HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL XII ANIVERSARIO DE MI CONSAGRACIÓN EPISCOPAL

 

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro., Qro., a 23 de febrero de 2017.

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Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con gran alegría nos reunimos esta tarde para celebrar nuestra fe, agradeciendo a Dios todas las bondades que su misericordia nos ha permitido experimentar, especialmente mediante el gran don del ministerio episcopal, el cual recibí hace 12 años en un día como hoy, en el cual celebramos el martirio de San Policarpo.
  1. Gracias a la historia sagrada sabemos San Policarpo formó parte de los discípulos de san Juan. Fue el último testigo de la época de los apóstoles. Hacia el año 110 es nombrado Obispo de Esmirna, donde con entrega y generosidad aprovechó para trasmitir sus enseñanzas sobre los evangelios; San Policarpo remitió a la Iglesia de Filipos las cartas de San Ignacio, con quien convivió de cerca y, adjuntó la presente carta suya, de las cuales decía: “Pueden sacar gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en nuestro Señor». En el año 154 viajó a Roma para discutir con el Papa Aniceto sobre la fijación de la fecha de la Pascua cristiana; y en la persecución del emperador Decio, fue arrestado y llevado ante el gobernador, y al serle ofrecida la libertad si maldecía a Cristo, contestó: “Ochenta y seis años he servido a Cristo, y Él nada me ha hecho sino el bien, ¿Cómo pues, podría yo maldecirle a Él, mi Señor y Salvador?”. Fue condenado para ser quemado vivo, y como las llamas lo lamían sin querer quemarlo, fue preciso apuñalarlo en la hoguera para terminar de darle muerte, el 23 de febrero del año 155.
  1. San Policarpo dirigió al Señor una hermosa oración en el momento de su martirio que considero es toda una enseñanza: “Oh, Padre del bendito Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, por medio de quién hemos recibido la sabiduría salvadora de tú santo nombre; Dios de los ángeles y todas las criaturas, pero sobre todo, el Dios de todos los justos quienes viven en tú voluntad: te agradezco que me contaste digno de tener lugar entre los santos mártires; y digno de compartir de la copa de sufrimiento que bebió Jesucristo; para sufrir junto con El y compartir sus dolores. Te ruego, ¡oh, Señor! que me recibas este día, como una ofrenda, de entre el número de tus santos mártires. Cómo Tú, ¡oh Dios verdadero, para quien el mentir es imposible!, me preparaste para este día, y me avisaste de antemano; ya lo has cumplido. Por esto te agradezco, y te alabo sobre todo hombre, y glorifico tú santo nombre por medio de Jesucristo tú Hijo amado, el Sumo sacerdote eterno, a quién, junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para siempre. Amen. (cf. Liturgia de las Horas, T. III, Oficio de lectura, De la Carta de la Iglesia de Esmirna Sobre el martirio de san Policarpo, p. 1407).
  1. Sin duda que la vida y el ejemplo de este gran obispo, representa no sólo para mí, sino para toda la Iglesia, un modelo digno de imitar, pues con su propia vida supo hacer suyo y traducir en su propia pasión el evangelio de Cristo, incluso al grado de disponerse para ser ofrecido como una ofrenda, como hostia viva.
  1. Desde luego, no todos están llamados al martirio cruento. Pero hay un «martirio» incruento, que no es menos significativo, es el testimonio silencioso y heroico de tantos cristianos que viven el Evangelio sin componendas, cumpliendo su deber y dedicándose generosamente al servicio del evangelio. Este martirio de la vida ordinaria es un testimonio muy importante en las sociedades secularizadas de nuestro tiempo. Es la batalla pacífica del amor que todo cristiano, como san Pablo, debe librar incansablemente; la carrera para difundir el Evangelio que nos compromete hasta la muerte.
  1. La palabra de Dios que hemos escuchado en este día, nos ofrece algunas pautas que nos pueden ayudar para seguir este gran ejemplo. San Marcos en el evangelio (9, 41-50) nos  enseña que para Jesús lo primero, dentro del grupo de sus seguidores, es olvidarse de los propios intereses y ponerse a servir, colaborando juntos en su proyecto de hacer un mundo más humano. No es fácil. A veces, en vez de ayudar a otros creyentes, les podemos hacer daño. Es lo que preocupa a Jesús. Que entre los suyos haya quien escandalice a uno de esos pequeños que creen. Que entre los cristianos haya personas, que con su manera de actuar, hagan daño a creyentes más débiles y los desvíen del mensaje y el proyecto de Jesús. San Policarpo hubiera podido renunciar a su fe y salvar su vida. Sin embargo, no fue así, prefirió ser quemado, antes de escandalizar a los suyos.  Jesús nos pide un amor heroico, como el de san Policarpo, como el de tantos mártires, conocidos y anónimos. ¿Cómo es posible? De ningún modo por nuestras propias fuerzas. Es Jesús  quien nos dice lo que hará con nosotros: seremos salados a fuego. Seremos introducidos en el fuego de un amor que nos supera, que ensancha, hasta límites insospechados, nuestra pobre capacidad de amar. Salados a fuego para transformar en vida lo que de por sí es frágil y corruptible. Cuentan que cuando el fuego alcanzó el cuerpo de Policarpo, éste parecía un pan que está cociéndose, o como el oro y la plata que resplandecen en la fundición. Que hoy seamos para todos, especialmente para los más pequeños, pan blanco, tierno y bien cocido, dispuesto para ser comido.
  1. Jesús nos invita a tener sal en nosotros mismos. “Tengan sal en ustedes” (v. 50). Esto implica que debemos estar atentos para vivir de una manera recta, incorruptible. De manera que con nuestra vida, demos sabor a la vida de los demás. La sal, es signo de sabiduría y la sabiduría viene de Dios. Tenemos que dar sabor y sazón al alimento; debemos servir como conservantes para que el mundo no se pudra en su pecado y en sus vicios.
  1. Queridos hermanos y hermanas, gracias por venir a esta celebración de acción de gracias, que me anima y me impulsa para seguir entregando mi vida al servicio del evangelio entre ustedes. Gracias a todos ustedes, porque su ejemplo de vida y su entrega, me impulsan para no escatimar en la entrega de la propia vida. Gracias a ustedes los sacerdotes, gracias a ustedes los consagrados y consagradas, gracias a todos los laicos. gracias por su espíritu misionero que he encontrado en las comunidades. Hoy, me doy cuenta que mi vida y mi ministerio episcopal debo estar dispuesto incluso para el martirio; debo seguir siendo esa “sal” que la Iglesia, la sociedad, cada uno ustedes necesita para tener sentido. Les pido que como hasta ahora lo han hecho, me sigan fortaleciendo con su oración, para que no escatime en entregarme sin reserva. Ayúdenme con su oración para que como San Policarpo, pueda decir todos los días de mi vida: “Vengan a mí los leones y todos los tormentos que vuestro furor invente; me alegrarán las heridas, y los suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos por la intensidad del dolor. Cuanto mayor sea éste, tanto mayor será el premio que por él reciba. Estoy dispuesto a todo; por las humillaciones se consigue la gloria”.
  1. Que en nuestro testimonio diario nos ayude y nos proteja la Virgen María, Reina de los mártires y Estrella de la evangelización. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro