HOMILÍA EN LA PRIMERA REUNIÓN CON EL PRESBITERIO DE LA DIÓCESIS DE QUERÉTARO.

LA MISERICORDIA: EL CORAZÓN DEL PASTOR Y DE LA PASTORAL.

La oveja y la moneda perdida.

 

Homilía en la primera reunión con el Presbiterio de la Diócesis de Querétaro.

Seminario Conciliar de Querétaro.

5 de noviembre de 2020

En nombre de Jesucristo Sumo Sacerdote y Buen Pastor, y ahora en este contexto litúrgico, les vuelvo a saludar y agradecer a todos ustedes hermanos sacerdotes, el servicio que Él me ha confiado en esta Iglesia Particular.

Un obispo no se entiende sin su presbiterio, como tampoco un presbiterio sin su Obispo, por eso necesitamos crecer y fortalecernos como familia sacerdotal en esta querida diócesis. Gracias nuevamente.

  1. Las dos parábolas que hemos escuchado, aunque son muy parecidas, nos revelan rasgos diferentes del amor misericordioso de Dios y son la clave para entender la misericordia como principio fundamental de la actuación de Dios; y por lo tanto, también de los sacerdotes y de todos los cristianos.

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único, que quien crea en Él no Perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo, se salve por Él” (Jn. 3,16). Jesús no vino a poner una torre de vigilancia como en las cárceles, más bien vino para meterse hasta las celdas más miserables del ser humano para redimirlo. Vino a poner su tienda entre nosotros. Dice Isaías: “Él es el que extiende los cielos como una cortina y los despliega como una tienda para morar” (Is, 40, 22).

  1. En la primera parábola, la misericordia tiene el rostro y el corazón del Buen Pastor. La oveja perdida representa a quien ha perdido la capacidad de regresar por sí mismo, y el pastor representa a Dios que deja a las 99 ovejas en el desierto y, arriesgándolo todo, va en busca de la oveja perdida con la idea de no regresar hasta encontrarla y cargarla en sus hombros. No la regaña, al contrario le da más amor para que nunca vuelva perderse, ella recibe una muestra de amor que las otras 99 no recibieron. Finalmente el pastor se alegra y hace fiesta con otros pastores por haberla encontrado.

Así es Dios con nosotros, Él sabe que por nosotros mismos no podemos volver y entonces arriesga todo, para buscarnos y encontrarnos, y llevarnos en sus hombros. Por eso podemos decir: “El Señor es mi Pastor nada me falta. Aunque camine por cañadas obscuras ningún mal temeré, porque él va conmigo, su vara y su bastón me defienden” (Sal 23 1-4).

  1. En la segunda parábola, la misericordia de Dios tiene el rostro y el corazón de una mujer. La moneda perdida representa a quien se pierde en su propia casa, como suele ocurrirnos con frecuencia. También en la casa de Dios nos podemos perder, y de hecho hay muchos que se pierden allí. La mujer enciende la luz y busca cuidadosamente. Hace una limpieza general. Encuentra a la moneda de poco valor en la basura, la limpia y la coloca una vez más en el collar de su pecho, y como el Pastor, hace una fiesta donde gasta más de lo que valía la moneda extraviada.
  1. La tercera parábola que hoy nos hemos escuchado, es como síntesis y plenitud de las anteriores. Ahora la misericordia tiene el rostro y el corazón de padre y madre. Así es Dios con nosotros, hace limpieza general para buscarnos. Nos encuentra en la basura, nos limpia y nos asegura junto a su corazón. Por qué es padre y madre para todos sus hijos, porque es eterna su misericordia.
  1. Por eso la misericordia es el corazón del pastor y de la pastoral. Sin misericordia no puede haber buen pastor ni Pastoral a la manera de Jesús. El pastor misericordioso, es el que sale a buscar en la basura al hermano perdido, pastor misericordioso es el que tiene la capacidad de inclinarse ante el hermano que sufre, de mirar con amor al que padece, de ponerse en la piel del otro. Es el que no puede pasar indiferente ante el sufrimiento humano porque se siente, se reconoce y se descubre sencillamente hermano. “Somos cuerpo». Por eso la fuente de la compasión y la misericordia es la consciencia de que todos somos uno, y sólo desde esa consciencia de identidad compartida, podemos dejarnos afectar por lo que le ocurre a nuestros hermanos y, así, desarrollar la capacidad de amar, para vivir y compartir lo que somos: “amor, polvo amado por Dios”.

Que señor San José, la santísima virgen en su advocación de los Dolores de Soriano y Jesucristo el Buen Pastor, nos cobijen y nos acompañen.

Que así sea.

 

+ Fidencio López Plaza

X obispo de Querétaro