HOMILÍA IV DOMINGO DE PASCUA. Ciclo C 2019

Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., a 13  de mayo de 2019.

Año Jubilar Mariano

***

Muy estimados sacerdotes,

Queridos maestros,

Muy queridas mamás,

Estimados miembros de los diferentes Movimientos y Asociaciones presentes en este día:

Con alegría nos hemos reunido en esta mañana de domingo para celebrar nuestra fe en el Señor resucitado, gozosos de saber que con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección nos ha devuelto la oportunidad de obtener los premios del cielo.

En este conecto queremos esta mañana agradecer a Dios tres grandes cosas:

  • El don de la maternidad que le ha concedido a las madres.
  • El don del magisterio.
  • Y el don de la vocación, al celebrar la Jornada Mundial de las Vocaciones.

En este contexto la palabra de Dios nos anima para tomar conciencia de la importancia de tener como referencia su palabra, si realmente se quiere ser seguidores de Jesús.

El evangelio de hoy (Jn 10, 27-30) nos ofrece algunas expresiones pronunciadas por Jesús durante la fiesta de la dedicación del templo de Jerusalén, que se celebraba a finales de diciembre. Él se encontraba precisamente en la zona del templo, y quizás aquel espacio sagrado cercado le sugiere la imagen del rebaño y del pastor. Jesús se presenta como «el buen pastor» y dice: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (vv. 27-28). Estas palabras nos ayudan a comprender que nadie puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este «escuchar» no hay que entenderlo de una manera superficial, sino comprometedora, al punto que vuelve posible un verdadero conocimiento recíproco, del cual pueden surgir un seguimiento generoso, expresada en las palabras «y ellas me siguen» (v.27). Se trata de un escuchar no solamente con el oído, sino ¡una escucha del corazón!

Por lo tanto, la imagen del pastor y de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero sobre todo es nuestro salvador. De hecho la frase sucesiva del pasaje evangélico afirma: «Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (v. 28). ¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús, porque la «mano» de Jesús es una sola cosa con la «mano» del Padre, y el Padre es «más grande que todos» (v. 29).

Estas palabras nos comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia, reveladas de una vez y para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar a las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo. De esta manera Él nos ha dado la vida, pero la vida en abundancia De esta manera Él nos ha dado la vida, pero ¡la vida en abundancia! (cf. Jn 10, 10). Este misterio se renueva, en una humildad siempre sorprendente, en la mesa eucarística. Es allí que las ovejas se reúnen para nutrirse; es allí que se vuelven una sola cosa, entre ellas y con el Buen Pastor.

Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida ya se ha salvado de la perdición. Nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, intenta de muchas maneras arrebatarnos la vida eterna. Pero el maligno no puede nada si nosotros no le abrimos las puertas de nuestra alma, siguiendo sus halagos engañosos.

La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Que Ella nos ayude a acoger con alegría la invitación de Jesús a convertirnos en sus discípulos y a vivir siempre en la certeza de estar en las manos paternas de Dios.

+Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro

Muy estimados sacerdotes,

Queridos maestros,

Muy queridas mamás,

Estimados miembros de los diferentes Movimientos y Asociaciones presentes en este día:

 

Con alegría nos hemos reunido en esta mañana de domingo para celebrar nuestra fe en el Señor resucitado, gozosos de saber que con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección nos ha devuelto la oportunidad de obtener los premios del cielo.

 

En este conecto queremos esta mañana agradecer a Dios tres grandes cosas:

  • El don de la maternidad que le ha concedido a las madres.
  • El don del magisterio.
  • Y el don de la vocación, al celebrar la Jornada Mundial de las Vocaciones.

 

En este contexto al palabra de Dios nos anima para tomar conciencia de la importancia de tener como referencia su palabra, si realmente se quiere ser seguidores de Jesús.

 

El evangelio de hoy (Jn 10, 27-30) nos ofrece algunas expresiones pronunciadas por Jesús durante la fiesta de la dedicación del templo de Jerusalén, que se celebraba a finales de diciembre. Él se encontraba precisamente en la zona del templo, y quizás aquel espacio sagrado cercado le sugiere la imagen del rebaño y del pastor. Jesús se presenta como «el buen pastor» y dice: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (vv. 27-28). Estas palabras nos ayudan a comprender que nadie puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este «escuchar» no hay que entenderlo de una manera superficial, sino comprometedora, al punto que vuelve posible un verdadero conocimiento recíproco, del cual pueden surgir un seguimiento generoso, expresada en las palabras «y ellas me siguen» (v.27). Se trata de un escuchar no solamente con el oído, sino ¡una escucha del corazón!

 

Por lo tanto, la imagen del pastor y de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero sobre todo es nuestro salvador. De hecho la frase sucesiva del pasaje evangélico afirma: «Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano» (v. 28). ¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús, porque la «mano» de Jesús es una sola cosa con la «mano» del Padre, y el Padre es «más grande que todos» (v. 29).

 

Estas palabras nos comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia, reveladas de una vez y para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar a las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo. De esta manera Él nos ha dado la vida, pero la vida en abundancia De esta manera Él nos ha dado la vida, pero ¡la vida en abundancia! (cf. Jn 10, 10). Este misterio se renueva, en una humildad siempre sorprendente, en la mesa eucarística. Es allí que las ovejas se reúnen para nutrirse; es allí que se vuelven una sola cosa, entre ellas y con el Buen Pastor.

 

Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida ya se ha salvado de la perdición. Nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, intenta de muchas maneras arrebatarnos la vida eterna. Pero el maligno no puede nada si nosotros no le abrimos las puertas de nuestra alma, siguiendo sus halagos engañosos.

 

La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Que Ella nos ayude a acoger con alegría la invitación de Jesús a convertirnos en sus discípulos y a vivir siempre en la certeza de estar en las manos paternas de Dios.

 

+Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro