HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE MI XIV ANIVERSARIO DE CONSAGRACIÓN EPISCOPAL

Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 23 de febrero de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Estimados sacerdotes,

Queridos miembros de la vida consagrada,

Queridos laicos,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Con alegría y con profundo espíritu de gratitud, he querido celebrar esta noche la santa Misa, para agradecerle a Dios la predilección que ha tenido para conmigo, al elegirme desde hace ya 14 años para formar parte del Colegio de los Apóstoles y colaborar con él estrechamente, pastoreando esta pequeña porción de su rebaño. Después de todo este tiempo lo único que puedo decir es: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad» (Sal 113B, 1). “No a nosotros, Señor, no a nosotros” porque si hemos hecho algo en bien de los demás, es porque indudablemente la fuerza del Espíritu nos ha sostenido.

 

  1. He querido tomar para esta santa Misa la memoria litúrgica de La Virgen María, Reina de los Apóstoles, para reconocer en este Año Jubilar Mariano, el amparo y la protección que la Santísima Virgen María tiene sobre el Colegio Apostólico y para seguir encomendando a Ella el ministerio episcopal que el Señor nos ha confiado.

 

  1. ¿Qué significa que reconozcamos a María como Reina de los Apóstoles? En el prefacio de la Misa cantaremos: «Ella es Reina de los Apóstoles, porque conducida por el Espíritu Santo, llevó presurosa a Cristo al Precursor, para que fuera causa de santificación y alegría para él; del mismo modo, Pedro y los demás apóstoles, movidos por el mismo Espíritu, anunciaron animosos, a todos los pueblos, el Evangelio que había de ser para ellos causa de salvación y de vida. Ahora también la Santísima Virgen precede con su ejemplo a los heraldos del Evangelio, los estimula con su amor y los sostiene con sus intercesión incesante, para que anuncien a Cristo Salvador por todo el mundo» (Prefacio, p. 101).

 

  1. Para el ministerio episcopal esto es muy importante pues, nos ayuda a entender que como afirma el Papa Francisco: «Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización. En la cruz, cuando Cristo sufría en su carne el dramático encuentro entre el pecado del mundo y la misericordia divina, pudo ver a sus pies la consoladora presencia de la Madre y del amigo. En ese crucial instante, antes de dar por consumada la obra que el Padre le había encargado, Jesús le dijo a María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego le dijo al amigo amado: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). Estas palabras de Jesús al borde de la muerte no expresan primeramente una preocupación piadosa hacia su madre, sino que son más bien una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino. Ella, que lo engendró con tanta fe, también acompaña «al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17)”.

 

  1. Como enseña el Directorio para el Ministerio de los Obispos Apostolorum Successores 35: «El icono de la Iglesia naciente que ve a María unida a los Apóstoles y a los discípulos de Jesús, en oración unánime y perseverante, a la espera del Espíritu Santo, expresa el vínculo indisoluble que une a la Virgen con los sucesores de los Apóstoles. Ella en cuanto Madre, tanto de los fieles como de los Pastores, modelo y tipo de la Iglesia, sostiene al Obispo en su empeño interior de configuración con Cristo y en su servicio eclesial. En la escuela de María el Obispo aprende la contemplación del rostro de Cristo, encuentra consolación en la realización de su misión eclesial y fuerza para anunciar el Evangelio de la salvación.

 

La intercesión materna de María acompaña la oración confiada del Obispo para penetrar más profundamente en la verdad de la fe y custodiarla íntegra y pura como lo estuvo en el corazón de la Virgen, para reavivar su confiada esperanza, que ya ve realizada en la Madre de Jesús “glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma”, y alimentar su caridad para que el amor materno de María anime toda la misión apostólica del Obispo.

 

En María, que “brilla ante el Pueblo de Dios peregrino en la tierra”, el Obispo contempla lo que la Iglesia es en su misterio, ve ya alcanzada la perfección de la santidad a la que debe tender con todas sus fuerzas y la indica como modelo de íntima unión con Dios a los fieles que le han sido confiados.

 

María “mujer eucarística” enseña al Obispo a ofrecer cotidianamente su vida en la Misa. Sobre el altar hará propio el fiat con el que la Virgen se ofreció a sí misma en el momento gozoso de la Anunciación y en aquel otro doloroso bajo la cruz de su Hijo. Precisamente la Eucaristía, “fuente y culmen de toda la Evangelización”, a la que están estrechamente unidos los Sacramentos, será la que hará que la devoción mariana del Obispo sea ejemplarmente referida a la Liturgia, donde la Virgen tiene una particular presencia en la celebración de los misterios de la salvación y es para toda la Iglesia modelo ejemplar de escucha y de oración, de entrega y de maternidad espiritual».

 

  1. El título de Reina de los Apóstoles es, por lo tanto, para mí como Obispo, un título de confianza, de alegría, de amor. Personalmente, tengo mucho que agradecer a la Virgen María: sus buenos consejos en la adversidad, su intercesión incesante hacia mi persona y ministerio, su ejemplo y ardor misioneros. Mi ministerio no sería lo mismo sin María. Ella, ha sabido de gozos y de esperanzas, pero también de aflicciones y sufrimientos. Ella, ha sabido ser Madre, Maestra e Intercesora. Ella, que conoce los secretos de su Hijo, ha sabido confiarme aquello que considera es para mi bien, mi propia santificación y la de cada uno de ustedes.

 

  1. Por eso, en esto día, les pido que me ayuden con su oración incesante y siempre le pidan que interceda para que, con su maternal intercesión, me asista a mí y a cada uno de mis hermanos obispos, diciéndole:

 

 

«María, Reina de los Apóstoles,

te suplicamos que,

así como permaneciste en el Cenáculo,

unida a los Apóstoles

e insistentemente supliciaste al Señor

que enviase el Espíritu Santo sobre ellos,

de la misma manera hoy te pedimos que,

permanezcas unida al Colegio de los Obispos

e intercedas por cada uno de los que lo conforman

para que venga sobre ellos Aquel mismo Espíritu y,

movidos por la caridad pastoral

siempre desempeñen su misterio y sean de verdad,

discípulos misioneros de tu Hijo, Jesucristo. Amén».

 

 

 

 

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro