Homilía en la Misa de la XXXIII Peregrinación Ciclista de la Diócesis al Tepeyac

Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, México, D.F., 26 de julio de 2015

Año de la Vida Consagrada  – Año de la Pastoral de la Comunicación Social

 

Queridos hermanos peregrinos ciclistas de la Diócesis de Querétaro,

hermanos peregrinos del grupo de ciclistas de la capilla de Santa Ana, Santa Ana Ahuehuepan, quienes celebran su 50 aniversario de peregrinar hasta este lugar,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría nos hemos reunido en esta mañana para celebrar nuestra fe, en este día domingo, día del Señor, día en el cual la comunidad de creyentes renueva su fe y su compromiso con el Señor; lo hacemos jubilosos después de haber peregrinando durante estos días hasta este santuario, donde la Señora del cielo, Santa María de Guadalupe, nos acoge como Madre y como Señora nuestra. Cada uno de ustedes, sabe lo que trae en el corazón, sus intenciones y necesidades. María a cada uno les acoge y recibe con amor de madre. Siendo ejemplo de quien se adhiere total y responsablemente a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38); quien acoge la palabra y la pone en práctica; quien su acción está animada por la caridad y por el espíritu de servicio: quien, no primerea en el discipulado de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente (cf. Marialis cultus, 35).

2. La liturgia de la palabra de este domingo, nos introduce en una serie de cinco domingos mediante los cuales nos detendremos para reflexionar principalmente en el capítulo 6 del evangelio según san Juan. El texto mejor conocido como el “discurso del pan de vida”, donde Jesús se revela como el verdadero pan del cielo, para la vida de los hombres. Llevando a cabo de esta manera el cumplimiento de la promesa mesiánica donde Jesús se presenta como el Moisés definitivo que con su propia vida alimentará al pueblo por el desierto. Moisés había regalado el pan del cielo, Dios mimo había alimentado con pan del cielo al pueblo errante de Israel. Para un pueblo en el que muchos sufrían de hambre y la fatiga de buscar el pan cada día, esta será la promesa de las promesas, que en cierto modo lo resumía todo: la eliminación de toda necesidad, el don que habría saciado el hambre de todos y para siempre.

3. El evangelio comienza diciendo que Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea, pues lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos y prodigios que él hacía. Además estaba cerca la fiesta de la Pascua. En este contexto, Jesús aprovecha para dar una gran enseñanza a sus discípulos sobre la urgencia y el compromiso que tienen de alimentarles y saciar su hambre. Consciente de misión y sabiendo lo que quería hacer, pregunta a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman estos?” (v.5a). La ingenuidad de Felipe le lleva a responder: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan” (v.7), es decir, Felipe no ha entendido lo que Jesús necesita, lo que Jesús quiere hacer. Queridos hermanos y hermanas, esto nos enseña que no por el hecho de ser discípulos de Jesús, entendemos y comprendemos qué cosa es lo que él quiere hacer. Necesitamos sintonizar con su pensamiento, con su misión y con su visión de pastor. Necesitamos profundizar en su palabra y en su misterio.

4. Otro de sus discípulos, Andrés, al conocer la realidad de la gente, sabe que entre la muchedumbre hay un muchacho que tiene cinco panes y dos pescados. Pero también dudoso de su fe se pregunta: “Pero, ¿qué es eso para tata gente? Jesús le respondió “Dígale a la gente que se siente” (v.10). Y tomando los cinco panes y los dos pescados y, después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Jesús realiza un milagro, pero no lo produce a partir de la nada, sino de la modesta aportación de un muchacho sencillo que comparte lo que tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse siempre de nuevo el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don.

5. Esta es la gran enseñanza del día de hoy, Jesús necesita nuestros cinco panes y nuestros dos pescados, es decir, necesita que nuestras cualidades, las pongamos al servicio de los demás. Quizá alguno de ustedes esté pensando ¿qué cosa es lo que puede ofrecer si no tiene mucho o no tiene nada? la respuesta es sencilla: entrégate tú, entrega tu persona, entrega tu vida y verás que el Señor te tomará en sus manos y con su bendición, muchos a través de ti se saciarán con el alimento que da la vida. En la Santa Misa sucede que cada uno “llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo, conscientes de que todo es precioso a los ojos de Dios. Este gesto, para ser vivido en su auténtico significado, no necesita enfatizarse con añadiduras superfluas. Permite valorar la colaboración originaria que Dios pide al hombre para realizar en él la obra divina y dar así pleno sentido al trabajo humano, que mediante la celebración eucarística se une al sacrificio redentor de Cristo” (cf. Sacramentum Cariatis, 47). Que cada uno llevemos nuestro sufrimiento, llevemos nuestra ofrenda; el Señor la tomará en sus manos y tras la acción de gracias del sacerdote, ésta se transformará en alimento para los demás, especialmente para los que más sufren o tiene hambre tanto material como espiritual. En este sentido nos animan las palabras del concilio Vaticano II que dicen: “Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo. Todos juntos y cada uno de por sí deben alimentar al mundo con frutos espirituales (cf. Ga 5, 22) y difundir en él el espíritu de que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos, a quienes el Señor en el Evangelio proclamó bienaventurados (cf. Mt 5, 3-9). En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo” (cf. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 38).

6. El evangelio nos narra que la gente, al ver el signo que Jesús había hecho, la multitud queda asombrada por el prodigio: ve en Jesús al nuevo Moisés, digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero se queda en el elemento material, en lo que había comido, y el Señor, “sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo” (Jn 6, 15). Jesús no es un rey terrenal que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca al hombre para saciar no sólo el hambre material, sino sobre todo el hambre más profunda, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios. Queridos hermanos, puede suceder con nosotros lo mismo, que nos fascine y nos sorprenda sólo el obrar material de Dios en nuestra vida, sin embargo, estamos invitados para que nos dejemos sorprender por la persona misma de Jesús.

7. Que esta peregrinación, hasta los pies de Nuestra Señora del cielo, sea un impulso para que como ella, siempre estemos al servicio de los demás y por nuestro medio, el Señor pueda saciar su hambre. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro