me salvó la vida

A lo largo de estos días he estado leyendo un libro que me ha cautivado profundamente en mi vida sacerdotal. Son esas lecturas en las que muchas veces te ves retratado y en las que en otras, tu vida con todas sus diferencia y matices te hace descubrir la maravilla de lo que en realidad Dios va permitiendo en tu caminar con el fin de seguir creciendo en santidad. No podemos olvidarnos que nuestra meta es el cielo y para allá debemos esforzarnos en lograr día a día, esa misión que Él nos confía.

El caso es que ya había leído la biografía de esta autora con el título: «Sobrevivir para contarlo: descubrir a Dios en medio del holocausto en Ruanda» es interesante conocer cómo la fe y el perdón se convirtieron en las luces que guiaron su mundo oscurecido por el odio y la desesperación.

Para quienes no la conocen se trata de Immaculée Ilibagiza, una so­breviviente del sangriento ge­no­cidio que devastó a Ruanda, su hermoso país africano. Ella era estudiante universitaria de 24 años de edad cuando, con el apoyo del gobierno, se desató un holocausto de una maldad inimaginable contra los tutsis, la tribu minoritaria de su país. Ser tutsi en Ruanda, como lo era su familia, era una sentencia de muerte. En menos de cien días casi toda la población tutsi de Ruanda, más de un millón de hombres, mujeres y niños inocentes, fueron torturados sin misericordia, fueron violados y asesinados durante lo que en la actualidad se considera una de las campañas más crueles del ge­nocidio (o limpieza étnica) de la historia humana. Casi todos los miembros de su familia inmediata y parientes lejanos fueron asesinados durante la matanza, al igual que casi todas las personas que ella había amado o había considerado como amigos.

Immaculée sobrevivó a la bondad de un pastor de la localidad que se apiadó de ella y de siete mujeres tutsis que las ocultó en un baño pequeño a lo largo de tres meses. La generosidad de este pastor impidió que fuera asesinada, pero lo que salvó su vida y su alma fueron las oraciones del rosario, porque el miedo y la desesperación eran sus compañeros constantes, y al mismo tiempo sus peores enemigos y mientras los asesinos la buscan, los pensamientos suicidas la asolaban y el demonio murmuraba a su oído.

Incluso, dice ella, en los días más oscu­ros de su vida, con el rosario pudo encontrar a Dios y llenar su corazón de amor que hizo posible perdonara a quienes habían matado a su familia y pudiera seguir adelante para llevar una vida plena y feliz. No deja de expresar abiertamente que es tan devota del rosario y está tan segura de su poder protector que nunca sale de casa sin llevarlo consigo y hasta duerme con él en la mano. Cree en su poder para transformar los corazones y las almas.

Comenta que hoy en día, al viajar por el mundo para compartir su historia en semi­narios, conferencias y retiros, la gente le pregunta cómo sobrevivió al genocido, su respuesta siempre es la misma: «Fue el rosario. El rosario es la oración que me salvó la vida».

El rosario ha hecho mucho en la vida de muchas personas, nos da una vida llena de paz y esperanza y si lo rezamos adecuadamente y con todo el corazón, podemos superar cualquier obstáculo y cumplir todos nuestros sueños. Se ha dicho que el rosario es una cuerda que hace que el cielo se incline hacia la tierra. Sigamos rezado durante este mes y siempre el rosario, como decía el Papa León XIII: «El Rosario es una excelente forma de oración… es el remedio para todos nuestros males y la raíz de todas nuestras bendiciones». ¡Hablemos claro!

Pbro. Luis Ignacio Núñez
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 19 de octubre de 2014