Homilía en la Misa del Encuentro Nacional de Familia y Vida

Capilla de teología del Seminario Conciliar de Querétaro, Qro., martes 21 de octubre de 2014
Año de la Liturgia

 

Excelentísimos Señores Obispos,
queridos sacerdotes,
apreciados miembros de la Vida Consagrada,
miembros organizadores de la Comisión Episcopal para la Familia y Vida 
muy queridos hermanos y hermanas todos, quienes participan en este Encuentro Nacional,
hermanos y hermanas todos en el Señor:                  

 

1. Con especial alegría y devoción nos hemos reunido en esta mañana para celebrar nuestra fe y encomendar a Dios los esfuerzos y trabajos de este Encuentro Nacional de Familia y Vida; pidiendo a Dios la luz de su Espíritu para discernir en comunión, caminos que nos ayuden a responder a los desafíos de la Pastoral Familiar en nuestro país. Pues ante los cambios generacionales y epocales, necesitamos desde nuestra fe y desde nuestra experiencia eclesial, volver a explicar que la familia como “institución divina”, desempeña un papel imprescindible e insustituible en la vida de las personas, las culturas y las sociedades. Sin embargo, es importante ser conscientes que en esta noble tarea, no se trata de innovar por innovar, o buscar decir nuevas cosas, sino más bien, de asimilar el mensaje del evangelio y de buscar caminos para compartir con los demás los frutos de este encuentro personal y comunitario, especialmente en los ambientes hostiles y poco fáciles para la evangelización.

2. Es en este contexto eclesial que la palabra de Dios que acabamos de escuchar, especialmente en la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios (2, 12-22), nos exhorta a recordar que en “Cristo, nuestra paz”, la vida de la comunidad de Israel —y ahora la nuestra— adquiere un nuevo significado y una nueva realidad, pues a partir del acontecimiento pascual y en virtud de su sangre derramada en la cruz, Jesucristo ha reconciliado a la humanidad entera, haciendo de ella una única familia, conformada por tanto por el pueblo elegido como por quienes no pertenecíamos a este pueblo. “Él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para quienes estaban lejos, paz también para quienes estaban cerca” (v. 17), pues en efecto, no tenerle a él, significa estar “lejos” de Dios. Tenerle a él significa estar “cerca” de Dios.

3. Queridos hermanos y hermanas, esta alegre noticia, es una noticia que ha trasformado el mundo y el corazón de muchas personas en el curso de la historia, sin embargo, quizá ha habido épocas y generaciones donde en el corazón de muchos, ha pasado desapercibida o no se ha entendido, simulando un bella utopía; orillando a muchos  hombres y mujeres,  a la crisis humanitaria por la que estamos atravesando; minado la vida y las relaciones de las jóvenes generaciones, menoscabando la integridad social y cultural. En este sentido de manera incongruente, las instituciones que han sostenido la vida de los pueblos y que han jugado un papel fundamental como es la familia, se han puesto en el tamiz de la duda y la desconfianza. Señala el Papa Francisco: “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja” (cf. Evangelii Gaudium, 66).

4. Sin embargo, como hombres y mujeres de fe, no podemos dejarnos llevar por estos signos de muerte y desconfianza que nos aquejan y, sólo mirar la realidad de manera pesimista y desesperanzadora, necesitamos con una actitud cristiana buscar iluminarla con la luz del evangelio, orientarla con la claridad de la verdad y reanimarla con la belleza de nuestra fe. “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1). Las palabras del Apóstol en este día nos confortan al recordarnos que: “hemos sido edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo” (cf. v. 20). La Iglesia es apostólica, porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido: fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los Apóstoles”, testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo; guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf. Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14); sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, «al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia» (AG, 5).

5. Queridos agentes de la Pastoral Familiar y Vida, a través del ministerio apostólico, Cristo mismo llega así a quienes son llamados a la fe. La distancia de los siglos se supera y el Resucitado se presenta vivo y operante para nosotros, en el hoy de la Iglesia y del mundo. Esta es nuestra gran alegría. En el río vivo de la Tradición, Cristo no está distante dos mil años, sino que está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad, nos da la luz que nos permite vivir y encontrar el camino hacia el futuro. Por ello, como agentes de pastoral, en comunión con la Iglesia, necesitamos anunciar al Resucitado. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Pues “En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor” (v. 21). Este tiene que ser el camino para que la familia, redescubra la llamada que Dios les hace para colaborar en la historia. Anunciando a Cristo, mostrando que creer en Él y seguirlo a él, no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas (cf. EG, 167). Necesitamos revisar aquello que hacemos y descubrir si realmente estamos contribuyendo para que la familia pequeña iglesia domésticallegue a ser una morada de Dios en el Espíritu” (v. 22). Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.

6. El Papa Francisco nos ha insistido diciendo que “la pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía” (EG, 33). Que no nos de miedo, virar la mirada al corazón de la Sagrada Familia de Nazaret para contemplar en ella, aquellas actitudes y valores que hicieron de ella el espacio humano donde Jesús supo y a prendió a ser un “hijo ejemplar” que no escatimó cumplir la voluntad de Dios, inclusive al precio de la propia vida.

7. Pidamos al Señor que derrame su gracia, durante estos días de encuentro, para que la reflexión intelectual y pastoral sea iluminadora, capaz de abrir los horizontes necesarios para poner en práctica la nueva evangelización de la familia.

8. Reitero mi saludo de bienvenida hacia cada uno de ustedes, con la confianza en que se sientan como en su casa y que la experiencia de convivencia y fraternidad que se ha de propiciar en estos días, fortalezca los lazos de amistad entre cada uno de ustedes.

9. Finalmente, deseo terminar esta homilía, poniendo a cada uno de ustedes y a sus familias, bajo el cuidado de la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, José y María. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro