HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA FIESTA DE SAN JOSÉ MARÍA SCRIVÁ DE BALAGUER.

Templo parroquial de la Parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús, El Campanario, Qro., 25 de junio de 2019.

          Año Jubilar Mariano             

Estimados hermanos sacerdotes

Queridos miembros del Opus Dei,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con alegría y con devoción, nos hemos reunido en esta noche para celebrar nuestra fe, y así como familia recordar la Memoria de San José María Escrivá de Balaguer, quien —como hemos pedido en la Oración Colecta—, “suscitó el Señor en su Iglesia para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado”, especialmente en un tiempo en el cual la santidad había quedado relegada a un cierto sector de la Iglesia o más aún como una tarea y un desafío difícil de alcanzar. Al celebrar esta fiesta conviene que con humildad y en este ambiente de oración volvamos a preguntarnos: ¿En qué consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?

  1. Todos sabemos que el concilio Vaticano II en su deseo de entender y reflexionar sobre el ser y la naturaleza y de la Iglesia, supo entender que este llamado a la santidad es el deseo más hondo y profundo en el corazón de Dios por eso enseña que Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, estamos llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre (Lumen Gentium, 11). «Porque ésta es la voluntad de Dios, su santificación» (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4). Así nos lo ha recordado recientemente el Papa Francisco: «Dios, nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada» (cf. Gaudete et Exultate, 1). «La santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (Gaudete et Exultate, 9). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. ¡No tengamos miedo a la santidad, que para eso nos ha creado Dios!

  1. En un mundo como el que nos está tocando vivir, necesitamos ser conscientes que no es fácil, exige vivir el evangelio. «Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (Gaudete et Exultate, 63). «Las bienaventuranzas de ninguna manera son algo liviano o superficial; al contrario, ya que solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo» (Gaudete et Exultate, 65).

  1. A este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco de examen de conciencia, ahora podemos hacerlo, que cada uno responda a sí mismo, en silencio: ¿cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad? ¿Tengo ganas de ser un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Este es el camino de la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a algo pesado, triste… ¡Todo lo contrario! Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a entregar con gozo cada momento de nuestra vida, convirtiéndolo al mismo tiempo en un don de amor para las personas que están a nuestro alrededor. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado hermoso, un significado comenzando por las pequeñas cosas de cada día.

Y seguramente ustedes lo han experimentado porque andan en estos caminos. Hoy hemos escuchado en el Evangelio de San Lucas, el llamado de Jesús a la santidad, de aquellos hombres pescadores sencillos que dentro de sus limitaciones que pudieran tener, Jesús se dirige a ellos, y les dice “Vengan y siganme” porque aquellos hombres tenían un plan, Jesús se los cambia completamente; aquellos hombres tenían sus argumentos para no seguir pescando en aquel momento, sin embargo la Palabra de Jesús es más poderosa que nuestros pensamientos, cualesquiera de sean, incluso, aunque desde la razón nosotros creamos que la tengamos “hemos pescado toda la noche” sin embargo Jesús les repite con claridad y les dice a donde tirar la red “tírenla a la derecha” siempre los frutos de la Palabra de Dios son abundantes como aquella pesca, y es interesante que los frutos de la Palabra de Dios son tan abundantes, en aquel momento y en cualquier momento de nuestra vida, que son capaces de ser compartidos con la otra parte. Hermanos las bendiciones que Dios nos da no son para que nos las quedemos, son para que las compartamos. Los dones y virtudes que le dio a San José María, el Señor, los compartió y aquí están los frutos.

El efecto multiplicado de compartir es una realidad cuando Jesús esta, cuando le hacemos caso a Jesús. La vocación a la santidad y al apostolado es algo muy sencillo de seguir, sin embargo, no se puede recorrer este camino de buscar la perfección cada día, dice el apóstol, “significa ser enviado”, si no hemos vivido profundamente el encuentro con Cristo que nos ayude a vivir la experiencia de su grande amor.

  1. Hoy En la misma Oración Colecta decíamos que, “siguiendo el ejemplo de san José María, en el ejercicio del trabajo ordinario, nos configuremos a Jesucristo y sirvamos a la obra de la redención”. Esto es clave y muy importante. Para ser santos, no necesitamos hacer cosas extraordinarias, necesitamos hacer lo ordinario extraordinario, pero no conformarnos, sino que tenemos que romper esos límites que nosotros creemos que son los adecuados e ir más allá y buscar siempre rompiendo nuestros paradigmas mentales de comunidad e ir a donde muchos, muchísimos más no han oído hablar de Dios como tú has oído hablar.   El Papa Francisco lo explica muy bien cuando dice: “Estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Tú eres consagrado, eres consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu entrega y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo y ofreciendo el tiempo al servicio de los hermanos. «Pero, padre, yo trabajo en una fábrica; yo trabajo como contable, siempre con los números, y allí no se puede ser santo…». —«Sí, se puede. Allí donde trabajas, tú puedes ser santo. Dios te da la gracia para llegar a ser santo. Dios se comunica contigo». Siempre, en todo lugar se puede llegar a ser santo, es decir, podemos abrirnos a esta gracia que actúa dentro de nosotros y nos conduce a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos o a los nietos a conocer y a seguir a Jesús. Es necesaria mucha paciencia para esto, para ser un buen padre, un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela; se necesita mucha paciencia y en esa paciencia está la santidad: ejercitando la paciencia. ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo siendo signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Es esto: cada estado de vida conduce a la santidad, ¡siempre! En tu casa, por la calle, en el trabajo, en la Iglesia, en ese momento y en tu estado de vida se abrió el camino hacia la santidad. No os desalentéis al ir por este camino. Es precisamente Dios quien nos da la gracia. Sólo esto pide el Señor: que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos. (catequesis, 19 de noviembre de 2014).

  1. El objetivo es que desde donde vivas y te desenvuelvas, desde tu realidad, sirvas a la obra de la Redención. Esto hay que creerlo. Y hay que creerlo como si fuese la primera vez que lo escuchamos y hay que decírselo a los demás, esta es la tarea. Los Obispos de México al presentar el Proyecto Global de Pastoral, hemos dicho que la obra de la Redención, hemos de hacerla nuestra: primero como sujetos pasivos que asimilen los frutos que ésta nos ofrece y segundo como sujetos activos que extiendan su acción a muchos. “Ya no cabe una Iglesia autorreferencial, centrada en sí misma y preocupada sobretodo de su auto conservación” (cfr. EG, n. 49; PGP, n. 139).

  1. Si la Iglesia quiere hoy responder a la llamada de la santidad, necesita en cada uno de sus miembros, sea una Iglesia que desde su identidad misionera, sea una Iglesia de puertas abiertas y en salida misionera. Si los miembros del Opus Dei quieren ser santos, necesitan ser misioneros, por el contrario se pone en duda el deseo y la meta.

  1. Que el ejemplo de San José María, les inspire caminos para atreverse a salir y ser cada una Obra de Dios cada vez más misionera. Que nuestra Señora de los Dolores de Soriano, de quien celebramos su Año Jubilar, también sea para ustedes un modelo de quien sabe ponerse al servicio de los que sufren en el cuerpo y en el Espíritu. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro