III DOMINGO DE PASCUA, Santa Iglesia Catedral.

¡El Resucitado está entre nosotros!
(Jn 21, 1-19)

III DOM. PASCUAEl Evangelio de San Juan (21, 1-9) que leemos en el tercer domingo de Pascua, nos relata la tercera aparición que Jesús hace a sus discípulos; esta ocasión se aparece a siete de ellos a la orilla del lago de Tiberiades, en un ambiente totalmente de la vida ordinaria, donde se encuentran realizando la actividad que los distinguen: la pesca. Jesús al darse cuenta de su situación y de la desafortunada noche para la pesca, les pregunta: “Muchachos ¿han pescado algo? Ellos contestaron: No. Jesús les dijo: “echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces. Así lo hicieron y luego ya no podían jalar la red por tantos pecados”.

Jesús, al resucitar de entre los muertos, persiste en su deseo de acercarse a cada uno de nosotros, en la vida ordinaria, en las situaciones concretas de cada día, con la finalidad de hacerse presente en los problemas de la vida cotidiana, incluso aquellos que son más básicos y fundamentales para el ser humano como es la comida y el sustento. Sin embargo, como la ha venido haciendo a lo largo de la predicación antes de su pasión redentora, no violenta las situaciones; nos integra y nos incluye en la situación. Jesús está presente como un amigo que colabora con los suyos y que se pone a su servicio para comunicarles vida y dar fecundidad al esfuerzo. Lo importante es hacerle caso a su palabra. De la calidad de la escucha que prestemos a la Palabra del Resucitado, depende la calidad de los frutos espirituales en la propia vida y en la misión de la Iglesia.

Muchas veces también nosotros nos hemos visto en situaciones similares, cuando hemos hecho todos los esfuerzos humanos que están a nuestro alcance por salir adelante, y no vemos resultados, incluso en aquello de lo que depende nuestro sustento y nuestra vida; es allí donde Jesús resucitado, hoy se quiere hacer presente. Necesitamos escuchar su palabra y hacerle caso a lo que nos dice. La escucha de la palabra de Dios, nos ayudará para reconocer la voz de Jesús y así nuestra vida podrá, como le pasó Simón Pedro, descubrir la desnudez que no nos permite ser capaces de presentarnos de manera digna ante el Señor. Pedro sabía muy bien lo que había hecho y por eso se sentía desnudo, sabía que ante el Señor, su negación le llenaba la cara de vergüenza. ¡Dejemos que sea la Palabra la que nos permita recuperar el vestido de nuestra dignidad y nos quite la cara de vergüenza ante el Resucitado!

Con la resurrección de Cristo debemos estar seguros que el alimento espiritual nunca nos ha de faltar, él mismo nos prepara la mesa y nos invita a comer de ella. Es allí donde cada uno estamos llamados a disipar nuestras dudas de fe y las incertidumbres que nos abruman. Jesús resucitado, toma nuestro pan y nuestra pesca y tras la bendición nos lo devuelve como alimento que da la vida.

Como a Simón, Jesús hoy a cada uno nos interroga de manera sobre la pregunta que debe fundamentar la existencia: el amor a su persona.  Tras la respuesta que le demos, él mismo  nos asigna una misión.  Una misión que está orientada sin duda, a la edificación de la Iglesia. Ojalá a que cada uno al escuchar la  pregunta que el Señor nos haga, estemos en grado de poder responder y asumir la misión y estemos dispuestos para colaborar con él en su tarea.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro