HOMILÍA EN LA MISA EXEQUIAL DEL REV. P. JOSÉ GUDALUPE ALCANTARA FUENTES PÁRROCO DE LA PARROQUIA DE JESÚS DE NAZARET.

Templo Parroquial de la Parroquia de la Sagrada Familia, Jardines de la Hacienda, Qro., lunes 25 de febrero de 2019.

Año Jubilar Mariano

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El día 25 de febrero de 2019, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, presidió la Santa Misa de Exequias en sufragio del Pbro. J. Guadalupe Alcántara, en la Parroquia de la Sagrada Familia, ubicada en la Col. Jardines de la Hacienda, a la que asistieron, los familiares, amigos y feligreses y miembros de la vida consagrada y sacerdotes, que conocieron al Padre Guadalupe.  Concelebraron esta Sagrada Eucaristía un gran número de Presbíteros pertenecientes al clero Diocesano, quienes se unieron para orar por eterno descanso del alma de Padre Guadalupe. Dios lo reciba en su gloria.

En el momento de la Homilía Mons. les compartió diciendo:  “Como hombres y mujeres de fe, sabemos muy bien que la muerte es una realidad que nos sorprende y sale a nuestro encuentro en el momento menos esperado, sin embargo, a algunos Dios les da la gracia de poder irse preparar paulatinamente, es el caso de nuestro hermano José Guadalupe, quien desde hace algunos meses, tras recibir la noticia de su grave enfermedad, fue muy consciente que el final estaba cerca y aunque humanamente fue un golpe y una noticia fatal, sabemos muy bien que su fe le permitió asimilar dicha enfermedad como la última oportunidad que Dios le daba para prepararse a celebrar la liturgia más solemne de su propia vida, es decir, el poderse ofrecer en cuerpo y alma al Señor.

Ya en la  Homilía completa les dijo: «Estimados hermanos sacerdotes, queridos miembros de la vida consagrada, muy apreciados amigos y familiares, hermanos y hermanas todos en el Señor:

Con la esperanza puesta en el cielo, nos hemos reunido esta mañana para ofrecer al Dios Grande y Bueno, el sacrificio de su Hijo Jesucristo en favor de nuestro querido hermano el P. José Guadalupe Alcántara Fuentes, quien después de una larga enfermedad, el día sábado ha puesto su vida, su historia y su sacerdocio en las manos de su Creador y Padre, con la certeza de saber que toda su existencia le pertenecía solo a él, especialmente cuando sintiéndose interpelado por la vocación sacerdotal, decidió seguirle de cerca, anunciando a sus hermanos el evangelio de la vida.

La palabra de Dios que acabamos de escuchar nos anima y nos consuela con la certeza de saber que este momento tan solemne no se improvisa. En el pasaje evangélico (cf. Mc 13, 24-32), el Señor quiere instruir a sus discípulos sobre los eventos futuros. No se trata principalmente de un discurso sobre el fin del mundo, sino que es una invitación a vivir bien el presente, a estar atentos y siempre preparados para cuando nos pidan cuentas de nuestra vida. Jesús dice: «Por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo» (versículos 24-25). Estas palabras nos hacen pensar en la primera página del Libro de Génesis, la historia de la creación: el sol, la luna, las estrellas, que desde el principio del tiempo brillan en su orden y dan luz, signo de vida, aquí están descritas en su decadencia, mientras caen en la oscuridad y el caos, signo del fin. En cambio, la luz que brillará en ese último día será única y nueva: será la del Señor Jesús que vendrá en gloria con todos los santos. En ese encuentro finalmente veremos su rostro a la plena luz de la Trinidad; un rostro radiante de amor, ante el cual todo ser humano también aparecerá en su verdad total.

La historia de la humanidad, como la historia personal de cada uno de nosotros, no puede entenderse como una simple sucesión de palabras y hechos que no tienen sentido. Tampoco se puede interpretar a la luz de una visión fatalista, como si todo estuviera ya preestablecido de acuerdo con un destino que resta todo espacio de libertad, impidiendo tomar decisiones que son el resultado de una elección verdadera. En el Evangelio de hoy, más bien, Jesús dice que la historia de los pueblos y de los individuos tiene una meta y una meta que debe alcanzarse: el encuentro definitivo con el Señor. No sabemos el tiempo ni las formas en que sucederá; el Señor ha reiterado que «nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo ni el Hijo» (v. 32). Todo se guarda en el secreto del misterio del Padre. Sin embargo, sabemos un principio fundamental con el que debemos enfrentarnos: «El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán»» (v. 31). El verdadero punto crucial es este. En ese día, cada uno de nosotros tendrá que entender si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado su existencia personal, o si le ha dado la espalda, prefiriendo confiar en sus propias palabras. Será más que nunca el momento en el que nos abandonemos definitivamente al amor del Padre y nos confiemos a su misericordia.

¡Nadie puede escapar de este momento, ninguno de nosotros! La astucia, que a menudo utilizamos en nuestro comportamiento para avalar la imagen que queremos ofrecer, será inútil; de la misma manera, el poder del dinero y de los medios económicos con los que pretendemos, con presunción, que compramos todo y a todos, ya no se podrá utilizar. No tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en esta vida creyendo en su Palabra: el todo y la nada de lo que hemos vivido o dejado de hacer. Solo llevaremos con nosotros lo que hemos dado.

Sin duda que esta verdad la entendió muy bien el Padre José Guadalupe, más aún, desde aquel 28 de junio de 1991, cuando el Excmo. Sr. Obispo D. Mario de Gasperín Gasperín lo ordenó sacerdote, la predicó ejerciendo el ministerio sacerdotal como:

  • Vicario Parroquial de la Parroquia de San Juan Bautista, San Juan del Río, Qro., a partir de su ordenación en 1991.
  • Prefecto de Estudios del Seminario Conciliar de Ntra. Sra. de Guadalupe, Querétaro, Qro., a partir del 9 de agosto de 1994.
  • Administrador Parroquial de la Parroquia de El Señor de la Piedad, Querétaro, Qro., a partir del 10 de septiembre de 1995.
  • Primer Párroco de la Parroquia La Natividad del Señor, San Juan del Río, Qro., a partir del 4 de agosto de 1999.
  • Coordinador Diocesano de la Pastoral de Formación de Agentes a partir del 1° de octubre de 2002.
  • Coordinador Diocesano de la Comisión del Clero, encargado del Área de Espiritualidad a partir del 26 de junio de 2003.
  • Párroco de la Parroquia de la Sagrada Familia, Querétaro, Qro., a partir del 2 de septiembre de 2004.
  • Decano del Decanato de Nuestra Señora del Pueblito a partir del 28 de enero de 2005.
  • Miembro de la Comisión del Clero como encargado del área de Formación Espiritual a partir del 2 de agosto de 2006.
  • Profesor Ordinario de la materia de Moral Social I – II en el Seminario Conciliar de Ntra. Sra. de Guadalupe, Querétaro, Qro., a partir del 22 de agosto de 2011.
  • Párroco de la Parroquia de Jesús de Nazareth, Querétaro, Qro., a partir del 4 de agosto de 2015.

Como hombres y mujeres de fe, sabemos muy bien que la muerte es una realidad que nos sorprende y sale a nuestro encuentro en el momento menos esperado, sin embargo, a algunos Dios les da la gracia de poder irse preparar paulatinamente, es el caso de nuestro hermano José Guadalupe, quien desde hace algunos meses, tras recibir la noticia de su grave enfermedad, fue muy consciente que el final estaba cerca y aunque humanamente fue un golpe y una noticia fatal, sabemos muy bien que su fe le permitió asimilar dicha enfermedad como la última oportunidad que Dios le daba para prepararse a celebrar la liturgia más solemne de su propia vida, es decir, el poderse ofrecer en cuerpo y alma al Señor. Y que mejor momento de hacerlo para alguien que en el propio nombre llevaba la identidad y misión de la Virgen María, que el Año Jubilar Mariano.    

Por eso en este día tan solmene para nosotros como comunidad cristiana, sale a nuestro encuentro la santísima Virgen María, a quien invocamos fervorosamente como Puerta del Cielo, de tal manera que así como por el pecado se cerraron las puertas del paraíso para la humanidad, así hoy, su intercesión nos favorezca para que nuestro hermano José Guadalupe, pueda entrar por las puertas de la Jerusalén celeste y pueda así, sentarse a la mesa de su Señor para celebrar jubiloso, por la eternidad, la pascua definitiva. Amén.

Al terminar Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, le dio la bendición e hizo la siguiente oración:

  1. Dale, Señor, el descanso eterno.
  2. Brille para él, la Luz perpetua.
  3. Descanse en paz.
  4. Así sea.
  5. Que el alma de nuestro hermano José Guadalupe Sacerdote, por la misericordia de Dios descanse en paz.
  6. Así sea.