HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA PEREGRINACIÓN ANUAL DE LOS CONSEJOS PARROQUIALES DE PASTORAL A LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES DE SORIANO.

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HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA PEREGRINACIÓN ANUAL DE LOS CONSEJOS PARROQUIALES DE PASTORAL  A LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES DE SORIANO  

Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Soriano, Colón ., Qro., a 06 de febrero de 2017.

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Queridos hermanos sacerdotes y diáconos,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Estimados jóvenes seminaristas,
Queridos laicos quienes integran los consejos parroquiales de pastoral,
Queridos miembros de los diferentes movimientos y asociaciones laicales,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Hay un canto muy bonito que dice:

«Los granos que forman la espiga,

se unen para hacer el pan,

los que formamos la Iglesia,

nos une la entrega nuestra».

Estas palabras acuñadas en el corazón de la gente y cantadas en la celebración de la Santa Misa, son una de las imágenes más bellas y perfectas que nos distinguen y nos identifican como lo que somos: el pueblo santo de Dios. Efectivamente, la Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero, con la intención que sea ella el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres. Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres «de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es “signo e instrumento” de la plena realización de esta unidad que aún está por venir (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 775). La Iglesia no es solo una sociedad ni simplemente el Cuerpo de Cristo, es además fruto de la obra trinitaria de la creación, llamada por vocación a la unión con Cristo su cabeza. La Iglesia es, como afirma la Lumen Gentium citando a San Cipriano, «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (cf. LG, 4).

y continúa el canto:

« Aquí ante tu altar Señor,

entiendo mi vocación,

debo ofrecer mi vida,

para que tu pueblo viva ».

 

La unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cf. 1 Co 10,17). Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, pan verdadero, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. Son los sacramentos y de modo especial la Eucaristía, los que renuevan, nutren y reconstituyen la comunión en la Iglesia. Pues como nos enseña el santo concilio Vaticano II: « la Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1 Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (cf. LG, 3).

El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un sólo cuerpo en Cristo (cf. 1 Co 10, 17), para ello, es necesario que muchos granos de trigo pasen por el molino y tras ser triturados, amasados y cocinados, con la bendición  de Dios,  lleguen a ser el alimento de vida espiritual para todos los hombres. Esto significa que de la misma manera cada uno de los bautizados estamos invitados  para ofrecer la vida y el “pueblo viva”.

  1. Al reunirnos esta mañana como Iglesia diocesana, para celebrar nuestra fe, queremos «Ofrecer el pan y el vino, que son nuestra respuesta de amor, pedimos humildemente, que lo acepte el Señor». Somos conscientes que no podemos renunciar a la llamada que Dios nos ha hecho de ser en el mundo « sacramento de salvación » para la humanidad (cf. LG, 1). La palabra de Dios que ha sido proclamada en esta Santa Misa nos da la clave. Jesús el “Buen Pastor”, hoy nos confirma en la fe y nos anima para «apacentar” su rebaño (Jn 21, 15-17); velando para que todas y cada una de sus ovejas, lleguen a gozar de los pastos verdes de la gracia y de las fuentes del agua viva de su misericordia (cf. Ez 34, 11-16; Sal 22).

Esta mañana junto con el pan y el vino, queremos ofrecer al Señor, nuestro Plan Diocesano de Pastoral en su Cuarta Etapa 2017 – 2025. Hemos discernido en comunión y estamos conscientes —pastores y laicos — que este «apacentar»  que el Señor  le dirige a Simón Pedro (Jn 21, 15), para nosotros hoy significa:  asumir con alegría y generosidad el Plan Diocesano de Pastoral; llevamos como Iglesia diocesana un largo camino recorrido, marcado por el celoso ministerio pastoral de mis antecesores, sin embargo, ante el desafío de la Nueva Evangelización, es urgente y necesario que hoy asumamos con firme esperanza, los retos y necesidades pastorales que viven tantos y tantos hermanos nuestros.

  1. Cristo Buen Pastor, fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); Cristo Buen Pastor, nos enseña que se es “buen pastor”, cuando se da la vida por las ovejas. De esta manera,  la Iglesia, también está llamada a pastorear  con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo.
  1. Queridos hermanos y hermanas, el canto que mencionaba al inicio de la homilía, en otra de su estrofas dice:

 

« El grano que cae en la tierra,

sólo vive si va a morir,

es dando que se recibe,

muriendo se va a vivir ».

Si queremos que nuestros niños y nuestros jóvenes, vivan con esperanza, tenemos que dar la vida nosotros; si queremos que nuestros enfermos y nuestros ancianos encuentren el consuelo y una razón para vivir, tenemos que morir nosotros; si queremos que los humillados y desprotegidos recobren su dignidad, tenemos nosotros que dar nuestra vida. Si queremos la familia tenga su lugar insustituible  en la sociedad, tenemos que dar la vida. Esta es la tarea y la misión de nosotros hoy en la Iglesia.

La creatividad y astucia evangélicas tendrán que ayudarnos para buscar que ninguna de las ovejas se pierda. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades.

Es oportuno que al asumir este compromiso, como colaboradores míos en la cura pastoral, ustedes y yo, respondamos con sinceridad a la pregunta que el Señor hoy le hace a Simón, hijo de Juan: « ¿Me amas? » (Jn 21,15, 17). De la cualidad y generosidad de nuestra respuesta, dependerá la cualidad y eficacia de nuestro trabajo.  Los frutos pastorales no solo serán cuantiosos sino sobre todo serán un regalo de Dios.

Dejémonos iluminan por las cualidades de Cristo Buen Pastor, para que la comunión y la misión, sean el camino que nos distinga como pueblos santo de Dios.

  1. Que la Santísima Virgen María Nuestra Madre Dolorosa, interceda por nosotros, para que cada uno, desde su realidad y desde su tarea, haga germinar en el mundo la cimiente del Reino. Que al contemplarla en su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, nuestra Iglesia diocesana de Querétaro, también llegue a ser madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios (cf. LG, 64). Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro