Homilía en la Eucaristía por el 50 Aniversario de Ordenación del Pbro. Gustavo Sanmartín

Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano,
Soriano,  Colón, Qro,  a 22 de septiembre de 2012.


Venerados hermanos en el episcopado,
apreciados sacerdotes y diáconos,
queridos miembros de la vida consagrada,
queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
 

1. ¡Cuantas maravillas has hecho, Señor, Dios mio! ¡Cuántos proyectos para nosotros! (cf. Sal 39) son las palabras con las que hemos respondido a la Palabra de Dios en esta solemne acción de gracias, que queremos ofrecer a Dios por el don del Sacerdocio, que de manera confiada, ha depositado en la vida y persona del P. Gustavo Sanmartín Villegas, a quien saludo con grande afecto y aprecio, pues sin duda que el sacerdocio es el don mediante el cual, Dios quiere perpetuar su designio de amor y de misericordia para con los hombres, a fin de que la fe en Jesucristo sea cada vez más un estilo  de vida y un proyecto salvífico para cada hombre. Dios dirige los proyectos de la vida humana según un plan establecido, sabio y maravilloso que sobrepasa cada entendimiento humano. El salmista ha hecho una alegre experiencia: en un momento crucial de su vida, ha esperado en el Señor y el Señor se ha inclinado a escuchar su voz, dando seguridad y estabilidad a su existencia como está la construcción sobre la roca firme. Por eso, él puede cantar al Señor un canto nuevo de alabanza y agradecimiento y, así muchos, viendo lo que Dios ha hecho por él, han adquirido mayor fe  y esperanza en el Señor.

2. Hoy nos hemos reunido en esta basílica a los pies de Nuestra Santísima Madre de los Dolores de Soriano, pues queremos junto con ella entonar un canto nuevo de alabanza al Dios grande y bueno. Cincuenta años de vida sacerdotal, queridos hermanos sacerdotes y laicos, son la oportunidad para reconocer, lo extraordinario de la confianza de Dios para la humanidad, quien quiso confiar a los hombres la obra de su Hijo Jesucristo, el cual según la enseñanza de la carta a los Hebreos, cumplió el sacrifico total e interior de la propia voluntad al Padre, en la sumisión y obediencia que manifestó en la encarnación y en la inmolación en la cruz. Jesucristo, ha sido constituido Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de un Templo más grande y más perfecto, no construido por manos de hombre, es decir, no perteneciente a esta creación, no con sangre de toros y animales, sino con su propia sangre, entró de una vez y para siempre en el santuario, procurándonos una salvación eterna. El sacerdocio de Jesús consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de toda la humanidad. Una vida marcada por la obediencia y la solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un “ahora eterno” que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

3. Padre Gustavo este maravilloso designo de salvación, manifestado en Cristo y hecho una realidad en ti, ha sido anunciado y participado a los creyentes, en la Iglesia. Dios ha confiado en ti durante todos estos años y por medio de ti se ha dirigido a la humanidad que esperaba la salvación, constituyendo la Iglesia, mediante la cual perpetúa la obra de la redención humana. Pues los años de servicio al frente de las diferentes comunidades como la Parroquia de Cristo Rey, de la Sagrada Familia y actualmente la parroquia de Santiago, son el ejemplo de que la acción de Dios es una realidad cercana a nosotros, permitiéndonos de esta manera, asumir las palabras del salmo 39 ¡Cuántas maravillas has hecho Señor, Dios mío¡ ¡Cuántos proyectos para nosotros! (Sal 39) y, ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1-2); es este el culto espiritual que quiere el Señor (Jn 4, 24). Además, esta celebración nos permite ser conscientes que el sacerdocio es indispensable en la difusión la fe como una realidad que se nos infunde gratuitamente, pero que debemos constantemente alimentar y renovar; pues se puede debilitar y hasta apagar. Por la fe creemos que la transformación que se ha operado en todo sacerdote nos capacita para actuar salvíficamente a favor de los demás; pero también debemos creer que por la consagración somos nosotros los primeros destinatarios de la gracia que se nos ha conferido por el Sacramento del Orden; que el Señor ha actuado en nosotros para perfeccionarnos humana y espiritualmente, de manera que seamos puente entre Dios y los hombres y no obstáculo para el encuentro de Jesucristo redentor con el hombre.

4. Un detalle curioso del evangelio que hemos escuchado y que considero importante resaltar en esta celebración jubilar es precisamente la característica de la temporalidad de la acción de Jesús: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes, antes de padecer» (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas?

5. En la carta que el Papa Juan Pablo II dirigió a los sacerdotes desde el Cenáculo, el año 2000, nos advertía del riesgo que corremos al hacernos insensibles a la obra de Dios, hasta llegar a permitir que la fragilidad humana ofusque el rostro de Cristo. Decía textualmente: “Al elegir a hombres como a los Doce, Cristo no se hacía ilusiones: en la debilidad humana fue donde puso el sello sacramental de su presencia”. La razón nos la da san Pablo: ‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor. 4, 7). Ser una vasija de barro que alberga un gran tesoro, subraya la humildad que el ser humano debe tener al reconocer su inmensa pobreza e indigencia,  su mendicidad ante Dios  de quien le viene todo, especialmente el amor con el que puede amarse a sí mismo,  amar a su prójimo y amar a Dios. La fuerza del tesoro del amor de Dios, no viene del hombre mismo, la fuerza del amor ha sido dada a los hombres de parte de Dios por el espíritu Santo que se nos ha dado. Por eso, las vasijas de barro, que somos cada uno de nosotros, debemos confiar en el tesoro que llevamos en nuestro interior. El sacerdocio de manera muy particular es un don de dios que se hace visible mediante nuestra vida y nuestra palabra, queridos hermanos sacerdotes, aquí radica la importancia de una vida que corresponda ala llamada y a la dignidad de este tesoro.

6. Es esta la razón y el fundamento de las palabras que día a día pronunciamos en la celebración de la Misa y que hoy hemos escuchado en el evangelio: “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes” … “Esta es mi sangre que se derrama por ustedes” (Cfr. Lc 22, 19-20). Estas palabras nos introducen en la intimidad del misterio de Cristo, y nos acercan al misterio de la divinidad, en el que el Hijo consustancial al Padre, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación.

7. Hermanos sacerdotes, celebrando la Eucaristía, penetramos en el corazón de este misterio. La sangre de Jesús es su amor, en el que la vida divina y la humana se han hecho una cosa sola. Pidamos al Señor que comprendamos cada vez más la grandeza de este misterio. Que Él despliegue su fuerza trasformadora en nuestro interior, de modo que lleguemos a ser realmente consanguíneos de Jesús, llenos de su paz y, así, también en comunión unos con otros.

8. Pregunta Juan Pablo II: “¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz? En este Sacrificio está presente del modo más profundo el Misterio trinitario, y como «recapitulado” todo el universo creado (Ef 1,10). La Eucaristía ofrece «sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo. En la Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios. Por eso Padre Gustavo te invito a repetir continuamente en tu vida las mismas palabras que Jesús dirigió a su Padre:  “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Cfr. Mt 11, 25-30). Déjate envolver de la santidad de Dios, maravillándote continuamente de las grandezas de la redención del cual has sido constituido ministro. Si estamos unidos interiormente a las palabras de la oración, si nos dejamos guiar y transformar por ellas, también los fieles tienen al alcance esas palabras. Y, entonces, todos nos hacemos realmente «un cuerpo solo y una sola alma» con Cristo.

9. Queridos hermanos sacerdotes, ¿Cómo no alegrarnos de estar invitados cada día a la misma misión de Jesús? ¿Cómo no estar alegres por haber recibido de Él este mandato: “Haced esto en memoria mía”? Alegres porque Él nos ha permitido preparar la mesa de Dios para los hombres, de ofrecerles su Cuerpo y su Sangre, de ofrecerles el don precioso de su misma presencia. Somos siervos y nuestra obra sólo puede ser eficaz en la medida en que reenvía a Cristo nosotros somos percibidos como dóciles instrumentos en sus manos para colaborar con él en la salvación. El servicio debe entrar también en el corazón de la vida misma de la comunidad cristiana. Todo ministerio, todo cargo en la Iglesia, es ante todo un servicio a Dios y a los hermanos. Éste es el espíritu que debe reinar entre todos los bautizados, en particular con un compromiso efectivo para con los pobres, los marginados y los que sufren, para salvaguardar la dignidad inalienable de cada persona.

10. Me ha parecido una decisión extraordinaria que la celebración de tus cincuenta años de vida sacerdotal P. Gustavo, tenga como sede este lugar, donde María se presenta como el modelo para agradecer a Dios las bendiciones recibidas de su providencia y desde nos enseña la manera de asumir la propia vocación. En el «sí» de María resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días» (Mc 8, 31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección. La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.

11. Muchas felicidades Padre por estos cincuenta años de entrega sacerdotal, encomendémonos a la maternal intercesión de nuestra Madre Dolorosa, para que nos obtenga del Señor reforzar nuestra fe en la vida eterna; para que nos ayude a vivir bien el tiempo que Dios nos ofrece con esperanza. Una esperanza cristiana, que no es sólo nostalgia del cielo, sino también deseo vivo y operante de Dios aquí en el mundo, deseo de Dios que nos hace peregrinos incansables, alimentando en nosotros la valentía y la fuerza de la fe, que al mismo tiempo es valentía y fuerza del amor. Amén.


† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro